Cada uno de los santos debió evitar “la vía ancha y espaciosa” (Mt 7,13), para permanecer sólo, aparte y, allí vivir en la virtud: Elías, Eliseo, Jacob […]
El desierto y el abandono de los tumultos de la vida le proporcionan al hombre la amistad de Dios; así Abraham, cuando salió del país de los caldeos, fue llamado “amigo de Dios” (Jc 2,23).
El gran Moisés también, en el momento de su salida del país de Egipto […] habló con Dios cara a cara, fue salvado de las manos de sus enemigos y atravesó el desierto.
Todos ellos son la imagen de la salida de las tinieblas hacia la luz admirable, y de la subida hacia la ciudad que está al cielo (He 11,16), la prefiguración de la verdadera felicidad y de la fiesta eterna.
En cuanto a nosotros, tenemos cerca de nosotros la realidad que sombras y símbolos anunciaban, quiero decir la imagen del Padre, nuestro Señor Jesucristo (Cuello 2,17; 1,15).
Si lo recibimos como alimento en todo tiempo, y si marcamos con su sangre las puertas de nuestras almas, seremos liberados de los trabajos del Faraón y sus inspectores (Ex 12,7; 5,6s). […]
Ahora hemos encontrado el camino para pasar de la tierra al cielo…
En otro tiempo, a través de Moisés, el Señor precedía a los hijos de Israel en una columna de fuego y de nubarrón; ahora, él mismo nos llama diciendo:
“Si alguien tiene sed, que venga a mí y que beba; del que cree en mí, brotarán ríos de agua viva que saltarán hasta la vida eterna” (Jn 7,37s).
Que cada uno se prepare pues con un deseo ardiente para ir a esta fiesta; que escuche al Salvador llamarlo, porque es él quien nos consuela a todos y cada uno en particular.
El que tenga hambre que acuda a Él: Él es el verdadero pan (Jn 6,32).
El que tenga sed que venga: Él es la fuente de agua viva (Jn 4,10).
Que el enfermo venga a Él: es el Verbo, la Palabra de Dios, que cura a los enfermos. Si alguien está agobiado por el peso del pecado y se arrepiente, que se refugie en sus pies: Él es el descanso y el puerto de la salvación.
Que el pecador tenga confianza, porque dijo: “venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré” (Mt 11,28).
Carta Pascual de san Atanasio, cristiano del siglo IV d.c.