Es cierto que dentro de nosotros mismos hay cosas oscuras, viven rencores, tristezas, desilusiones, cansancios, egoísmos, vanidades, inclinaciones negativas que quieren arrastrarnos. Hay una atracción de la concupiscencia que nunca nos abandona del todo en esta vida. Sin embargo, esa no es la única verdad. Porque dentro de nosotros también está el Espíritu Santo con sus impulsos, y él es más fuerte que las demás inclinaciones inconscientes que nos atraen. Si no fuera así, seriamos monstruos, sería imposible la vida en sociedad, y la humanidad habría desaparecido hace mucho.
Por eso, si queremos ser agradecidos con el Espíritu Santo, tenemos que detenernos a reconocer, valorar y agradecer las inclinaciones buenas que llevamos dentro. Así, será posible que le permitamos a esa parte buena que llevamos dentro, que cure a la parte negativa. Que esos brotes de alegría que tenemos en el corazón, se hagan fuertes, y acaricien la tristeza que nos amenaza, y la debiliten, y la sanen.
Con el Espíritu Santo podemos lograr que esa parte enojada que exige amor, se deje amar por esa otra parte que dentro de nosotros es capaz de dar amor. Porque el Espíritu Santo también quiere amarnos y sanarnos a través de nosotros mismos; es decir, a través de esas cosas buenas que él mismo suscita en nuestra intimidad y que nosotros podemos aceptar y desarrollar.