Tengan cuidado de los falsos profeta por sus frutos los reconocerán

Tengan cuidado de los falsos profeta por sus frutos los reconocerán

Evangelio según san Mateo 7,15-20

Jesús dijo a sus discípulos: Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán.

Comentario del Evangelio

A lo largo de la vida nos vamos encontrando con multitud de personas que nos ofrecen de todo: placeres, amistad, facilidades, riquezas, sentimientos, diversión, amor, conocimientos… Debemos saber discernir entre los falsos profetas y los que verdaderamente nos acercan a Dios. Movimientos políticos, corrientes filosóficas, sectas de todo tipo que, al final, nos han mostrado su verdadera cara, sus frutos. Cuando un cristiano es coherente con su predicación y ama al prójimo, podemos dar gracias a Dios de estar ante un profeta que edifica a toda la comunidad. Hoy nos preguntamos:

¿Soy un falso o verdadero profeta?
¿Mi vida da testimonio como verdadero profeta?
¿Reconocen los otros que soy un profeta de Dios?

Lecturas del día

Segundo Libro de los Reyes 22,8-13.23,1-3

El sumo sacerdote Jilquías dijo al secretario Safán: “He encontrado el libro de la Ley en la Casa del Señor”. Jilquías entregó el libro a Safán, y este lo leyó. Luego el secretario Safán se presentó ante el rey, y le informó, diciendo: “Tus servidores han volcado la plata que se encontraba en la Casa y se la entregaron a los que dirigen las obras, a los encargados de supervisar la Casa del Señor”. Luego el secretario Safán anunció al rey “Jilquías, el sacerdote, me ha dado un libro”. Y Safán lo leyó delante del rey.

Cuando el rey oyó las palabras del libro de la Ley, rasgó sus vestiduras, y dio esta orden a Jilquías, el sacerdote, a Ajicám, hijo de Safán, a Acbor, hijo de Miqueas, a Safán, el secretario, y a Asaías, el servidor del rey: “Vayan a consultar al Señor por mí, por todo el pueblo y por todo Judá, acerca de las palabras de este libro que ha sido encontrado. Porque es grande el furor del Señor que se ha encendido contra nosotros, ya que nuestros padres no han obedecido a las palabras de este libro y no han obrado conforme a todo lo que está escrito en él”.

El rey mandó que se reunieran junto a él todos los ancianos de Judá y de Jerusalén. Luego subió a la Casa del Señor, acompañado de todos los hombres de Judá y de todos los habitantes de Jerusalén – los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo, desde el más pequeño al más grande – , y les leyó todas las palabras del libro de la Alianza, que había sido hallado en la Casa del Señor. Después, de pie sobre el estrado, el rey selló delante del Señor la alianza que obliga a seguir al Señor y a observar sus mandamientos, sus testimonios y sus preceptos, de todo corazón y con toda el alma, cumpliendo las palabras de esta alianza escritas en aquel libro. Y todo el pueblo se comprometió en la alianza.

Salmo 119(118),33.34.35.36.37.40

Muéstrame, Señor, el camino de tus preceptos,
y yo los cumpliré a la perfección.

Instrúyeme, para que observe tu ley
y la cumpla de todo corazón.

Condúceme por la senda de tus mandamientos,
porque en ella tengo puesta mi alegría.

Inclina mi corazón hacia tus prescripciones
y no hacia la codicia.

Aparta de mí el oprobio que temo,
porque tus juicios son benignos.

Yo deseo tus mandamientos:
vivifícame por tu justicia.

De los ejercicios espirituales de San Vicente de Paúl (1581-1660) Trasladar el fruto

Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que lo sea a costa de nuestros brazos, que lo sea con el sudor de nuestros rostros. Pues muy a menudo tantos actos de amor de Dios, de complacencia, de benevolencia y otras acepciones parecidas y prácticas interiores de un corazón tierno, bien que muy buenas y deseables, son sin embargo muy sospechosas cuando no contemplan en absoluto la práctica del amor efectivo. «En esto dice nuestro Señor, mi Padre es glorificado que aportéis mucho fruto» (Jn 15,8).

Y es a esto a lo que debemos prestar atención; pues hay varios que, por tener el exterior bien formado y el interior lleno de grandes sentimientos de Dios, se paran en ello; y cuando reparan en el hecho y se encuentran en la ocasión de actuar, viven corto. Se jactan de su imaginación calenturienta; se contentan de lo dulces encuentros que tienen con Dios en la oración; hablan con él incluso como ángeles; pero, al salir de ahí es cuestión de trabajar para Dios, de sufrir, de mortificarse, de instruir a los pobres, de ir a buscar la oveja perdida, de amar a quien le falta algo, aceptar las enfermedades o alguna otra desgracia, ¡por desgracia! ya no queda nadie, les falta el valor. No, no, no nos confundamos: toda nuestra tarea consiste en pasar a la acción.

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