TODOS QUEDARON LLENOS DEL ESPIRITU SANTO

TODOS QUEDARON LLENOS DEL ESPIRITU SANTO

Durante muchísimo tiempo, Dios Padre había prometido darnos un “Espíritu nuevo”, promesa que los profetas presentaron de diversas maneras y que el pueblo esperó pacientemente.

Pasaron los años, los siglos, y en la plenitud de los tiempos, vino Jesús, el Hijo amado, y confirmó la promesa, digamos la recordó profundamente. Basta leer los capítulos 14 al 16 de San Juan, donde Jesús insiste o mejor se reafirma en la promesa que el Padre nos había hecho: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré (Jn 16,7).

Además, en estos capítulos profundizó sobre el actuar del Espíritu y ahondó su compromiso de enviarlo, promesa que una vez resucitado retoma y reafirma:

Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra. (Hech 1,7-8). Así, en la comunidad de los creyentes, se despierta el deseo del cumplimiento de esta promesa.

La fiesta de Pentecostés es una fecha memorable para los judíos, ya que celebraban la fiesta del fin de la cosecha y llevaban sus “primicias”, los primeros frutos, a Dios; al tiempo que conmemoran el regalo de la Ley dada en el Sinaí a Moisés. Llegada la fiesta de Pentecostés de aquel año de la muerte de Jesús, cuando la comunidad de los primeros discípulos ven que han pasado cincuenta días desde aquel momento especial de la Pascua, (de la resurrección del Señor Jesús), el pequeño grupo de seguidores de Jesús en medio de temores y miedos no esperaban tan pronto el cumplimiento de una promesa mantenida por siglos.

El Espíritu Santo ya no es más promesa. Ahora es realidad, presencia, acción viva y eficaz; ya no es exclusivo de algunos pocos como había sucedido en tiempos pasados, ahora es “Don”, regalo de Dios para todos los creyentes.

Con este acontecimiento se abre una nueva época, el tiempo de la Iglesia, el tiempo del Espíritu Santo. Aunque habían sido advertidos sobre el cumplimiento de la promesa, todo sucedió de manera inesperada:

De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso… (Hech 2,1-13). Así que la famosa promesa del Padre y del Hijo ahora tiene su cumplimiento. Desde entonces los cristianos católicos recordamos y celebramos en “Pentecostés” el don del Espíritu Santo. El relato de Hechos 2, 1-13 nos hace una “descripción” de lo ocurrido, sobria pero expresiva, después de leerla nos surgen interrogantes como ¿qué fue lo que realmente paso allá en esa fiesta de Pentecostés? ¿Qué cambió la vida de los discípulos?

Como respuesta debemos decir que se trató de un acontecimiento misterioso que sobrepasa la experiencia terrena. Es un misterio que para su comprensión y para manifestarlo ante los demás, tiene necesidad de símbolos perceptibles, es decir, de formas que lo hagan visible a los ojos de quienes lean o escuchen este relato, pero que, al mismo tiempo, esconda el misterio de lo acontecido.

Por ello, qué mejor que describirlo como una ráfaga de viento que irrumpe, que llena, que invade pero que nadie puede controlar… describirlo como unas lenguas de fuego que se posan sobre aquellos que reciben la gracia del Espíritu.

¡Genial! Para mi resulta súper genial ver la capacidad expresiva en estas imágenes de lo que aconteció en aquella fiesta. Los que recibieron el Espíritu sienten como una ráfaga de viento que los llena, que los impulsa a ser testigos de Jesús, viento que los invade por todos lados, pero al mismo tiempo son como lenguas de fuego que se posan sobre ellos, como convirtiéndolos en grandes “cirios” que deben alumbrar a la humanidad.

Desde Pentecostés, el Espíritu se hace presente de una manera especial entre los creyentes: les quita los miedos y les infunde valentía para anunciar a Jesús. El cristiano que recibe el Espíritu debe dejarse invadir totalmente por el Espíritu Santo y ser testigo de Jesús en el aquí y en ahora, y llegar hasta los confines donde Dios lo coloque a lo largo de la vida.

Las imágenes pueden ser expresivas, pero quedan cortas para manifestar lo que realmente sucedió. Si alguien me pregunta que fue lo que realmente pasó, le diría que el Espíritu Santo nos llenó, que Dios su promesa cumplió, que para mí el cómo no es preocupación, me basta saber que el Misterio me invadió.

Así se explica Hechos 2,4: Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Esto es lo importante, que todos quedaron llenos del Espíritu y como había sido anunciado, por Jesús, todos se convirtieron en testigos valientes. Ahora el mundo escucha el mensaje en diversas lenguas y a todos es posible el anuncio de la Buena Nueva.

Lo importante no es el viento ni las lenguas de fuego, ni las lenguas extrañas, sino el efecto que el Espíritu Santo obra en cada uno.

Desde Pentecostés el Espíritu Santo se hace presente de una manera especial entre los creyentes: les quita los miedos y les infunde valentía para anunciar a Jesús; les llena de fortaleza, les capacita para llevar el evangelio hasta los “confines de la tierra”.

El Espíritu Santo forma y dirige la comunidad de los creyentes. El nos pone en sintonía con el corazón de Dios. Nos empuja, como una ráfaga de viento, a vivir los valores del evangelio; en una sola palabra, nos impulsa a vivir como hijos de Dios. El nos hace tener una lengua de fuego que anuncia a Jesús.

Así mi querido hermano y hermana lo importante es que hoy el Espíritu que habita en ti, en tu comunidad, en tu grupo, también produzca ruido, se haga oír para que otros se sientan llenos también del Espíritu Santo, porque la promesa o mejor, la realidad del Espíritu Santo es para todos.

Feliz pentecostés, y será una hermosa fiesta si a partir de ella nos sentimos impulsados como los discípulos a dar testimonio de Jesús en todos los ambientes en que nos movemos.

¡Llenemos el mundo del amor de Dios! O como dice el Santo Padre Francisco ¡Hagamos lio!

Autor: Jorge E. Bustamante Mora Pbro.Colombia-. C.E.C.

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