LO QUE SE CELEBRA EN PENTECOSTES

LO QUE SE CELEBRA EN PENTECOSTES

La Iglesia celebra la Solemnidad de Pentecostés el día en que se cumplió la promesa de Cristo a los apóstoles de que el Padre enviaría al Espíritu Santo para guiarlos en la misión evangelizadora. Para comprender más de esta fecha, aquí presentamos algunas claves.

Proviene de la palabra griega que significa “quincuagésimo” (pentecoste)

La razón es que Pentecostés es el quincuagésimo día (en griego, pentecoste hemera) después del Domingo de Pascua (en el calendario cristiano), nombre se empezó a usar en el período tardío del Antiguo Testamento y fue heredado por los autores del Nuevo Testamento. Esta festividad tiene también otros nombres: La fiesta de las semanas, la fiesta de la cosecha o el día de los primeros frutos.

Hoy en día en los círculos judíos se le conoce como Shavu`ot (en hebreo, “semanas”). Además, se le conoce con diferentes nombres en varios idiomas.

Pentecostés fue otro tipo de fiesta en el Antiguo Testamento

Fue un festival para la cosecha y significaba que esta estaba llegando a su fin. El libro del Antiguo Testamento, Deuteronomio, en su capitulo 16 dice:

“Luego contarás siete semanas; las contarás desde el día en que comiences a cortar el trigo. Entonces celebrarás la fiesta de las Siete Semanas a Yahvé, tu Dios, haciéndole ofrendas voluntarias según lo que hayas cosechado por la gracia de Yahvé, tu Dios”. (Dt. 16:9-10)

En el Nuevo Testamento representa el cumplimiento de la promesa de Cristo y dice al final del Evangelio de San Lucas:

Les dijo: ‘Todo esto estaba escrito: los padecimientos del Mesías y su resurrección de entre los muertos al tercer día… Ahora yo voy a enviar sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad hasta que sean revestidos de la fuerza que viene de arriba’. (Lc. 24:46-49)

El Espíritu Santo tiene diferentes símbolos en el Nuevo Testamento

El libro de los Hechos de los Apóstoles, en su cap 2, nos recuerda:

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido, como el de una violenta ráfaga de viento, que llenó toda la casa donde estaban, y aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y fueron posándose sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía que se expresaran”.

Este pasaje contiene dos símbolos del Espíritu Santo y su actividad: el viento y el fuego.

El viento es un símbolo básico del Espíritu Santo; la palabra griega que significa “Espíritu” (Pneuma) también significa “viento” y “aliento”. Aunque el término usado para “viento” en este pasaje es pnoe (un término relacionado con pneuma), al lector se le da a entender la conexión entre el viento fuerte y el Espíritu Santo.

Existe una conexión entre las “lenguas” de fuego y el hablar en otras “lenguas”

Sí. En ambos casos la palabra griega para “lenguas” es la misma (glossai), y el lector está destinado a entender la conexión. La palabra “lengua” se utiliza para significar tanto una “llama (fuego)” como “lenguaje”.

Las “lenguas como de fuego” que se distribuyen y se almacenan sobre los discípulos, provocan que empiecen a hablar milagrosamente en “otras lenguas” (es decir, los idiomas). Ese es el resultado de la acción del Espíritu Santo, representado por el fuego.

El Espíritu Santo es Dios

Según el Catecismo de la Iglesia Católica, el Espíritu Santo es la “Tercera Persona de la Santísima Trinidad”. Es decir, habiendo un sólo Dios, existen en Él tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta verdad ha sido revelada por Jesús en su Evangelio.

El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. El Señor Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter personal.

Pentecostés significa participar de la vida divina de Cristo y ser testigos

La solemnidad de Pentecostés es una de las más importantes en el calendario de la Iglesia y contiene una rica profundidad de significado. De esta forma lo resumió Benedicto XVI el 27 de mayo del 2012:

“Esta solemnidad nos hace recordar y revivir la efusión del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y los demás discípulos, reunidos en oración con la Virgen María en el Cenáculo (cf. Hch 2, 1-11). Jesús, después de resucitar y subir al cielo, envía a la Iglesia su Espíritu para que cada cristiano pueda participar en su misma vida divina y se convierta en su testigo en el mundo. El Espíritu Santo, irrumpiendo en la historia, derrota su aridez, abre los corazones a la esperanza, estimula y favorece en nosotros la maduración interior en la relación con Dios y con el prójimo”.

Extracto del Editor
Redacción ACI Prensa
Traducido y adaptado por Diego López Marina. Publicado originalmente en National Catholic Register.
Anexo:
En relación al símbolo del fuego el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 696, se señala: Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la vida, dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo.

El profeta Elías que “surgió […] como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha” (Si 48, 1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo (cf. 1 R 18, 38-39), figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca.

Juan Bautista, “que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías” (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que “bautizará en el Espíritu Santo y el fuego” (Lc 3, 16), Espíritu del cual Jesús dirá: “He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!” (Lc 12, 49).
En forma de lenguas “como de fuego” se posó el Espíritu Santo sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de él (Hch 2, 3-4).
La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo (cf. San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). “No extingáis el Espíritu” (1 Ts 5, 19).

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