El gran médico de los que sufren está cerca. Ha tomado sobre él nuestras enfermedades. Nos ha sanado por sus heridas (Is 53,5; Mt 8,17). Está aquí, aplica ahora los remedios saludables. En efecto, está escrito: “yo hiero y doy salud, y no hay nadie que libre de mi mano” (Dt 32,39). No temas. Cuando termine mi ardiente cólera, de nuevo sanaré.
Lo mismo que una madre no se olvida de su criatura, ni deja de sufrir con el hijo de sus entrañas compadeciéndose de él, yo no te olvidaré (Is 49,15). Si el pajarito derrama su ternura sobre sus pequeños, si viene a ellos en todo momento, los llama, les da el alimento en su boca, cuanto más mi compasión se extiende sobre mis criaturas.
Mucho más derramo sobre ti mi ternura. Te visito secretamente. Hablo a tu inteligencia. Llevo alimento para tu reflexión, que se abre como el pico de una pequeña golondrina.
Te doy el alimento del temor del Todopoderoso, del deseo del cielo, el alimento del consuelo de los gemidos, de la compunción, el alimento del canto, del conocimiento profundo, el alimento de los misterios divinos. Si miento cuando te hablo así, pruébamelo y me callaré. Aquí tienes lo que el Señor no cesa de decir a nuestros pensamientos.
¡Qué el Padre de las misericordias y Padre de todo consuelo, les de consuelo eterno y bella esperanza, en Cristo Jesús nuestro Señor! (2 Cor 1,3-7).
A él la gloria y el poder por los siglos de siglos. Amén.
Autor: Juan de Cárpatos, monje y obispo cristiano del siglo VII d.c.