La Fiesta de Pentecostés (de los Cincuenta Días), llamada en el judaísmo Fiesta de las Semanas (Shevuot), se celebraba siete semanas (cincuenta días) después de Pascua. Tuvo en principio un carácter agrícola, de agradecimiento por la culminacion de la cosecha (iniciada en Pascua), tras la siega y la trilla de los cereales. Más tarde tomó un carácter más expresamente religioso y empezó a celebrarse como recuerdo de la estancia de los israelitas en el Monte Sinaí, donde ellos recibieron las Tablas de la Ley (la Torah) e hicieron alianza con Dios (Exodo cap 19 y ss). Ha tomado una importancia especial en el cristianismo, como fiesta del comienzo de la Iglesia, conforme al testimonio de Hech 1-2.
1. Primeros cristianos
Los seguidores de Jesús formaron al principio, tras su muerte, varios grupos (galileos, mujeres, los Doce, parientes…). Pues bien, Lucas supone (tanto en Lc 24 como en Hech 1) que los diversos grupos se mantuvieron unidos, en Jerusalén, formando desde el pirncipio la comunidad de Jesús. Así lo dice en Hechos, después de la Ascensión: «Entonces volvieron a Jerusalén desde el monte que se llama de los Olivos, el cual está cerca de Jerusalén, camino de un sábado. Y cuando entraron, subieron al aposento alto donde se alojaban Pedro, Juan, Jacobo y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Jacobo hijo de Alfeo y Simón el Zelote y Judas hijo de Jacobo. Todos éstos perseveraban unánimes en oración junto con las mujeres y con María la madre de Jesús y con los hermanos de él. En aquellos días se levantó Pedro en medio de los hermanos, que reunidos eran como ciento veinte personas, y dijo…» (Hech 1, 13-15). Éste es para Lucas el comienzo de la iglesia.
(a) Los discípulos vuelven a Jerusalén.
No se quedan sobre el monte, esperando un prodigio. Rompen así con la añoranza de un retorno hacia el pasado y con el deseo de la vuelta inminente de Jesús. Saben que no se manifestará gloriosamente, de inmediato, en la forma que ellos quieren (Hech 1, 6-7), desde el Monte de los Olivos, y así dejan el monte y entran de nuevo en la ciudad que ha matado a Jesús (Jerusalén) para iniciar precisamente desde allí la nueva andadura de la Iglesia.
(b) Se reúnen en la habitación superior…
En una estancia que suele llamarse cenáculo o lugar donde un grupo numeroso puede congregarse para dialogar, compartiendo el pan y el vino, a la caída de la tarde.
La iglesia de Jesús no nace del agua que lava (el Jordán de Juan Bautista), ni tampoco en el desierto de los predicadores apocalípticos o en el templo de los sacerdotes… Ella no surge tampoco en la montaña de las experiencias pascuales (en contra de Mt 28, 16-20). Según Hech 1, 13-14, ella ha comenzado a extenderse desde la habitación superior y común de una casa ordinaria donde el grupo de discípulos y amigos puede reunirse en memoria del Cristo crucificado.
(c) Los discípulos se vinculan en comunión
Como expresamente dice el texto: estaban homothymadon, manteniéndose unidos. Lucas ha integrado en esta comunidad fundante a los grupos más significativos de las primeras iglesias, con la presencia de María, la madre de Jesús. Están las mujeres (→ María Magdalena) de las que no se habla después en Hechos. Están los Doce (menos Judas, a quien se buscará pronto un sustituto) y los hermanos de Jesús. Faltan, evidentemente, los helenistas (que vendrán después) y los galileos que han quedado en su tierra, aunque el número de “hermanos” (unos ciento veinte: doce grupos de diez o diez de doce) nos permite especular.
Estos primeros “discípulos” de Jesús parecen estar realizando una experiencia de vida compartida: recuerdan a Jesús y aprenden a dialogar, comunicándose entre sí. Se dice que están unidos en oración (en proseukhê). Éste era el nombre que solían o podían tener en aquel tiempo las → sinagogas (proseukhê, casa de plegaria), de manera que se podría pensar que ha nacido tras Jesús una nueva sinagoga de judíos mesiánicos, vinculados por la oración, como otros grupos de judíos de aquel tiempo (o como la iglesia posterior de Santiago y los hermanos de Jesús).
El texto no dice cómo oraban, pero debían hacerlo dialogando y decidiendo en común los temas de organización y vida de la comunidad, como indica el texto que sigue (Hech 1, 15-26). En medio de la plegaria se levantó Pedro y propuso: falta un testigo; hay que elegir al sustituto de Judas. Los miembros de la asamblea discutieron, compulsaron las diversas perspectivas y eligieron a los que pensaron más idóneos (José y Matías); luego, conforme a una vieja costumbre judía, echaron a suerte…
Ésta fue la primera decisión colegiada de la iglesia, por discusión y votación (método racional) y por sorteo (en caso de empate, entre dos personas igualmente capaces de realizar la tarea encomendada). Formaban parte de esa primera asamblea electiva la madre de Jesús y unas mujeres. Quienes más tarde las excluyan de la iglesia docente o de sus ministerios directivos parecen oponerse a lo que fue el comienzo de esa Iglesia.
2. El primer Pentecostés de la Iglesia
Es evidente que los discípulos y amigos/amigas oraban también preparándose para la celebración de la fiesta judía de las Semanas, pues se añade que llegaba el día de Pentecostés y que se hallaban todos sentados (en postura solemne de plegaria), ocupados en lo mismo (homou epi to auto: Hech 2,1). Pero la fiesta de estos seguidores de Jesús ya no será la antigua fiesta judía de Pentecostés (en agradecimiento por la cosecha recogida), ni tampoco la celebración de le Ley y de la alianza antigua.
Precisamente en ese contexto de fiesta judía, sobre el grupo ya compacto, donde mujeres, apóstoles y hermanos de Jesús, reunidos con su Madre, forman la nueva comunidad de Jesús, irrumpe el Espíritu Santo “prometido”, suscitando la nueva comunidad israelita, que es la Iglesia (Hech 2, 1-4):
«Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. Y de repente vino un estruendo del cielo, como si soplara un viento violento, y llenó toda la casa donde estaban sentados.
Entonces aparecieron, repartidas entre ellos, lenguas como de fuego, y se asentaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en distintas lenguas, como el Espíritu les daba que hablasen.
En Jerusalén habitaban judíos, hombres piadosos de todas las naciones debajo del cielo. Cuando se produjo este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confundidos, porque cada uno les oía hablar en su propio idioma.
Estaban atónitos y asombrados, y decían: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, oímos nosotros cada uno en nuestro idioma en que nacimos? Partos, medos, elamitas; habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia más allá de Cirene; forasteros romanos, tanto judíos como prosélitos; cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestros propios idiomas los grandes hechos de Dios. Todos estaban atónitos y perplejos, y se decían unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? Pero otros, burlándose, decían: Están llenos de vino nuevo.
Entonces Pedro se puso de pie con los once, levantó la voz y les declaró: Hombres de Judea y todos los habitantes de Jerusalén, sea conocido esto a vosotros, y prestad atención a mis palabras. Porque éstos no están embriagados, como pensáis, pues es solamente la tercera hora del día» (Hech 2, 1-15).
Ésta es la fiesta del nacimiento de la Iglesia, comunidad de personas reunidas y transformadas por el Espíritu de Jesús, que pueden y deben extenderse desde Jerusalén (a través de los judíos de la diáspora y de los prosélitos) a todos los hombres y lenguas del mundo. Esta Jerusalén de la Pascua de Jesús, expandida en forma de nuevo Pentecostés, se abre a todas las naciones.
(a) El Espíritu.
Esta es la fiesta del Espíritu Santo, que viene a ocupar el lugar de la Ley de Israel. Viene como viento que llena la casa, fecundando así al conjunto de la comunidad donde se incluye la madre de Jesús. El viento se vuelve lenguas de fuego que se posan sobre cada uno de los participantes, de manera que la casa de la iglesia aparezca como verdadero Sinaí donde habita y actúa ya por siempre el Espíritu de Dios (Ex 19-24).
Las lenguas de fuego se convierten en palabra (son lenguas), para dar testimonio de Jesús en todas las culturas de la tierra, a todos los pueblos que habitan en el orbe (Hech 2, 1-4).
(b) Todas las lenguas
Había en Jerusalén judíos “piadosos” de todas las naciones. Habían venido a Jerusalén para celebrar la fiesta de la Ley judía, que se expresa básicamente en hebreo. Pues bien, invirtiendo ese proceso, los discípulos de Jesús, pueden hablar y hablan en todas las lenguas del mundo; ellos tienen una experiencia (una doctrina) que puede y debe expresarse de manera múltiple, pero sin dividir y enfrentar a las gentes (como en el episodio de Babel en Gen 10), sino reuniéndolas desde la misma pluralidad.
Eso significa que la Iglesia de Jesús no tiene una lengua, sino muchas, vinculadas por el lenguaje del Espíritu, es decir, por el amor de Jesús.
De esa forma, el mismo judaísmo, que hablaba ya en muchas lenguas, se abre por Jesús a todas ellas, como expresión de un evangelio polivalente.
(c) La nueva embriaguez
La referencia al vino nuevo y a un tipo de embriaguez ritual forma parte de Pentecostés, que parte de la tradición judía había convertido en fiesta del vino (del pan y del vino), como han puesto de relieve E. Nodet y E. Taylor, The Origins of Christianity, Grazier, Collegeville MI 1998.
Los miembros de diversas agrupaciones de tipo apocalíptico y sapiencial, celebraban de manera preferente los días de Pentecostés, compartiendo una comida sagrada (que era anticipo de la comida del Reino) y bebiendo el vino de las promesas de Dios (que era el vino nuevo del mismo Reino). Pues bien, Pedro responde que aún no es hora de celebrar esa fiesta, que es propio de la tarde, no de la mañana, en que se encuentran, al abrirse el día: es la hora tercia, (Hech 2,15), añadiendo que el entusiasmo, la locuacidad y la poligloxia de los participantes del grupo mesiánico no proviene del vino ritual, sino de la experiencia de Jesús, vinculada al cumplimiento de las profecías mesiánicas.
Esta Iglesia de Pentecostés aparece, así como una consecuencia expresión de la vinculación mesiánica de los discípulos de Jesús, enriquecidos por el Espíritu de Dios, que les hace profetas y portadores de su palabra de salvación para todos los pueblos.
De esa manera, el don de lenguas, entendido como carisma de comunicación, se interpreta de forma misionera: los cristianos han de ser capaces de expresar y expandir el mensaje de Jesús en todas las lenguas y culturas de la tierra, invirtiendo por tanto la ruptura de comunicación que la Biblia había situado en el principio de la historia, en la escena de la torre de Babel, ciudad de confusión (Gen 11,1-9).
Frente a la confusión de Babel se inicia ahora la expansión unificadora de la Iglesia, que parte de Jerusalén y se extiende a todo el mundo.
Autor: Xabier Pikaza, teólogo español