Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres

Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres

Evangelio según san Mateo 4, 18-22

En aquel tiempo, paseando Jesús junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, llamado Pedro, y a Andrés, que estaban echando la red en el mar, pues eran pescadores. Les dijo:

Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres.

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y pasando adelante vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre, y los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.

Comentario del Evangelio

El Evangelio de hoy nos señala que el seguimiento de Jesús comienza en un encuentro. En ese instante, se puede captar el llamado y la libertad de seguirlo. Jesús invita a dejar el oficio conocido y aventurarse a un futuro incierto:

ser pescadores de hombres, o sea buscar seguidores.

Seguramente los apóstoles deben haber tenido muchas dudas. No es fácil lanzarse al vacío sin red de seguridad. El cambio propuesto  por Jesús es radical: no se puede seguir a Jesús y seguir mirando hacia atrás. Hoy nos preguntamos

¿Hemos aceptado el llamado y responsabilidad de ser discípulos?

¿Solamente “vamos a la iglesia”?

¿Cumplimos las normas pero no somos discípulos?

Lecturas del dia

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 10, 9-18

Hermanos:  Si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con los labios se profesa para alcanzar la salvación.  Pues dice la Escritura:  Nadie que crea en él quedará confundido.

En efecto, no hay distinción entre judío y griego, porque uno mis m es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan, pues todo el que invoque el nombre del Señor será salvo. Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; ¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar? ¿cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? y ¿cómo anunciarán si no los envían? Según está escrito: ¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia del bien! Pero no todos han prestado oídos al Evangelio. Pues Isaías afirma: Señor, ¿quién ha creído nuestro mensaje?

Así, pues, la fe nace del mensaje que se escucha, y la escucha viene a través de la palabra de Cristo. Pero digo yo: ¿Es que no lo han oído? Todo lo contrario: A toda la tierra alcanza su pregón y, hasta los confines del orbe, sus palabras.

Sal 18, 2-3. 4-5

A toda la tierra alcanza su pregón.
El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.

Reflexión de las lecturas de hoy  A toda la tierra alcanza su pregón

La liturgia de hoy nos invita a celebrar la fiesta de San Andrés. Fiesta que siempre se encuentra contextualizada en el tiempo de adviento. Por tanto, ya sea la celebración del apóstol o del adviento, nos encontramos en sintonía con un “despertar” al encuentro personal con Jesús y a la disponibilidad para anunciar este mensaje de salvación a toda la tierra.

En la Carta a los Romanos, Pablo se remite a la Escritura para afirmar que todas las personas que creemos en Jesús nunca seremos confundidas ni defraudadas. Y al mismo tiempo, nos interpela y cuestiona sobre nuestra predicación y anuncio del Evangelio. Hacer posible que las personas encuentre el sentido de sus vidas está estrechamente vinculado a la responsabilidad que cada uno de nosotros tenemos frente al compromiso de anunciar a Jesús, el Hijo de Dios.

Dejemos resonar en nuestro interior: ¿Cómo creerán en Aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo oirán hablar de Él sin que nadie que anuncie?

Ser portadores de esta Buena Noticia nos transforma. Transforma nuestra vida y nos convierte en sus mensajeros.

Paseando junto al mar de Galilea vio a…
El Evangelio de hoy nos relata el encuentro de Jesús con varias personas en su contexto y quehaceres cotidianos. Jesús les invita a ser parte de su grupo más próximo: aquellos que, conviviendo con Él, se empapan de una propuesta de vida que no se limita a cambiar sus vidas, sino que los transforma en mensajeros de Dios. Un mensaje que será y es proclamado con la vida y con la palabra.

Impresiona la presentación sintética de la llamada y de la respuesta. Llamada y respuesta radical, que implican, por un lado, dejar algo importante (sus redes) y, por otro, un movimiento (seguirle).

“Y pasando adelante vio a…”. Jesús llama a unos y a otros… llama para vivir con Él y para enviarlos a predicar el Reino de Dios. El Maestro llama a cada uno de nosotros y a muchas personas que todavía no se han encontrado con Él de forma experiencial. O que no han reconocido su voz…

Pablo nos recuerda que sólo a través del anuncio explícito de nuestra fe, de acompañar, de ofrecer tiempos y espacios de encuentro, podemos escuchar y reconocer su voz, podemos encontrarnos con Jesús. Sólo con el compromiso de quien es enviado, a toda la tierra le llega la buena noticia de Dios.

Hoy, nosotros somos sus mensajeros. La Iglesia es fiel a su identidad en la medida en que predica con el testimonio y con la palabra que Jesús es el Señor. Lancémonos en esta apasionante aventura y, la monotonía, la rutina y “las pocas ganas” desaparecen dando lugar a una vida cotidiana llena de sentido y sabor.

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