Nuestro corazón humano está permanentemente inclinado al egoísmo. Es imposible que sólo con sus propias fuerzas logre dar el paso hacia una verdadera generosidad. A veces sentimos que sería bello entregar la vida en el servicio, con un amor verdaderamente preocupado por los demás, capaz de darlo todo. Pero al mismo tiempo sentimos que no somos capaces, que de inmediato nos preocupamos por nuestras cosas, y los demás quedan para otro momento. Muchas veces nos engañamos creyendo que amamos, pero en realidad buscamos a las personas que puedan hacernos sentir bien. Eso no es más que otra forma de buscarse a sí mismo, y de tener a los demás al servicio de las propias necesidades.
Ya que es imposible cambiar eso con nuestras fuerzas, no nos queda más que pedirle cada día al Espíritu Santo que nos regale un corazón generoso. Sin embargo, podemos cooperar con el Espíritu Santo, ya que él no nos cambia sin nosotros. Él debe derramar primero su amor y su gracia, pero ese amor no produce frutos, no crece, no termina de cambiar nuestro comportamiento, sin alguna cooperación de nuestra parte.
Además de suplicar, nosotros podemos cooperar de distintas maneras. Por ejemplo, tratando de motivarnos, para que se despierten más inquietudes en nuestro corazón y descubramos que es bello ser generosos. Entonces, podemos leer cosas que nos motiven a la generosidad, podemos escuchar canciones que nos ayuden a alimentar ese deseo, y evitar todo lo que alimente nuestro egoísmo. Otra manera de cooperar con el Espíritu Santo es hacer algunos intentos, aunque sea pequeño, de dedicar tiempo a los demás, de renunciar a algo por la felicidad de otro.
Esta cooperación nuestra, como respuesta a la gracia del Espíritu Santo, permitirá que un día logremos tomar una decisión firme y clara de darnos a los demás, de donarnos generosamente, de estar atentos a las necesidades de los demás para ayudarlos a ser felices. Esa decisión sincera será un cambio precioso en nuestra vida.