Los cristianos creemos que toda esta maravilla de la amistad con Dios, de la presencia del Espíritu Santo, es algo que nos supera de tal manera que de ningún modo podemos merecerlo.
Si nunca podemos merecer o comprar la amistad sincera de un ser humano, porque la amistad sólo puede ser un regalo que se da gratis y libremente, con mucha mayor razón es imposible que podamos merecer o comprar la amistad divina.
Y cuando estamos en pecado y nuestro corazón se mueve con el deseo de buscar esa amistad, es porque la gracia de Dios ya está tocando el corazón, ya lo está atrayendo. Siempre es él quien tiene la iniciativa, siempre es él quien ama primero.
Sin embargo, una vez que el Espíritu Santo nos regala su amistad (la gracia santificante), una vez que él comienza a habitar en nosotros como amigo, al mismo tiempo comienza a producir una obra de renovación en nuestra vida.
Es decir, nos toma tan en serio, que quiere que nosotros también participemos en nuestro propio crecimiento, que nos metamos por entero, con todas nuestras energías, en un camino de maduración. Y para eso nos capacita.
Pero nuestros méritos son en primer lugar de Cristo, que se entregó por nosotros, y nunca quieren decir que estamos mereciendo la amistad de Dios.
Esa amistad será siempre un regalo totalmente gratuito de su ternura infinita, una iniciativa de amor y una obra gratuita del Espíritu Santo.