Las primeras comunidades cristianas releen el libro de los Salmos cantando en él el Misterio de Cristo. (catecismo N° 2641)
Hablar de alabanza es centrarse en la descripción de la fiesta que improvisó David por la llegada del arca de la Alianza. (2 Samuel 6, 12-15 .17-19). El rey David inmoló sacrificios en honor a Dios; oró. Luego su oración llegó a ser jubilosa… era una oración de alabanza, de alegría. Y comenzó a danzar.
Dice la Biblia: “David iba danzando ante el Señor con todas sus fuerzas”». Y David estaba tan contento al dirigir esta oración de alabanza que salió «de toda moderación» y comenzó «a danzar ante el Señor con todas sus fuerzas». Esto era «precisamente la oración de alabanza».
Este episodio se asocia a la palabra de Sara tras dar a luz a Isaac: “el Señor me hizo bailar de alegría”. Esta anciana de 90 años bailó de alegría». David era joven pero también él bailaba y danzaba ante el Señor. Esto también es un ejemplo de oración de alabanza. Es algo diferente de la oración que normalmente hacemos donde pedimos algo al Señor o sólo damos gracias al Señor.
La oración de alabanza la dejamos a un lado. Para nosotros no es algo espontáneo. Algunos, añadió, podrían pensar que se trata de una oración para los de la Renovación en el Espíritu, no para todos los cristianos.
La oración de alabanza es una oración cristiana, para todos nosotros. En la misa, todos los días, cuando cantamos repitiendo “Santo, Santo…”, hacemos oración de alabanza, alabamos a Dios por su grandeza, porque es grande. Y le decimos cosas hermosas, porque a nosotros nos gusta que sea así. Y no importa ser buenos cantantes.
En efecto, no es posible pensar que eres capaz de gritar cuando tu equipo hace un gol y no eres capaz de cantar las alabanzas al Señor, de salir un poco de tu comportamiento habitual para cantar esto.
Alabar a Dios es totalmente gratuito. No pedimos, no damos gracias. Alabamos: tú eres grande: Gloria al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo…. Con todo el corazón decimos esto. Es incluso un acto de justicia, porque Él es grande, es nuestro Dios.
Pensemos en una hermosa pregunta que podemos hacernos hoy:
¿Cómo es mi oración de alabanza?
¿Sé alabar al Señor?
¿O cuando rezo el Gloria o el Sanctus lo hago sólo con la boca y no con todo el corazón?
¿Qué me dice David danzando?
¿Y Sara que baila de alegría?
Cuando David entró en la ciudad, comenzó otra cosa: una fiesta. La alegría de la alabanza nos lleva a la alegría de la fiesta. Fiesta que luego se extiende a la familia, cada uno en su casa comiendo el pan, festejando. Pero cuando David vuelve a entrar en el palacio, debe afrontar el reproche y el desprecio de Mical, la hija del rey Saúl: ¿pero tú no tienes vergüenza de hacer lo que has hecho? ¿Cómo has hecho esto, bailar delante de todos, tú el rey? ¿No tienes vergüenza?
Me pregunto cuántas veces despreciamos en nuestro corazón a personas buenas, gente buena que alaba al Señor, así, de modo espontáneo, sin seguir actitudes formales. Pero en la Biblia se lee que Mical quedó estéril para toda su vida por esto.
¿Qué quiere decir aquí la Palabra de Dios?
Que la alegría, la oración de alabanza nos hace fecundos. Sara bailaba en el momento grande de su fecundidad, a los noventa años. La fecundidad alaba al Señor. El hombre o la mujer que alaba al Señor, que reza alabando al Señor, y cuando lo hace es feliz de hacerlo, y goza cuando canta el Sanctus en la misa, es un hombre o una mujer fecundo.
En cambio, quienes se cierran en la formalidad de una oración fría, medida, así, tal vez terminan como Mical, en la esterilidad de su formalidad. Pensemos e imaginemos a David que baila con todas sus fuerzas ante el Señor. Pensemos cuán hermoso es hacer oraciones de alabanza. Tal vez nos hará bien repetir las palabras del salmo el 23:
“¡Portones! Alzad los dinteles, que se alcen las puertas eternales: va a entrar el rey de la gloria. ¿Quién es ese rey de la gloria? El Señor héroe valeroso, el Señor valeroso en la batalla.
Esta debe ser nuestra oración de alabanza y, cuando elevamos esta oración al Señor, debemos decir a nuestro corazón:
LEVÁNTATE CORAZÓN, PORQUE ESTÁS ANTE EL REY DE LA GLORIA.
Autor:Su santidad el papa Francisco año 2014 mes de enero
Anexo: LA ORACION DE ALABANZA EN EL CATECISMO
2639 La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por El mismo, le da gloria no por lo que hace sino por lo que El es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la Gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (cf. Rm 8, 16), da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquél que es su fuente y su término: “un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros” (1 Co 8, 6).
2640 San Lucas menciona con frecuencia en su Evangelio la admiración y la alabanza ante las maravillas de Cristo, y las subraya también respecto a las acciones del Espíritu Santo que son los hechos de los apóstoles : la comunidad de Jerusalén (cf Hch 2, 47), el tullido curado por Pedro y Juan (cf Hch 3, 9), la muchedumbre que glorificaba a Dios por ello (cf Hch 4, 21), y los gentiles de Pisidia que “se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del Señor” (Hch 13, 48).
2641 “Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor” (Ef 5, 19; Col 3, 16). Como los autores inspirados del Nuevo Testamento, las primeras comunidades cristianas releen el libro de los Salmos cantando en él el Misterio de Cristo. En la novedad del Espíritu, componen también himnos y cánticos a partir del acontecimiento inaudito que Dios ha realizado en su Hijo: su encarnación, su muerte vencedora de la muerte, su resurrección y su ascensión a su derecha (cf Flp 2, 6-11; Col 1, 15-20; Ef 5, 14; 1 Tm 3, 16; 6, 15-16; 2 Tm 2, 11-13). De esta “maravilla” de toda la Economía de la salvación brota la doxología, la alabanza a Dios (cf Ef 1, 3-14; Rm 16, 25-27; Ef 3, 20-21; Judas 24-25).
2642 La revelación “de lo que ha de suceder pronto”, el Apocalip sis, está sostenida por los cánticos de la liturgia celestial (cf Ap 4, 8-11; 5, 9-14; 7, 10-12) y también por la intercesión de los “testigos” (mártires: Ap 6, 10). Los profetas y los santos, todos los que fueron degollados en la tierra por dar testimonio de Jesús (cf Ap 18, 24), la muchedumbre inmensa de los que, venidos de la gran tribulación nos han precedido en el Reino, cantan la alabanza de gloria de Aquél que se sienta en el trono y del Cordero (cf Ap 19, 1-8). En comunión con ellos, la Iglesia terrestre canta también estos cánticos, en la fe y la prueba. La fe, en la petición y la intercesión, espera contra toda esperanza y da gracias al “Padre de las luces de quien desciende todo don excelente” (St 1, 17). La fe es así una pura alabanza.
2643 La Eucaristía contiene y expresa todas las formas de oración: es la “ofrenda pura” de todo el Cuerpo de Cristo “a la gloria de su Nombre” (cf Ml 1, 11); es, según las tradiciones de Oriente y de Occidente, “el sacrificio de alabanza”.