LOS CARISMAS EN LA IGLESIA: DON Y NECESIDAD

LOS CARISMAS EN LA IGLESIA: DON Y NECESIDAD

Pablo, en 1 Cor 12,1, aborda uno de los problemas que, probablemente, le habían consultado desde Corinto: la presencia y el uso de los “dones espirituales”, de los carismas en las reuniones comunitarias que, en las comunidades de Corinto, parecen estar dificultando gravemente la unidad eclesial.

El asunto lo trata ampliamente el Apóstol en una unidad que abarca los capítulos 12-14 de su primera carta a los corintios. Y lo hace en tres grandes momentos. En el primero, insiste en la unidad y diversidad de los carismas (12,1-30); en el segundo, les anima a recorrer el camino por excelencia para la vida cristiana, el del amor, el mayor de los carismas sin el cual los otros pierden su sentido y razón de ser (12,31-13,13); finalmente, vuelve a la dimensión comunitaria de los carismas, centrándose en el carisma de profecía y el don de lenguas, al parecer los más estimados y deseados por los corintios (14,1-40).

En su exposición, Pablo pone de relieve que los carismas no sólo se dan de hecho, sino que son un don y su existencia una necesidad, en una comunidad que está configurada como cuerpo. Los carismas son un don que tiene como finalidad principal la edificación de la comunidad, para enraizados en ella poder vivir el camino más excelente, el de una vida determinada por a caridad. Pero al Apóstol le preocupa hondamente que esa pluralidad, mal asumida, esté debilitando la unidad de la comunidad.

En el capítulo 12, que os proponemos para la oración, Pablo quiere acentuar, al mismo tiempo, la diversidad carismática necesaria y la unidad dentro de la comunidad. Y lo hace en dos momentos. En primer lugar nos invita a contemplar los dones espirituales fundamentalmente en su relación con el Espíritu (12,1-11); posteriormente (12,12-31), en relación con los otros miembros de la comunidad, a partir del ejemplo del cuerpo y su aplicación a la los cristianos.

Para sacarlos de su ignorancia respecto “a los dones espirituales”, los remite a su propia experiencia: “Sabéis que cuando erais gentiles, os dejabais arrastrar ciegamente hacia los ídolos mudos”. Pablo cree necesario enseñarles con el fin que puedan adquirir unos criterios que les impida reproducir la misma dinámica que cuando eran gentiles: ser arrastrados ciegamente, sin criterio.

La fe profesada y proclamada sólo es posible en el ámbito y por la moción del Espíritu: “Nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: «¡Anatema es Jesús!»; y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo”. Y por ello, la confesión de Jesús como Señor se convierte en criterio o marco de toda actuación carismática; al margen de dicha confesión de fe los carismas no pueden calificarse de espirituales, ni su acción de verdadera.

La unidad se manifiesta en que los carismas, en toda su riqueza y variedad, tienen el mismo origen y finalidad: “Todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu”. “A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común”. La diversidad se fundamenta en la pluralidad de sujetos de los carismas (“a cada cual se le otorga”), de denominaciones (carismas, ministerios, funciones) y en las listas de carismas distintos que refiere Pablo (cf. vv. 8-10; 28-30).

Esta orientación general de la enseñanza de Pablo hace frente a las probables pretensiones de exclusividad carismática de quienes poseían el don de lenguas o el de profecía, en la Iglesia de Corintio. Por otro lado, los carismas son dones gratuitos, en orden a la comunidad, por lo que no hay ningún tipo de razón para arrogarse la exclusividad y, mucho menos, para cualquier actitud de orgullo o vanagloria. Toda la Iglesia carismática: cualquier creyente en cuanto portador del Espíritu es beneficiario de sus dones.

Para ayudarles a comprender y vivir la aparente tensión entre unidad y pluralidad, Pablo les remite a la experiencia del cuerpo humano, que estando formado por muchos miembros, es uno: “Muchos son los miembros, mas uno el cuerpo” y continúa el Apóstol “Y no puede el ojo decir a la mano: «¡No te necesito!» Ni la cabeza a los pies: «¡No os necesito!»”: Más aún, “los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles, son indispensables. Y a los que nos parecen los más viles del cuerpo, los rodeamos de mayor honor”. Esa ha sido la voluntad de Dios que “ha formado el cuerpo dando más honor a los miembros que carecían de él, para que no hubiera división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocuparan lo mismo los unos de los otros.”

A partir de la experiencia y comparándola con ella, les remite a la realidad eclesial: “Así también Cristo”. Pero el cuerpo, referido a los cristianos, es más que una metáfora. La unidad de los cristianos, tiene su origen en el Espíritu: “En un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”.

De esta manera los cristianos se unen a Cristo y, en él, entre sí como cuerpo, de manera que puede ser llamado con toda razón cuerpo de Cristo. Un cuerpo en el que las categorías religiosas, culturales y sociales pierden toda relevancia.

La unidad de los cristianos se define desde Cristo, tiene en él su elemento constitutivo, nace del hecho de la pertenencia a él y de la unión con él. Como consecuencia, ningún cristiano se agota en su individualidad, es miembro de los otros, está referidos a ellos y, a su vez, necesita de los demás, para no ser un miembro desgarrado sino un miembro vivo del Cuerpo del Señor resucitado, que es la Iglesia.

Autor: Gabriel Leal, Pbro. de la Fraternidad sacerdotal Carlos de Foucauld
http://www.carlosdefoucauld.es/Boletin/162

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