LA PUERTA ABIERTA

LA PUERTA ABIERTA

Mira que he abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar (Ap 3, 8).Estas palabras del libro del Apocalipsis son una invitación a salir de los estrechos límites del propio entorno diario para hacer la experiencia liberadora, y a menudo vivificante, de lo que representa una vida de fe. He abierto ante ti: la fe es siempre un don que constituye una llamada permanente a nuevos descubrimientos.

La experiencia de fe del pueblo de Israel

La fe como la apertura de nuevos horizontes es un tema constante en la Biblia. Abraham, en su vejez, sale de su tierra y llega a ser padre de un pueblo (Gén 12); Moisés enfrenta al Faraón para liberar a su pueblo (Éx 5 – 12). A través de todos estos acontecimientos, crece en Israel el conocimiento experimental y la convicción de que el Señor no es sólo un Dios que promete y exige, sino que es también un Dios fiel.

Esta fidelidad del Señor constituirá la espina dorsal de la fe de Israel y hará al pueblo capaz de esperar contra toda esperanza y de vencer. La fe es siempre una invitación a traspasar fronteras porque abre una brecha en un horizonte cerrado. Es la visión de una perspectiva nueva que se ofrece cuando uno se encuentra en aprietos; es la llamada a salir cuando uno se siente enclaustrado.

La fe supera los límites de la idea de Dios

La fe apela a superar los tristes límites del propio concepto de Dios. En lugar de la visión restringida y miope que se tiene de Él, la fe enseña su grandeza y trascendencia. La búsqueda de Dios es una continua peregrinación, un pasar permanentemente a una comprensión siempre nueva y cada vez más profunda de Dios y de su misterio insondable.

La fe abre también un universo que tal vez se haya cerrado, ayuda a comprender que el mundo no es una prisión, que la existencia humana no es un absurdo, porque ofrece una nueva perspectiva y un nuevo sentido a la vida y a todo cuanto existe. Este horizonte libera del desánimo, destrona los ídolos que esclavizan y libera de los valores falsos y artificiales.

La fe nos descubre a un Dios vivo

La fe no se detiene en los confines de la vida sino que atraviesa las fronteras de la misma muerte. La fe hace comprender no sólo que Dios quiera que el ser humano viva, sino que desea además que la existencia humana supere el tiempo de una existencia terrena. Dios quiere que la persona humana viva para siempre. Dios mantiene no sólo en la vida sino también en la seguridad, incluso más allá de la muerte.

El Dios de la fe es un Dios de vivos y, por ello, la vida no se entiende desde la muerte sino por el contrario la muerte desde la vida. “En cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no han leído aquellas palabras de Dios cuando les dice: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos (Mt 22, 32).

La fe hace superar nuestras limitaciones humanas

Pero la invitación más personal que la fe hace es la de superar los propios límites porque se afirma en la seguridad de que uno puede cambiar, de que es posible la conversión de toda nuestra actitud ante la vida porque todo ser humano es condicionado pero no determinado por ser creado un ser libre.

Creer que Dios acepta al individuo tal como es constituye un estímulo para reconocer la propia realidad y confiar en Su fuerza reconociendo la propia debilidad y necesidad de Él. Por el contrario, aceptarse con resignación, sin deseo de cambio, es signo de una mentira porque uno se acepta de verdad como creatura frente al Creador. Frente a Dios uno se acepta en su verdad más profunda, ser y vivir como hijo de Dios y hermano de los demás.

La fe nos da esperanza

La esperanza impide la instalación, el dejar que las cosas siguen su curso, porque apunta hacia lo alto y jamás se contenta con lo ya alcanzado. Contrariamente al optimismo, la esperanza percibe con agudeza las deficiencias de la situación presente pero no se desanima y tampoco acepta componendas. La esperanza se inspira en el amor, evitando amarguras y fanatismo.

Pero la esperanza requiere de la perseverancia. La esperanza no es una caña movida por la más mínima brisa sino que debe estar anclada en la roca sólida, en el mismo Dios. Esto no significa que la esperanza excluye toda inquietud y toda agitación. La esperanza es la madre de la paciencia. La esperanza sabe esperar. Allí donde falta la esperanza, se experimenta una necesidad de movimiento y de sensaciones que se traduce en incontinencia verbal, curiosidad y una cierta agitación interna y externa.

La auténtica esperanza conoce la inquietud del deseo pero desconoce la ansiedad de la impaciencia. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada? Como dice la Escritura: por tu causa somos muertos todo el día, tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores, gracias a Aquel que nos amó” (Rom 8, 35 – 37).

A modo de conclusión

 Esta es la  verdad que la fe nos regala y esa es la puerta que Jesús nos ha abierto y que nadie puede cerrar (Ap 3, 8). El la abre con su muerte y resurrección y nos convoca a participar en esta nueva  vida de fe y conversión por medio del Espíritu Santo que Dios nos  regala en Pentecostés, en cumplimiento de su promesa hecha en el Antiguo Testamento, a través de los profetas Ezequiel y Jeremías: Yo les daré un corazón nuevo y pondré en ellos un Espíritu nuevo. Quitare de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón nuevo… Pondre mi ley en su interior y Yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo. Ez 11,19-20.Jer 31,33.

Tony Mifsud s.j.

Subtítulos, síntesis y conclusión del editor

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