Cómo es nuestra experiencia de Dios? Es para nosotros un Dios lejano o es un Dios con el cual lo sentimos tan cerca que no nos creemos indignos de ser sus hijos, un Dios que nos perdona todo por su infinito amor y misericordia que siente por nosotros? El autor de esta meditación que hace de la relación del ser humano con Dios nos lleva a interpelarnos en lo personal por esa relación que tenemos con El.
Introducción
“Pues en El vivimos, nos movemos y existimos” (Hech. 17,28)
Esta expresión tan contundente de Pablo no siempre suena con esa misma fuerza en nuestros oídos. La presencia tan avasalladora y autosuficiente de nuestra acción humana, de ese mundo tan exuberante, apasionante y vivo que tenemos ante nuestros ojos, el poder tan ilimitado de nuestras mentes y manos, hace que en una primera apreciación, la hipótesis sobre la realidad de Dios luzca, por lo menos, superflua.
Hubo tiempos en los que esa realidad de Dios pertenecía al patrimonio común existencial humano. Hoy no es que podamos decir que la afirmación sobre la realidad de Dios se haya anulado.
Lo que sí ha entrado en una crisis de grandes proporciones es lo referente a esa conciencia colectiva religiosa que nos permitía formularnos a nosotros mismos el pensamiento y la vivencia de Dios, nos permitía comunicarlo y trasmitirlo. Nos sentimos hipócritas repitiéndolo mecánicamente a los demás y no nos dice nada a nosotros mismos.
Pongamos un ejemplo para entendernos mejor. Por los años sesenta y setenta la conciencia colectiva religiosa latinoamericano se alimentó con las imágenes del Dios liberador de los pobres y de una fe que cristalizaba en el compromiso socio-político con el empobrecido. Esta conciencia colectiva religiosa sustituía a una anterior que nos mostraba a un Dios demasiado celoso de asegurar nuestra “salvación eterna” y una fe que cristalizaba en la moral y en la piedad. Ninguno de estos dos pensamientos apasiona hoy vitalmente a las mayorías.
Hoy mucha gente cede a la propuesta de las religiones fundamentalistas. Pero la gran masa padece la dificultad de codificar personal y colectivamente la experiencia de Dios, de tener un soporte mediático capaz de ser compartido. Esa situación es la que lleva al peligro de convertir a cada creyente en un “fabricante de su propio Dios”. Pero este peligro de la privatización del hecho religioso tampoco es el síntoma más peligroso. Lo más peligroso es el “síndrome del silencio”. Es el enmudecimiento hacia dentro y hacia fuera de la experiencia religiosa.
Este enmudecimiento de la experiencia de Dios, está reforzada por el hecho de que estamos viviendo en un mundo con muy pocos espacios para la vivencia individual, solitaria y personal. Por ese motivo nos vamos haciendo cada vez más inexpresivos espiritualmente. Este vacío cada uno trata de llenarlo como puede.
Pero, aquí está el reto. El reto apasionante de aprovecharnos de las ventajas tan enormes que nos proporciona este desprestigio universal de los mitos y símbolos de la conciencia colectiva. Es un momento privilegiado para “dejar a Dios ser Dios” y llegar hasta El en la más saludable desnudez.
El presupuesto fundamental es que necesariamente para el ser humano Dios es Misterio. Por eso lo más que podemos hacer es cultivar aproximaciones a ese Misterio. En Jesús, Dios nos proporcionó la más reveladora, rica y atrevida aproximación, pero sin dejar de ser Misterio. Las mediaciones racionales, religiosas, afectivas, etc, son necesarias, pero no debe confundirse la mediación con la realidad de Dios.
A.- LA EXPERIENCIA DE DIOS.
- Un intento un poco audaz de descripción
Podemos decir que en su grado más elevado la Experiencia de Dios es esa vivencia consciente de una presencia de Dios que te descubre la dimensión profunda y verdadera de la realidad, que te hace sentir tu condición de hijo amado y que llena de sentido tu amor a todo lo demás. Por eso para hablar de esta realidad en forma más o menos honesta y útil, más que hacer afirmaciones cerradas, lo mejor es tratar de descubrir la gama tan inmensa de concreciones y los muy diversos niveles en los que puede ser vivida.
Vamos a tratar pedagógicamente de aproximarnos en un primer momento a los dos extremos: la Experiencia cuando es vivida en su nivel más elemental y cuando es vivida a su nivel más elevado. En ambos casos, pero sobre todo en el segundo, es un ejercicio de audacia y el único propósito es el de compartir hipótesis con las que podamos orientarnos mejor en un terreno tan complejo.
- Las posibilidades extremas
En su forma más elemental y sencilla la “Experiencia de Dios” no sería otra cosa que la actitud de asumir con un cierto grado de conciencia la posibilidad de la realidad de Dios. Y se dice “la realidad” de Dios porque en esta experiencia tan elemental de Dios que estamos describiendo, no se da necesariamente una percepción de Dios como presencia activa que alimente una relación personal. Cuando esta experiencia se vive en ese nivel de elementalidad la relación personal que establece el ser humano con esa realidad de Dios está circunscrita por las formalidades de la religiosidad natural. Las referencias más recurrentes en esa relación son: el mérito y el miedo.
En su versión más elevada la Experiencia de Dios tiene que ver con una intensa polarización afectiva de la persona hacia un Dios sentido como presencia “personalizable”. Se habla de una “presencia personalizable” porque para ese momento la analogía del concepto de persona humana aplicado a la realidad de Dios como mediación resulta ya insuficiente.
- La referencia que sirve de criterio para diferenciar los niveles
Mientras mayor es la polarización hacia sí mismo; mayor incondicionalidad hacia los propios intereses y falta la gratuidad de la entrega; menor es la profundidad de la experiencia. En cambio cuando se opera el éxodo de sí mismo, cuando la incondicionalidad está radicalmente referida a Él y la entrega se da en el vértigo de la confianza absoluta, mayor es la profundidad de la experiencia.
En resumen: a mayor auto centramiento, menos facilidad para la verdadera experiencia de Dios; y a mayor desprendimiento de sí mismo, más facilidad para la misma.
- Sencillez y complejidad de la Experiencia
Esta experiencia al ser la realidad humana más importante goza de la simultánea simplicidad y complejidad propias de las grandes vivencias de la persona humana: Es una realidad en la que la iniciativa viene del otro lado, pero que no se da sin el concurso decidido del humano. De parte de Dios, creemos por la fe, que es fruto de su gratuidad, de su libertad y de su generosidad, pero existen condiciones en las que la persona puede realizar su intención de entrega o puede convertirse en obstáculo.
Creemos por la fe que esa complejidad no tiene su raíz en la actuación de Dios sino que la experiencia enseña que tiene relación con las condiciones humanas que acompañan a la experiencia.
- Lo que el ser humano aporta como equipaje específico para la Experiencia de Dios
Sin olvidar por ningún momento la absoluta libertad, la gratuidad y la generosidad con la que el Señor puede actuar y ha actuado en esta relación, le hacemos en este momento honor a la forma como históricamente se ha desarrollado en el mundo esta aventura siempre original del Encuentro de Dios con el ser humano. Por eso podemos pensar que la experiencia de Dios, está determinada por nuestra experiencia de vida, por lo menos desde el lado de la persona humana.
Tratar de identificar esas condiciones tiene la grandísima utilidad de proporcionarnos una guía en el momento en el que queremos colaborar con la acción de Dios y “hacer vigilia” para el Encuentro. Identificar estas condiciones puede también servirnos para acompañar activamente a otros en el camino de aclarar su experiencia de Dios.
B.- VAMOS ENTONCES A TRATAR DE IDENTIFICAR ESTAS CONDICIONES:
1.- Preconceptos básicos: concepto e imagen de Dios, concepto e imagen del ser humano, de sí mismo y de la realidad con las que el individuo funciona en la vida real. Estos preconceptos facilitan o dificultan la posibilidad de la Experiencia.
2.- Historia individual de las relaciones interpersonales fundantes del ser humano como son las relaciones parentales, vínculos significativos posteriores, etc. La suerte que se ha tenido en el desarrollo de estas relaciones facilitan o hacen más difícil la experiencia.
3.-Historia individual del camino espiritual vivido: los códigos espirituales y religiosos en los que se ha dado algún aprendizaje.
4.- Grado de sensibilidad y compromiso con la realidad de los seres humanos empobrecidos, incapacitados, maltratados, anulados, marginalizados.
5.- Grado de permeabilidad racional para aceptar la posibilidad de lo sorpresivo, lo nuevo, lo incontrolado.
6.- Versatilidad afectiva para exponerse, involucrarse y sumergirse en situaciones que trascienden la realidad cotidiana.
7.- Opciones y compromisos significativos que se han hecho en la propia vida. Naturaleza y direccionalidad de estas opciones.
8.- Grado de apertura o de expectativa hacia lo trascendente desconocido: ansias, anhelos, “curiosidades”
9.- Carencias existenciales y circunstanciales reconocidas.
10.- Informaciones referentes a la “Buena Noticia”, a la Revelación de Jesús sobre Dios, o sea “nivel de evangelización” al que se ha llegado.
11.- Mediaciones religiosas habituales: Imágenes sagradas, fantasías religiosas, devociones, ritos, personajes venerados, etc.
CONCLUSIÓN
Situaciones que pueden exponer al ser humano a una Experiencia cristiana de Dios
No hay situaciones que automáticamente propicien la Experiencia o que fatalmente la impidan. Dios es la absoluta libertad y gratuidad. La sicología del ser humano es capaz de lo imprevisible. Lo que podemos modestamente suponer es que perteneciendo esta experiencia a la dimensión del amor, de lo trascendental, de lo “excesivo”, de lo oblativo, de lo relacional, de lo amistoso, hay situaciones que le son más afines.
Vamos a aventurarnos a nombrar algunas de ellas:
1.- El encuentro respetuoso, generoso, desprendido, desinteresado y portador de felicidad y crecimiento con otro ser humano, cualquier ser humano, pero cuando este humano está maltratado y urgido de atención, esa persona representa un lugar de coincidencia con el infinito interés del Señor por sus “pequeños”.
2.- La celebración eucarística comunitaria cuando se vive en la actitud de fe en el misterio, de amor sincero a la comunidad que está allí y que está fuera, purificados de las actitudes del “comercio de lo divino” como son la estrategia de la búsqueda del mérito, de la magia y del miedo.
3.- Percibir la transparencia de Dios en todas las cosas: Esto llega cuando se trata de vivir agradeciéndolo todo, pidiéndolo todo, estando disponible para lo que El quiera.
4.- La oración explícita individual o grupal cuando se llega al intercambio de los afectos (agradecimiento, arrepentimiento, petición, ternura, rabia, etc), cuando se llega a “oir” las mociones por pequeñas que sean, cuando no se “espera nada” de la oración y sin embargo “uno está allí”, cuando no se es esclavo de las eventuales gratificaciones.
5.- Las situaciones límites como muerte o separación del ser querido, peligro de la propia vida o incluso la misma muerte propia, éxitos notables o pequeños, fracasos grandes o minúsculos, decisiones definitorias, vividas en el abandono total en las manos de Dios o por lo menos en el deseo de ese abandono.
Texto adaptado del presbitero Miguel Matos S.J.