Cuando leemos la Biblia descubrimos algo muy bello: que Jesús y las personas santas se dejaban arrastrar por el Espíritu Santo. Por ejemplo, Lucas nos cuenta que después de su bautismo Jesús, lleno del Espíritu Santo, se alejó del Jordán y se dejó llevar por el Espíritu al desierto (Lucas 4,1). También se nos cuenta que, después de que Felipe convirtió al eunuco y lo bautizó, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y el eunuco ya no lo vio más (Hechos 8,39). De golpe, Felipe se encontró anunciando el Evangelio en otros pueblos.
El que se deja llevar de esa manera ya no está obsesionado por lo que hará mañana, porque sabe que el Espíritu lo llevará donde sea necesario, y eso seguramente será lo mejor. ¡Qué bueno cuando un ser humano es capaz de dejarse impulsar con esa libertad y con esa confianza! Ojalá que seas capaz de aceptar esa experiencia, para que conozcas la libertad del Espíritu Santo.