El Reino de Dios es exclusivamente y siempre de Dios. No puede merecerse por esfuerzo religioso-ético, no se puede atraer mediante la lucha política, ni se puede calcular su llegada gracias a especulaciones. No podemos planearlo, organizarlo, hacerlo, construirlo, proyectarlo, ni imaginarlo. El Reino es dado y dejado en herencia. Lo único que podemos hacer es heredarlo. De la manera más clara expresan este hecho las parábolas: a despecho de todas las esperas humanas, oposiciones, cálculos y planificaciones el Reino de Dios es milagro y acción de Dios, su señorío en el sentido propio del término. El Reino no sale adelante por el impulso evolutivo de la historia, ni por iniciativa humana. Es voluntad incondicional de gracia. Sólo puede ser pedido en fe y esperanza.
6. Acoger el Reino
La comprensión exacta del Reino de Dios ha sufrido mucho a causa de la interpretación moralista que de él se ha hecho, reduciéndolo a un programa ético que el hombre debe poner por obra. Si así fuese, el Reino sería construido por el hombre, con el simple acuerdo de Dios. Pero Jesús no lo ve así. El Reino es don que viene del Padre de la gracia: No temas pequeño rebaño, pues ha parecido bien a vuestro Padre daros el Reino (Lc 12, 32).
La llegada del Reino de Dios no tiene, sin embargo, como consecuencia quietismo alguno. Por más que los hombres no podamos construir el Reino de Dios, ni por evolución ni por revolución, el hombre no es condenado a no hacer nada. Se le pide que se convierta y crea (Mc 1,15) como condición indispensable personal ( acabar con las propias seguridades ilusorias y con el pesimismo resignado; disposición a deshacerse de todo con alegría porque se ha encontrado el gran tesoro…).
Para Jesús, pues, la actitud fundamental frente a la oferta del Reino no es la espera, sino el cambio del corazón y la acogida en fe.
7. Entre el presente y el futuro
Cuándo llegará el reino de Dios? En relación a esta cuestión encontramos en Jesús un modo de hablar muy extraño. Mientras en una serie de textos considera el reino como realidad que pertenece completamente al futuro, aunque a veces ese futuro esté muy próximo, en otros lo indica como ya presente en el mundo.
Dejando al margen el problema que desde hace casi un siglo ocupa a la investigación exegética, nos interesa la certeza de que para el profeta de Nazaret tanto el presente como el futuro están ya definitivamente colocados bajo la acción soberana y liberadora de Dios, y que al hombre de todas las épocas se le ofrece la posibilidad de colocarse de parte del Reino.
a) El Reino, realidad futura
Para Jesús, la realización completa del Reino de Dios se tendrá solamente al final de los tiempos. Esta clara persuasión crea en Jesús un clima densamente impregnado de futuro que cualifica el horizonte habitual de sus pensamientos. En el presente, el Reino encuentra resistencia en las múltiples formas de presencia del mal, al lado del cual tiene que coexistir como el trigo con la cizaña en el mismo campo. El reinar de Dios es hoy precario y oculto, pero su dinamismo secreto mira hacia la plenitud futura.
Jesús no disimula su admiración por este modo, discreto pero invencible, con que Dios ha decidido comprometer su absoluta soberanía: humildad divina que sabe someterse y vaciarse, paciencia divina que sabe esperar a la decisión de los hombres, pero, sobre todo, amor redentor que quiere crear el nuevo mundo insertándose en el viejo. Y aquí resulta ya evidente que el mensaje del Reino es directamente un mensaje sobre Dios mismo, tal como Jesús lo conocía y experimentaba.
b) El Reino, realidad inminente
A veces el futuro que Jesús entrevé es contemplado como plazo ya inminente (Mc 9, 1; 13, 30), descrito en términos de catástrofe cósmica con el material propio del lenguaje apocalíptico (Mc 13). Lo cierto es que Jesús, preguntado expresamente sobre este problema, se niega a fijar una fecha o plazo para las previsiones del Reino; afirma más bien que sólo el Padre sabe esto (Mc 13,32). Por lo cual, mientras remite constantemente a la esperanza de un mundo nuevo que está para nacer, pone de relieve que no ha abandonado el presente.
c) El Reino, realidad presente
Y aquí llega el anuncio inédito de Jesús, jamás oído de labios de ningún profeta anterior a él: El Reino ha comenzado ya! El Reino de Dios no viene de manera espectacular, y nadie dirá: helo aquí o helo ahí; porque el Reino de Dios está en medio de vosotros (Lc 17, 21). Hasta Jesús, se esperaba generalmente que un acontecimiento extraordinario diese al traste por sorpresa con la situación presente, comenzando por la política, para dar inicio al Reino.
Para Jesús, el Reino no está inmóvil en el fondo de la historia, sino que avanza en el horizonte del presente, se entremezcla con él y lo determina con su fuerza benéfica y liberadora. El futuro del Reino ya nos ha salido al paso y se ha puesto a crear lo nuevo recreando lo viejo. Su venida no está señalada por acontecimientos clamorosos, sino que actúa y avanza silenciosamente, sin que la atención humana pueda captar y determinar el momento de su entrada.
8. Jesús, inicio del Reino
Qué punto de referencia pudo tener Jesús o en qué acontecimiento más o menos reciente pudo entrever la gran decisión salvífica de Dios para afirmar que el Reino ya había comenzado? Jesús se muestra profundamente consciente de que el Reino se ha hecho tangible mediante su aparición en público: La ley y los profetas (es decir, el tiempo de la promesa) llegan hasta Juan; desde entonces se anuncia ya el Reino de Dios (Lc 16,16).
Él no se considera un mensajero entre otros muchos, un simple profeta encargado de transmitir el mensaje divino como desde fuera; en los relatos evangélicos, la conciencia del hombre Jesús se caracteriza por la convicción de estar personalmente implicado en la realización del Reino de manera única y decisiva, constituyendo el mismo el inicio anticipado de la salvación escatológica. Jesús no teoriza sobre el Reino, lo ve concretamente operante en su misma predicación a los pobres, en el perdón a los pecadores, en su actividad liberadora.
La Iglesia tiene la convicción de que el Reino de Dios ya ha llegado en Jesucristo. El anuncio del Reino de Dios se ha convertido ahora en anuncio también de que Jesús es Señor (Rom 15,19; 1 Cor 9,12 etc.). Este hecho, de excepcional importancia, no es, en definitiva, una libre innovación de la Iglesia apostólica, sino que constituye la explicación de aquella conciencia que el Jesús prepascual tenía de sí mismo.
9. El Reino para los pobres
Para comprender cómo Jesús ve realizarse el Reino ya en el presente hay que fijarse en los destinatarios: el aspecto más típico del Reino consiste en que se da para rehabilitación de los pobres. La Biblia no reserva el término pobre para designar a aquellos que están privados de los medios del sustento, sino que incluye en él todas las formas de desgracia humana: afligidos, perseguidos, oprimidos, esclavos, odiados, cojos, ciegos, enfermos, marginados por causa física o moral… El evangelio les llama también pequeños, que nada cuentan en la sociedad, ni siquiera en la sociedad religiosa.
El amor de Dios es gratuito, y su gratuidad se revela de manera clamorosa precisamente en el hecho de que se dirige allí donde no existe ningún mérito que presentar: ni la fuerza del dinero, ni la del prestigio social, ni la belleza física, ni la bondad moral. El amor de Dios crea de la nada y acude a donde hay un vacío para llenarlo de su plenitud.
10. El Reino para los pecadores
En la sociedad judía, que tenía como fundamento la observancia de la ley, el grupo más marginado era, sin duda, el constituido por los publicanos y pecadores. Jesús, al anunciar la llegada del Reino, lo contempla como el momento de las inesperadas posibilidades de salvación ofrecidas por el amor de Dios. Se lanza a recorrer el país para hacerlo saber a todos y se hace comensal de aquella gente reprobada, dando así a entender que Dios los admite al banquete de su Reino.
Al conceder la salvación del Reino a los pecadores, Jesús, a juicio de los fariseos, anulaba el orgullo de su difícil observancia de la ley y, lo que es más grave, conmovía en sus fundamentos la absolutización decisiva de la ley misma. Para Jesús los justos (justos según la ley) estaban lejanos de la salvación; en cambio, los pecadores arrepentidos estaban más cerca de Dios.
11. Reino de Dios y mundo
Durante demasiado tiempo, y con demasiada frecuencia, la conciencia cristiana ha imaginado el Reino más allá del tiempo, en la zona franca de un mundo todo espiritual y divino. Quizá haya sido la expresión reino de los cielos, usada por Mateo, la que ha desorientado en esa dirección.
La acción divina del Reino tiende precisamente a colocarse como levadura en medio de la masa para hacer que fermente y a ejercer sobre la comunidad humana inmersa en la historia un influjo regenerador de lo viejo y plasmador de lo nuevo. En el proyecto del Reino encuentra su lugar la decisión divina de liberar efectivamente a todos los oprimidos…
Por tanto, el mensaje del Reino viene a incidir directamente en lo más vivo de la historia. El mensaje del Reino muestra aquí toda la carga de novedad frente al viejo mundo que siempre ha idolatrado la riqueza y el poder. La conversión, a la que urge el Reino, partiendo de la raíz más profunda del corazón, debe llegar a las viejas estructuras sociales hasta transformarlas.
12. Jesús, el pobre del Reino
Las bienaventuranzas del Reino no fueron para él un ingenuo canto bucólico. El programa enormemente radical que ellas contienen le hizo renunciar a todo, para poder ser de todos y para concretizar en su persona el modelo de hombre nuevo creado por la fuerza divina del Reino. Su vida y su muerte fueron una profunda súplica por la única realidad en que creyó: Venga tu Reino! Y Dios escuchó de modo incomparable su oración cuando, resucitándolo de la muerte, anticipó, para él y para nosotros, la llegada final del Reino.
13. Los signos del Reino
El Reino de Dios está ya abriendo brecha en el reino del demonio, de la enfermedad y de la muerte. Jesús no sólo habló, sino que también obró. Si se quiere hablar de Jesús, es imposible no hablar de sus milagros. El Nuevo Testamento habla de signos. Signos de la presencia del Reino y del valor salvífico de la persona de Jesús; signos de lo humanamente irrealizable que Dios ha comenzado a introducir en el mundo; signos de la esperanza en la liberación total…
Como tales signos, no son elocuentes sino para la fe y para quienes quieran abrirse a ella. Sin esta disponibilidad ante Dios, los milagros serán ciertamente verdaderos en su factibilidad empírica, pero permanecerán ambiguos. Algo decisivo en la consideración de los milagros del evangelio: están indisolublemente unidos al mensaje de Jesús y a su propia persona en la venida del Reino. Reino que construimos como expresión concreta aquí y ahora.
El más grande milagro del evangelio es la persona de Jesús con quien construimos el Reino.
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Extracto del Editor