Cuando imaginamos al Espíritu como viento, dejemos espacio a la fantasía. El viento hincha las velas y empuja la barca; juega con las arenas del desierto derribando y remodelando dunas; encrespa y hace retumbar las olas del mar; transporta nubes y polen; ruge, silva, se calla…
Dejémonos conducir o arrebatar por el Espíritu como por un viento” (Luis Alonso Schökel).
A veces queremos estar demasiado cómodos, y por eso preferimos que el Espíritu Santo no se meta demasiado en nuestra vida; queremos que todo se quede como está y que no haya sobresaltos.
Pero eso es elegir la muerte. Mejor dejemos que el Espíritu Santo nos lleve donde él quiera, y la vida tendrá mucho más sabor.
Dejémonos llevar por el viento del Espíritu, y todo será mucho más interesante que resistirnos y defendernos.