Jesús rompió a llorar

Jesús rompió a llorar

EVANGELIO DEL DIA

domingo 02 Abril 2017

Libro de Ezequiel 37,12-14.

Así habla el Señor: Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de Israel.

Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes, mi pueblo, sabrán que yo soy el Señor.

Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán que yo, el Señor, lo he dicho y lo haré, oráculo del Señor.

Salmo 130(129),1-2.3-4.6.7-8.

 Desde lo más profundo te invoco, Señor.
¡Señor, oye mi voz!
Estén tus oídos atentos al clamor de mi plegaria.

Si tienes en cuenta las culpas, Señor,
¿quién podrá subsistir?
Pero en ti se encuentra el perdón,
para que seas temido.

Mi alma espera al Señor,
más que el centinela la aurora.
Como el centinela espera la aurora,
espere Israel al Señor,

porque en él se encuentra la misericordia
y la redención en abundancia:
Él redimirá a Israel
de todos sus pecados.

Carta de San Pablo a los Romanos 8,8-11.

Hermanos:

Los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios.

Pero ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo.

Pero si Cristo vive en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el espíritu vive a causa de la justicia.

Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes.

Evangelio según San Juan 11,1-45.

Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta.

María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo.

Las hermanas enviaron a decir a Jesús: Señor, el que tú amas, está enfermo.

Al oír esto, Jesús dijo: Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.

Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro.  Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba.

Después dijo a sus discípulos: Volvamos a Judea.

Los discípulos le dijeron: Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?

Jesús les respondió: ¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él. Después agregó: Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo.

Sus discípulos le dijeron: Señor, si duerme, se curará.

Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte.

Entonces les dijo abiertamente: Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo.

Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: Vayamos también nosotros a morir con él.

Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros.

Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano.

Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa.

Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas.

Jesús le dijo: Tu hermano resucitará.

Marta le respondió: Sé que resucitará en la resurrección del último día.

Jesús le dijo: Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?

Ella le respondió: Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo.

Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: “El Maestro está aquí y te llama”.

Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro.

Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado.

Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí.

María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.

Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: ¿Dónde lo pusieron? Le respondieron: “Ven, Señor, y lo verás”.

Y Jesús lloró.

Los judíos dijeron: ¡Cómo lo amaba! Pero algunos decían: Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?

Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima y dijo: Quiten la piedra. Marta, hermana del difunto, le respondió: Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto.

Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?.

Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: “Padre, te doy gracias porque me oíste.

Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.

Después de decir esto, gritó con voz fuerte: ¡Lázaro, ven afuera!

El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desátenlo para que pueda caminar.

Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.

Jesús rompió a llorar

Siendo Dios verdadero, Señor, Tú conocías el sueño de Lázaro y lo anunciabas a los discípulos. Viviendo en la carne, Tú que no tienes límites, vienes a Betania. Hombre verdadero, rompes a llorar por Lázaro. Dios verdadero, por tu voluntad resucitas al que llevaba cuatro días enterrado. Ten piedad de mí, Señor, ya que muchas son mis transgresiones. ¡Desde el abismo clamo a ti, sácame de él! ¡A ti grito, escúchame, Dios de mi salvación!

Llorando por tu amigo, en tu compasión has enjugado las lágrimas de Marta, y por tu pasión voluntariamente aceptada, has enjugado las lágrimas de tu pueblo. (Is 25,8) Dios de nuestros padres, te bendecimos. (Esd 7,27) Guardián de la vida, tú llamas a un muerto como si se tratase de uno que duerme. Por una palabra has rasgado las entrañas del infierno y has resucitado a aquel que se puso a cantar: ¡Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres! Yo, ahogado por los lazos de mis pecados ¡levántame y te cantaré: Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres!

Movida por la gratitud, María te trae un frasco de mirra como una deuda para con su hermano (Jn 12,3) y te canta por todos los siglos. Como mortal, tú invocas al Padre; como Dios despiertas a Lázaro. Por esto te cantamos, oh Cristo, por los siglos de los siglos. Tú resucitas a Lázaro, un muerto de cuatro días. Tú lo haces surgir de la tumba, convirtiéndole en testimonio verídico de tu resurrección al tercer día. Tú caminas, lloras, hablas, Salvador mío, mostrando tu naturaleza humana. Pero resucitando a Lázaro revelas tu naturaleza divina. De manera inefable, Señor, Salvador mío, según tus dos naturalezas, has realizado mi salvación.

San Juan Damasceno (675-749)

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