En el siglo noveno, el piadoso San Rabano Mauro escribió esta oración al Espíritu Santo. Es bueno reconocer que, aunque pasen los siglos, podemos seguir utilizando esas mismas palabras, porque expresan la sed del corazón humano:
Ven Espíritu de Dios Creador y visita el hogar de tus fieles. Haz de su pecho un templo de gracia con el don de tu presencia santa. Tú, el amor que consuela a los hijos como eterno regalo del Padre, Caridad, fuente viva de gracia, llama eterna de amor verdadero. Que tu luz ilumine los ojos y tu amor se derrame en el alma. Sé mano vencedora en nuestras luchas, y sendero que nos guíe los pasos. Que tus hijos triunfen al mal y que reine la paz en sus vidas.
Fortalece la fe del creyente que ha nacido a la vida divina. Demos gloria por siempre a Dios Padre y a Jesús triunfador de la muerte, y al Espíritu, vida del alma, alabanza y honor para siempre. Amén.