Cristo resucitado es el alfa y omega, el origen de todo y el punto final de la transformación del mundo, por la fuerza atractiva de la Cruz y de la Resurrección. Eso no significa que no cuente con nuestra colaboración.
Cristo es el centro de la misión de la Iglesia en todas sus formas: anuncio de la fe, celebración de los sacramentos, existencia cristiana como vida de servicio a las personas y al mundo.
En su exhortación apostólica y programática Evangelii gaudium señala el Papa Francisco: “Cristo resucitado y glorioso es la fuente profunda de nuestra esperanza […]. Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. […]
De ese tema sostiene el Papa Benedicto XVI, que la Resurrección de Jesús, es un acontecimiento bien real, que sucede en la historia y a la vez transciende la historia. Supone un salto cualitativo u ontológico, una nueva dimensión de la vida humana, pues un cuerpo humano es transformado en un “cuerpo cósmico”, como lugar en que los hombres entran en comunión con Dios y entre ellos formando el misterio de la Iglesia.
Al mismo tiempo, la resurrección es un acontecimiento discreto: no se impone, sino que quiere llegar a los hombres a través de la fe de los discípulos y de su testimonio, de modo que este suscite la fe en otros a lo largo del tiempo.
Atraídos por esos dos focos, podemos Vivir con mayúsculas extendiendo, gracias al misterio de la Iglesia, el misterio de Cristo a todas las realidades humanas, pues en Él nos movemos y existimos los cristianos (Hch 17, 28). De ahí la necesidad de ser conscientes de la predilección que Dios nos ha mostrado. Y de que ese agradecimiento se traduzca en nuestra correspondencia de amor a la Trinidad y en la participación activa en la evangelización.
Cristo resucitado vive en los cristianos
Cristo es el centro de la vida cristiana, que es vida in Ecclesia, familia de Dios. La Iglesia es, en efecto, la “extensión” o la continuación de la acción de Cristo resucitado, gracias a la unción de los cristianos por el Espíritu Santo, según las dimensiones del tiempo y del espacio, de las épocas y de las culturas.
En las cartas de san Pablo, leemos que Dios Padre se propuso recapitular en Cristo todas las cosas (Ef 1,10). Por eso nos escogió en Él (cfr. Ef 1,4), nos incluyó en el proyecto de Cristo resucitado como etapa final y definitiva de la salvación, por Amor a Él y a nosotros.
Cristo resucitado es el alfa y el omega, cabría decir, el origen de todo y el punto final de la evolución y de la transformación del mundo; y no por la mera dinámica intrínseca de la creación material o del espíritu humano. Cristo no es el fruto de la evolución ni tampoco del progreso humano.es decir, es el origen y el termino de todo por la fuerza atractiva de la Cruz y de la Resurrección (Jn 12, 32).
Esto no significa que Cristo desprecie u olvide nuestra colaboración. Al contrario, cuenta con ella, la de cada uno y especialmente la de aquellos que son, por el bautismo y gracias al Espíritu Santo, miembros suyos. Todos estamos llamados a colaborar en esa “atracción” que ejerce Cristo sobre todas las cosas.
Jesucristo centro de la vida cristiana
Los cristianos colaboramos en esa tarea inmensa de vivir la vida de Cristo en el mundo, que tiene su centro en la Resurrección y se hace posible por la Eucaristía. Lo hacemos con el fundamento de la vida de la gracia. Y la Iglesia desea que lo hagamos del modo más consciente y pleno posible, a partir del encuentro con Cristo.
Ahora bien, Cristo solo puede ser el centro de nuestra vida cristiana si es contemporáneo nuestro, y esto se deriva sencillamente del hecho de que Él vive ahora con nosotros, o más bien nosotros con Él. Cristo es contemporáneo a nosotros por su presencia, por su cercanía, por la Vida suya que nos da a participar. Y la presencia de Cristo junto a nosotros abarca formas diversas e interconectadas, como la Iglesia y la Eucaristía.
De este modo, lo hacemos contemporáneo a nosotros
Ha escrito el Papa Francisco: “Cuanto más toma Jesús el centro de nuestra vida, tanto más nos hace salir de nosotros mismos, nos descentra y nos hace ser próximos a los otros”. Y en la clausura del simposio, Mons. Luis Ladaria −actual prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe− ha subrayado que Cristo es el centro de la fe porque es el único y definitivo mediador de la salvación al ser “testigo fiel” (Ap. 1, 5) del amor de Dios Padre.
La fe cristiana es fe en ese amor, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo y dominar el tiempo. El amor concreto de Dios que se deja ver y tocar en la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Y nos llega a nosotros gracias a que estamos ungidos por el Espíritu Santo desde nuestro bautismo.
La humanidad de Cristo “ampliada” en la nuestra por el Espíritu Santo, a través de la Iglesia, es el sacramento universal de salvación, es decir el signo e instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo (Lumen Gentium, nn. 1, 9, 48 y 59 docto del CV II).
Este es uno de los significados principales de la terminología “Misterio de Cristo”: el plan salvífico de Dios uno y trino, que se ha hecho visible y operativo en la Iglesia, a partir de la encarnación del Verbo por la acción del Espíritu Santo
En sentido sumo, Cristo es el único y definitivo mediador de la salvación. Por lo tanto, la Iglesia es la única mediadora, también en sentido profundo, de la salvación. Ningún otro camino por el que los hombres eventualmente puedan llegar a Dios, es independiente de Cristo y de la Iglesia. Esto ayuda a discernir los valores distintos de las religiones y a dialogar, desde la identidad cristiana, con ellas.
Como todos los “misterios” de la vida de Cristo y, en este caso de modo central respecto a ellos, el de la Resurrección, es misterio de revelación, de redención y de recapitulación.
Estos tres aspectos pueden verse en paralelo con las tres dimensiones del triple munus (ser humano de Cristo): profético, sacerdotal y real o regio. Nos revela el amor fiable y misericordioso del Padre. Nos redime del pecado y de la muerte eterna, y nos vuelve libres y capaces de transformar las culturas. Nos reasume bajo Cristo, Cabeza de la Iglesia y del mundo, y nos hace participar de su realeza, cuyo contenido central es la ofrenda a Dios y el servicio a los demás.
Cristo en el centro de la evangelización
La centralidad de Cristo resucitado en la vida cristiana se prolonga y completa con su centralidad en la evangelización. Cristo es el centro de la misión de la Iglesia en todas sus formas: anuncio de la fe, celebración de los sacramentos, existencia cristiana como vida de servicio a las personas y al mundo, centrado en la caridad.
En la educación de la fe esta centralidad de Cristo, subrayémoslo de nuevo: del Misterio completo de Cristo, se manifiesta tanto en los contenidos como en los métodos, si cabe hablar así, puesto que las dos esferas no son completamente separables.
El Cristo centrismo de la fe cristiana es, como estamos viendo, un Cristo centrismo trinitario, puesto que Cristo no podría ser el centro sino en el marco de la acción salvadora de Dios uno y trino. Esto tiene consecuencias importantes para la educación de la fe.
En una época de fragilidad en las formas tradicionales de transmisión de la fe, la atención al misterio total de Cristo y al encuentro personal con él contribuye no solo a consolidar los fundamentos de la fe, sino también a reforzar los cimientos de los valores humanos y el sentido de la vida. Lo vienen remarcando los Papas y lo enseña el magisterio de la Iglesia de modo creciente a partir del Concilio Vaticano II.
El misterio de Cristo no solo es criterio objetivo para la educación de la fe, como centro de los contenidos de la fe, sino también criterio interpretativo. Es el centro que ilumina todos los demás misterios, verdades o aspectos de la fe, e incluso es el centro del sentido de la historia y de todos los acontecimientos. Cristo es también el centro de la espiritualidad y de la formación de los educadores, formadores y catequistas, puesto que solamente en la comunión personal con Cristo encuentran su luz y su fuerza:
Cristo es el centro de su vida, de su reflexión y de la comunicación de la fe que comienza con el testimonio de su encuentro personal con Cristo.
Como la catequesis tiene no solamente dimensiones teológicas sino también antropológicas y didácticas, los educadores deberán descubrir la centralidad de Cristo para iluminar aspectos del mensaje cristiano más difíciles de explicar en la actualidad, como muchos referentes a la escatología y a la moral, así como los destellos de belleza, verdad y bien que emiten los valores humanos nobles.
Caminos del Cristo Centrismo
Desde el punto de vista del método, se ha destacado que el Cristo centrismo en la educación de la fe puede tomar dos caminos:
Un camino más ontológico que significa el exponer la fe a la luz de la revelación de Cristo o,
Un camino más fenoménico que se refiere a exponer la fe a partir de la experiencia de Jesús mismo y, desde ahí, profundizar en el misterio de Dios y del hombre, siendo este segundo camino, más bíblico.
Todo ello no se opone, antes bien pide que el misterio de Cristo ilumine las experiencias actuales y cotidianas de los hombres y que estas interpelen nuestra manera de comprender y transmitir el misterio de Cristo.
Conclusión
En su conjunto, una educación Cristo céntrica requiere un itinerario pedagógico, lo que implica que sea paulatino. Esto, conviene insistir, comienza por el testimonio que de Cristo, ha de ser para el educador o catequista, centro de su vida y luego, razón de su esperanza. Es así como podrá hacer de aquellos que se le confían, testigos del Señor.
Autor: Ramiro Pellitero, Pbro profesor de teología U de Navarra España
Fuente: Revista Palabra
Extracto y sub títulos del Editor