A Lucas se atribuyen no sólo el Evangelio, sino también el libro de los Hechos de los Apóstoles (Lc 1,1-4; Hch 1,1). El evangelista señala explícitamente como fuente de su evangelio «a los que fueron desde el principio testigos oculares y también servidores de la palabra» (Lc 1,2), sugiriendo de este modo que su evangelio proviene de Jesús, último y supremo revelador de Dios Padre.
La fuente del libro de los Hechos y su proveniencia de Dios no las presenta de la misma manera. Con todo, cabe notar, por un lado, que los nombres de los Apóstoles son idénticos, salvo el de Judas, en las listas de Hch 1,13 y de Lc 6,14-16 y, por otro lado, que en los Hechos se destaca su cualidad de testigos oculares (Hch 1,21-22; 10,40-41) y su misión de ser ministros de la Palabra (Hch 6,2; cf. 2,42). Así, pues, Lucas describe en Hechos la actividad de aquellos de quienes había hablado en Lc 1,2, los cuales constituyen, por tanto, la fuente para sus dos obras.
Podemos suponer que Lucas se ha informado sobre la actividad de aquellos (argumento de libro de los Hechos) con el mismo esmero (Lc 1,3) con el que ha realizado, por medio de ellos, sus propias indagaciones sobre la actividad de Jesús.
El dato fundamental relativo a la proveniencia divina del libro de los Hechos es la relación inmediata de estos «testigos oculares y servidores de la Palabra» con Jesús. Tal relación se muestra además en particular en sus discursos y acciones, en la actuación del Espíritu Santo y en la interpretación de las Sagradas Escrituras. Pasamos a exponer en concreto estos elementos que dan testimonio de que el libro de los Hechos proviene de Jesús y de Dios.
La relación personal inmediata de los apóstoles con Jesús
El libro de los Hechos refiere la proclamación del Evangelio por parte de los apóstoles, especialmente a través de Pedro y Pablo. Al principio del libro Lucas ofrece la lista de los apóstoles, que incluye a Pedro y a los otros diez (Hch 1,13). Estos Once forman el núcleo de la comunidad a la que se manifiesta el Señor resucitado (Lc 24, 9.33) y constituyen un puente esencial entre el evangelio de Lucas y el libro de los Hechos (Hch 1,13.26).
La identidad de los nombres en la lista de Lc 6,14-16 y en la de Hch 1,13 pretende reafirmar la larga e intensa relación personal de cada uno de los Apóstoles con Jesús.
Tal relación constituyó un privilegio suyo durante la actividad de Jesús y los convierte en protagonistas del libro de los Hechos. Estos apóstoles (Hch 1,2) son también los interlocutores y los comensales de Jesús antes de su ascensión (Hch 1,3-4). El prometió «la fuerza del Espíritu Santo», destinándolos a ser sus testigos «hasta el confín de la tierra» (Hch 1,8). Todas estas precisiones favorecen que el relato de los Hechos sea acogido como proveniente de Jesús y de Dios.
También Pablo, protagonista de la segunda parte del libro de los Hechos, se caracteriza por su relación personal inmediata con Jesús. Su encuentro con el Señor resucitado se cuenta y resalta tres veces (Hch 9,1-22; 22,3-16; 26,12-18). El propio Pablo afirma claramente la proveniencia divina de su evangelio: «Pues yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo» (Gál 1,12).
Las secciones del libro dominadas por el «nosotros» (Hch 16,10-18; 20,5-15; 21,1-18; 27,1-28,16) evocan la relación del autor del libro con Pablo y, a través de Pablo, con Jesús.
Los discursos y las actuaciones de los apóstoles
La actividad de los apóstoles referida por el libro de los Hechos manifiesta la múltiple relación de aquellos con Jesús. Los discursos de Pedro (Hch 1,15-22; 2,14-36; 3,12-26; 10,34-43) y de Pablo (Hch 13,16-41) son sumarios significativos de la vida y ministerio de Jesús y presentan los datos fundamentales: su pertenencia a la descendencia de David (13,22-23), su conexión con Nazaret (2,22; 4,10), su ministerio, comenzando desde Galilea (10,37-39).
Un relieve especial se otorga a su pasión y muerte, en relación con la cual se implica a los judíos (2,23; 3,13; 4,10-11) y los paganos (2,23; 4,26-27), a Pilatos (3,13; 4,27; 13,28) y Herodes (4,27); también se resalta el suplicio de la cruz (5,30; 10,39; 13,29), la sepultura (13,29) y la resurrección por parte de Dios (2,24.32; etc.).
Al presentar la resurrección de Jesús, se subraya la actuación del Padre, que se opone a la de los hombres: «Lo matasteis, clavándolo a una cruz por manos de hombres inicuos. Pero Dios lo resucitó, librándolo de los dolores de la muerte» (2,23-24; cf. 3,15; etc.). Dios ha exaltado a Jesús a su diestra (2,33; 5,31) y lo ha glorificado (3,13). Se subraya así la relación estrechísima de Jesús con Dios y, al mismo tiempo, la proveniencia de Dios de lo que se cuenta.
Los títulos cristológicos del evangelio de Lucas se encuentran también en el libro de los Hechos: Cristo (2,31; 3,18), Señor (2,36; 11,20), Hijo de Dios (9,20; 13,33), Salvador (5,31; 13,23). En general, Dios es la fuente de estos títulos en los que se expresan la condición y la misión que Él ha otorgado a Jesús (2,36; 5,31; 13,33).
También las actuaciones milagrosas conectan a los apóstoles con Jesús. Los milagros de Jesús eran signos del Reino de Dios (Lc 4,18; 11,20; Hch 2,22; 10,38). Él ha confiado esa tarea a los Doce (Lc 9,1).
El libro de los Hechos habla genéricamente de “signos y prodigios” (2,43; 5,12; 14,3) cuando se refiere a las obras de los apóstoles. Narra también milagros particulares como curaciones (3,1-10;5,14-16;14,8-10), exorcismos (5,16; 8,7; 19,12), resurrección de los muertos (9,36-42;20,9-10). Los apóstoles realizan estas acciones en el nombre de Jesús, con su poder y autoridad (3,1-10; 9,32-35).
La actividad de los apóstoles está totalmente determinada por Jesús, proviene de él y remite a él y a Dios Padre. Los Hechos acentúan además la continuidad del plan divino, cumplido en Jesucristo y proseguido luego en la Iglesia. En los milagros, en particular, Lucas ve la confirmación divina de la misión apostólica, como había ocurrido en el caso de Moisés (7,35-36) y en el del mismo Jesús (2,22).
La obra del Espíritu Santo
La relación de los apóstoles con Jesús se confirma igualmente mediante el Espíritu Santo que Jesús ha prometido y les ha enviado y con el que realizan sus obras.
El Señor resucitado les anuncia «la promesa del Padre» (Hch 1,4; Lc 24,49), el bautismo «con Espíritu Santo» (Hch 1,5), «la fuerza del Espíritu Santo» (Hch 1,8). El día de Pentecostés, el Espíritu Santo desciende sobre ellos y «se llenaron todos de Espíritu Santo» (Hch 2,4), Espíritu prometido por el Padre e infundido por Jesús tras haber sido exaltado a la diestra de Dios (Hch 2,33). Con este Espíritu «Pedro con los Once» (Hch 2,14) da valientemente el primer testimonio público de la obra y la resurrección de Jesús (Hch 2,14-41).
En el sumario sobre la vida de la Iglesia de Jerusalén, se resume la actividad apostólica en estos términos:
«Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor» (4,33; 1,22). Por otra parte, ese testimonio se produce por la acción del Espíritu Santo (4,8.31).
De modo idéntico se define el ministerio de Pablo, el cual proclama la resurrección de Jesús (13,30.37) y se llena del Espíritu Santo (9,17; 13, 2.4.9).
El cumplimiento del Antiguo Testamento
En el evangelio de Lucas se narra que el Señor resucitado explicó las Escrituras a sus discípulos, haciéndoles comprender que con su pasión, muerte y resurrección se había realizado el plan salvífico de Dios preanunciado por Moisés, los Profetas y los Salmos (Lc 24,27.44).
En el libro de los Hechos hay unas 37 citas del Antiguo Testamento, la mayoría en los discursos que Pedro, Esteban y Pablo dirigieron a un auditorio judío. La referencia a los textos inspirados, mostrando su cumplimiento en Jesús, confiere un valor similar a las palabras de los predicadores cristianos.
Con las Escrituras se relacionan tanto los acontecimientos cristológicos que constituyen el contenido de la predicación, como los hechos concomitantes. En el discurso inaugural de Pentecostés, Pedro explica los fenómenos extraordinarios que se producen como consecuencia de la venida del Espíritu Santo (Hch 2,4-13.15) a la luz de la profecía de Joel 3,1-5. Al final del libro se cuenta que Pablo interpreta el rechazo de su anuncio por parte de los judíos romanos (Hch 28,23-25) recurriendo a la profecía de Isaías 6,9-10.
Lo que sucede al comienzo y al final del ministerio apostólico se vincula con la palabra profética de Dios. Esta especie de inclusión puede insinuar la idea de que todo lo que acontece y es referido en este libro responde al plan salvífico de Dios.
Respecto a los contenidos de la predicación apostólica nos limitamos a unos cuantos ejemplos. Pedro confirma el anuncio de la resurrección de Jesús (2,24) mediante la cita del Sal 16,8-11, que atribuye a David (2,29-32). Funda la exaltación de Jesús a la diestra de Dios (2,33) con el Sal 110,1, que también es atribuido a David. También hay referencias de carácter general a todos los profetas, por boca de los cuales Dios ha preanunciado el destino de Jesús (3,18.24; 24,14; 26,22; 28,23). Pablo presenta la resurrección de Jesús como cumplimiento de la promesa hecha a los padres y cita el Sal 2,7 (Hch 13,32-33).
El libro de los Hechos atestigua de modo especial la manera en la que la Iglesia primitiva, no sólo recibió las Escrituras hebreas como herencia propia, sino que se apropió además del vocabulario y de la teología de la inspiración, como se descubre en el modo de citar los textos del Antiguo Testamento. Así, tanto al comienzo (Hch 1,16) como al final del libro (Hch 28,15) se declara que el Espíritu Santo habla por medio de los autores y de los textos bíblicos.
Al comienzo, las Escrituras –que se declaran cumplidas en Jesús– son caracterizadas como «lo que el Espíritu Santo había predicho» (1,16; cf. además 4,25); y, al final, las palabras de Pablo –que cierran los dos volúmenes de la obra lucana– citan Is 6,9-10 en términos similares: «Con razón habló el Espíritu Santo a vuestros padres por medio del profeta Isaías» (28,25).
Esta forma de referirse al Espíritu Santo que habla en la palabra bíblica usando como intermediarios a autores humanos es el modelo que asumieron los cristianos, no sólo para describir las Escrituras hebreas inspiradas, sino también para caracterizar la predicación apostólica.
En efecto, el libro de los Hechos presenta la predicación de los misioneros cristianos, en particular la de Pedro (4,8) y la de Pablo (13,9), como lo hacen con el discurso profético del Antiguo Testamento y el ministerio de Jesús: son expresiones verbales (en forma oral más que escrita) que proceden de la plenitud del Espíritu.
Conclusión
Una de las características del libro de los Hechos es que se refiere a la actividad de los «los testigos oculares y ministros de la Palabra», los cuales tienen una relación múltiple con Jesús. Ellos son ante todo testigos de la resurrección de Jesús, que dan testimonio fundados en los encuentros con el Señor resucitado y por la fuerza del Espíritu Santo.
Presentan la historia de Jesús como cumplimiento del designio salvífico de Dios, refiriéndose al Antiguo Testamento y viendo su propia actividad desde esa misma perspectiva.
Todo lo que se cuenta proviene de Jesús y de Dios. En razón de esta clara cualidad del contenido del libro de los Hechos, también el texto proviene de Jesús y de Dios.
Autor: Pontificia Comisión Bíblica, Santa Sede
Texto: La inspiración y la verdad de la sagrada escritura