La presente Carta resumen de “Placuit Deo”, de la Congregación para la Doctrina de la Fe a los obispos de la Iglesia Católica, “Dios dispuso”, pretende resaltar, en el surco de la gran tradición de la fe y con particular referencia a la enseñanza del Papa Francisco, algunos aspectos de la salvación cristiana que hoy pueden ser difíciles de comprender debido a las recientes transformaciones culturales.
La salvación completa de la persona no consiste en las cosas que el hombre podría obtener por sí mismo, como la posesión o el bienestar material, la ciencia o la técnica, el poder o la influencia sobre los demás, la buena reputación o la autocomplacencia. Sabemos además que Dios sigue actuando en la historia y quiere llegar a todos incluso por caminos desconocidos para nosotros, que finalmente convergen en la Persona divina de Jesucristo.
Dispuso Dios en su sabiduría
Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad (Ef 1, 9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina ( Ef 2, 18; 2 P 1, 4). Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación».
El impacto de las transformaciones culturales de hoy en el significado de la salvación cristiana
El mundo contemporáneo percibe no sin dificultad la confesión de la fe cristiana, que proclama a Jesús como el único Salvador de todo el hombre y de toda la humanidad (Hech 4, 12; Rom 3, 23-24; 1 Tm 2, 4-5; Tt 2, 11-15). Por un lado, el individualismo centrado en el sujeto autónomo tiende a ver al hombre como un ser cuya realización depende únicamente de su fuerza.
En esta visión, la figura de Cristo corresponde más a un modelo que inspira acciones generosas, con sus palabras y gestos. (2 Co 5, 19; Ef 2, 18). Por otro lado, se extiende la visión de una salvación meramente interior pero no llega a asumir, sanar y renovar nuestras relaciones con los demás y con el mundo creado. Desde esta perspectiva, se hace difícil comprender el significado de la Encarnación del Verbo, por la cual se convirtió miembro de la familia humana.
Pelagianismo y gnosticismo
El Santo Padre Francisco, se ha referido a dos tendencias que representan las dos desviaciones que acabamos de mencionar y que en algunos aspectos se asemejan a dos antiguas herejías: el pelagianismo y el gnosticismo.
En nuestros tiempos, prolifera una especia de neo-pelagianismo para el cual el individuo pretende salvarse a sí mismo. La salvación es entonces confiada a las fuerzas del individuo, o las estructuras puramente humanas, incapaces de acoger la novedad del Espíritu de Dios.
Un cierto neo-gnosticismo, por su parte, presenta una salvación meramente interior, encerrada en el subjetivismo, que consiste en elevarse «con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida». Se pretende, de esta forma, liberar a la persona del cuerpo y del cosmos material.
Tanto el individualismo neo-pelagiano como el desprecio neo-gnóstico del cuerpo deforman la confesión de fe en Cristo, el Salvador único y universal. ¿Cómo podría Cristo mediar si el hombre se autorrealiza con sus propias fuerzas, como lo propone el neo-pelagianismo? ¿Y cómo podría llegar la salvación a través de la Encarnación de Jesús, su muerte y resurrección si solamente hay que liberar al hombre de las limitaciones del cuerpo y la materia, según la nueva visión neo-gnóstica?
Se reafirma que la salvación consiste en nuestra unión con Cristo, quien, con su Encarnación, vida, muerte y resurrección, ha generado un nuevo orden de relaciones con el Padre y entre los hombres, y nos ha introducido en este orden gracias al don de su Espíritu, para que podamos unirnos al Padre como hijos en el Hijo, y convertirnos en un solo cuerpo en el «primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8, 29).
Aspiración humana a la salvación
El hombre se percibe a sí mismo, directa o indirectamente, como un enigma: ¿Quién soy yo que existo, pero no tengo en mí el principio de mi existir? Cada persona, a su modo, busca la felicidad, e intenta alcanzarla recurriendo a los recursos que tiene a disposición. Muy a menudo coincide con la esperanza de la salud física, a veces toma la forma de ansiedad por un mayor bienestar económico, a través de la necesidad de una paz interior y una convivencia serena con el prójimo.
La salvación no la logra el hombre por si mismo
Con respecto a estas aspiraciones, la fe en Cristo nos enseña, rechazando cualquier pretensión de autorrealización, que solo se pueden realizar plenamente si Dios mismo lo hace posible, atrayéndonos hacia Él mismo.
La salvación completa de la persona no consiste en las cosas que el hombre podría obtener por sí mismo, como la posesión o el bienestar material.
El origen del mal no se encuentra en el mundo material y corpóreo
Además, es necesario afirmar que, de acuerdo con la fe bíblica, el origen del mal no se encuentra en el mundo material y corpóreo, experimentada como un límite o como una prisión de la que debemos ser salvados.
Por el contrario, la fe proclama que todo el cosmos es bueno, en cuanto creado por Dios (Gn 1, 31; Sb 1, 13-14; 1 Tm 4 4), y que el mal que más daña al hombre es el que procede de su corazón (Mt 15, 18-19; Gn 3, 1-19).
En consecuencia, la salvación que la fe nos anuncia no concierne solo a nuestra interioridad, sino a nuestro ser integral. Es la persona completa, de hecho, en cuerpo y alma, que ha sido creada por el amor de Dios a su imagen y semejanza, y está llamada a vivir en comunión con Él.
Cristo, Salvador y Salvación
En ningún momento del camino del hombre, Dios ha dejado de ofrecer su salvación a los hijos de Adán (Gn 3, 15), estableciendo una alianza con todos los hombres en Noé (Gn 9, 9) y, más tarde, con Abraham y su descendencia (Gn 15, 18). La salvación divina recorre su camino concreto a través de la historia eligiéndose un pueblo, a quien ha ofrecido los medios para acercarse a Él, preparando la venida de «un poderoso Salvador en la casa de David, su servidor» (Lc 1,69). En la plenitud de los tiempos, el Padre ha enviado a su Hijo al mundo, quien anunció el reino de Dios, curando todo tipo de enfermedades (Mt 4, 23).
La buena noticia de la salvación tiene nombre y rostro: Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.
La fe cristiana, a través de la salvación por Cristo, nos hace hijos de Dios, partícipes de su naturaleza divina (2 P 1, 4). Por ello, la salvación es vía la encarnación pues El Hijo se ha hecho carne para poder comunicar a cada persona la comunión salvífica con Dios, (Jn 1, 14). Es precisamente asumiendo la carne (Rom 8, 3; Hb 2, 14: 1 Jn 4, 2), naciendo de una mujer (Ga 4, 4), que «se hizo el Hijo de Dios Hijo del Hombre» y nuestro hermano (Hb 2, 14).
En consecuencia, la asunción de la carne, lejos de limitar la acción salvadora de Cristo, le permite mediar concretamente la salvación de Dios para todos los hijos de Adán. Jesús nos ha dado un «camino nuevo y viviente que él nos abrió a través del velo del Templo, que es su carne» (Hb 10, 20).
La salvación consiste en incorporarnos a nosotros mismos en su vida, recibiendo su Espíritu (cf. 1 Jn 4, 13). Así se ha convirtió «en cierto modo, en el principio de toda gracia según la humanidad. Él es, al mismo tiempo, el Salvador y la Salvación.
La economía salvífica
Tanto la visión individualista como la meramente interior de la salvación contradicen también la economía sacramental a través de la cual Dios ha querido salvar a la persona humana. Así vemos, por un lado, la inconsistencia de las pretensiones de auto-salvación, que solo cuentan con las fuerzas humanas. Con la gracia de los sacramentos, los creyentes crecen y se regeneran continuamente, especialmente cuando el camino se vuelve más difícil y no faltan las caídas.
La economía salvífica sacramental también se opone a las tendencias que proponen una salvación meramente interior. El gnosticismo, de hecho, se asocia con una mirada negativa en el orden creado, comprendido como limitación de la libertad absoluta del espíritu humano.
Como consecuencia, la salvación es vista como la liberación del cuerpo y de las relaciones concretas en las que vive la persona. En cuanto somos salvados, en cambio, «por la oblación del cuerpo de Jesucristo» (Hb 10, 10; cf. Col 1, 22), la verdadera salvación, lejos de ser liberación del cuerpo, también incluye su santificación (Rom 12, 1), gracias a los sacramentos
En resumen, la mediación salvífica de la Iglesia, «sacramento universal de salvación» nos asegura que la salvación no consiste en la autorrealización del individuo aislado, ni tampoco en su fusión interior con el divino, sino en la incorporación en una comunión de personas que participa en la comunión de la Trinidad.
Conclusión: comunicar la fe, esperando al Salvador
La conciencia de la vida plena en la que Jesús Salvador nos introduce empuja a los cristianos a la misión, para anunciar a todos los hombres el gozo y la luz del Evangelio, en la confianza de que Dios puede conducir a la salvación en Cristo a «todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia», ya que «en esperanza estamos salvados» (Rom 8, 24).
El Señor Jesucristo transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio» (Flp 3, 20-21).
Extracto de la Carta “Placuit Deo” de la Congregación para la Doctrina de la Fe a los obispos de la Iglesia Católica de todo el mundo sobre algunos aspectos de la salvación cristiana. Febrero año 2018
Extracto y sub títulos del Editor
Para leer texto completo ver texto DISPUSO DIOS REVELARSE A SÍ MISMO