En el Nuevo Testamento, hay tres episodios en los que Jesús derramó lágrimas. Probablemente no son los únicos momentos en que Jesús lloró en su vida, pero estos episodios ponen de relieve cosas que tocaron especialmente su corazón.
Dios hecho hombre conoció grandes alegrías, pero también cólera y tristeza
1. Jesús llora después de ver la angustia de quienes ama
María (la hermana de Lázaro) llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: “¿Dónde lo pusieron?”. Le respondieron: “Ven, Señor, y lo verás”. Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: “¡Cómo lo amaba!”. (Juan 11,32-36)
Durante este episodio, Jesús llora después de ver llorar a los que ama y después de ver el cadáver de un amigo cercano, Lázaro. Estas lágrimas nos recuerdan el amor que Dios tiene por nosotros, sus hijos e hijas adoptivos. Nos muestran cuánto sufre al vernos sufrir.
Jesús muestra verdadera compasión y llora ante el dolor de sus amigos. Pero Cristo, luz en las tinieblas, viene a transformar las lágrimas de tristeza en lágrimas de alegría resucitando a Lázaro de entre los muertos.
2. Jesús llora al ver los pecados de la humanidad
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne bajo sus alas a los pollitos, y tú no quisiste! (Lucas 13,14) Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella, diciendo: “¡Si tú también hubieras comprendido en ese día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos”. (Lucas 19,41-42)
Cuando Jesús ve Jerusalén, se echa a llorar. Jesús ve los pecados pasados y futuros de las personas y su corazón se rompe. Dios, nuestro Padre amoroso, se entristece cuando nos ve alejarnos de Él, cuando lo que Él quiere es guardarnos en Su corazón. Sin embargo, muy a menudo, rechazamos su amor y seguimos nuestros propios caminos. Nuestros pecados hacen llorar al Señor, pero, afortunadamente, sus brazos están siempre abiertos para recibirnos cuando volvemos a Él.
3. Jesús llora en el huerto de los olivos antes de su crucifixión
El dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. (Hebreos 5,7) Según se documenta en la Carta a los hebreos, las lágrimas vienen ligadas a una vehemente súplica a Dios. Por supuesto, no es necesario llorar para que el Señor nos escuche, pero en este fragmento se muestra que Él es sensible a nuestros “corazones contritos”. Quiere que nuestras oraciones sean una expresión de lo que somos en nuestra profundidad y no solo en la superficie.
Así, la oración debe abarcar todo nuestro ser y alimentarse por todas nuestras emociones, permitiendo que Dios penetre en todos los aspectos de nuestras vidas.
ALETEIA , Philip Kosloski