Por un momento pidamos al Espíritu Santo que nos impulse a la alabanza, y oremos con estos preciosos Salmos: Mi corazón está a punto, Dios mío. Voy a cantar y a tocar… Te alabaré entre los pueblos Señor, te cantaré entre la gente, porque tu amor es grande hasta los cielos (Salmo 108,2.4-5). Te ensalzaré Dios mío, mi rey, bendeciré tu nombre por siempre jamás. Todos los días te bendeciré, y alabaré tu nombre por siempre. Grande es el Señor y muy digno de alabanza, su grandeza no tiene medida (Salmo 145,1-3). Cantaré al Señor toda mi vida. Mientras yo exista celebraré a mi Dios. Que mi canto le sea agradable. ¡Y yo me alegraré en el Señor! (Salmo 104,33-34).
Bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios (Salmo 103,2).