Mi madre y mis hermanos son los que cumplen la palabra de Dios

Mi madre y mis hermanos son los que cumplen la palabra de Dios

Evangelio según san Lucas 8, 19-21

En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces lo avisaron: “Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte”. Él respondió diciéndoles: “Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”.

Comentario

Hoy  Jesús ensancha la familia definiendola como aquella que hace vida la Palabra de Dios. Jesús usa su pedagogía para invitar a la muchedumbre a formar parte del Reino. De este modo también nosotros hoy, somos familia de Dios, en la medida en que actualizamos y testimoniamos su Palabra. Hoy se nos invita a hacer una nueva mirada a nuestro entorno para descubrir con quiénes vamos formando esta familia, este Reinado de Dios… Nos podremos sorprender al hacerlo. Por ello mos preguntamos:

¿En qué medida hacemos esfuerzos para que en ella se viva y testimonie la fe?
¿Nos preocupamos de evangelizar en nuestra propia familia de ser necesario?
¿Esta evangelizada nuestra familia?

Lecturas del dia

Lectura del libro de los Proverbios 21, 1-6. 10-13

El corazón del rey es una acequia que el Señor canaliza adonde quiere.
El hombre juzga recto su camino, pero el Señor pesa los corazones.
Practicar el derecho y la justicia el Señor lo prefiere a los sacrificios.
Ojos altivos, corazón ambicioso; faro de los malvados es el pecado.
Los planes del diligente traen ganancia, los del atolondrado, indigencia.
Tesoros ganados con boca embustera, humo que se disipa y trampa mortal.
El malvado se afana en el mal, nunca se apiada del prójimo.
Castigas al cínico y aprende el inexperto, pero el sabio aprende oyendo la lección.
El honrado observa la casa del malvado y ve cómo se hunde en la desgracia.
Quien cierra los oídos al clamor del pobre no será escuchado cuando grite.

Sal 118, 1. 27. 30. 34. 35. 44 

Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la ley del Señor.

Instrúyeme en el camino de tus decretos,
y meditaré tus maravillas.

Escogí el camino verdadero,
deseé tus mandamientos.

Enséñame a cumplir tu voluntad
y a guardarla de todo corazón.

Guíame por la senda de tus mandatos,
porque ella es mi gozo.

Cumpliré sin cesar tu voluntad,
por siempre jamás.

Reflexion del libro de los proverbios

Es Dios quien conoce el corazón humano

El libro de los Proverbios está constituido por una amplia colección de máximas y sentencias, en las que se ha ido sedimentando la sabiduría de todas las generaciones de Israel. Hoy podemos decir que se nos presenta una manera clara de comprobar si nuestra vida de fe y de seguidores de Jesús tiene correspondencia con la vida diaria y cotidiana, con nuestras decisiones más pequeñas, ver que ética y moral impregna nuestro vivir.

Al terminar la lectura me quiero quedar con el último versículo escuchado: “Quien cierra su oído al clamor del necesitado no será escuchado cuando él grite”.

Dios, nos dice el texto que sostiene y puede guiar el corazón humano. Si Dios puede hacer esto con alguien poderoso: un rey; seguro que lo hará con cualquier hombre o mujer que se lo pida, con tal que el ser humano se deje guiar. Dios no necesita violentarnos. “El corazón, (El tuyo, el mío, el nuestro…) es una acequia en manos de Dios, la dirige adonde quiere. Al hombre le parece siempre recto su camino, pero es Dios quien pesa los corazones”.

A esta realidad se nos invita, a dejarnos moldear como la arcilla en las manos del alfarero, a estar atentos a lo que pasa a nuestro alrededor, a acoger este mensaje con humildad, a “mirar, a ver”, ynos daremos cuenta que sin ser verdaderamente malvados, la cantidad de veces que nuestro seguimiento del evangelio es deficitario y nos descubrimos como cerradores de oídos y ojos ante el clamor de tantas necesidades de nuestro mundo.

No nos desanimemos, Dios conoce el deseo profundo de nuestro ser y esperemos que Él sostenga y nos siga enseñando como implicarnos en la construcción de su Reino. Y mientras hacemos camino, que Él sí, escuche nuestro grito. Que no suelte nuestra mano.

 

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