El Espíritu Santo es maestro de las cosas pequeñas. Frecuentemente no somos felices porque no sabemos valorar esa enseñanza. Muchas veces no disfrutamos de ciertas cosas porque nos parecen pequeñas. Otras veces no hacemos algunas buenas acciones porque nos parecen insignificantes.
Como conclusión, nos quedamos sin nada entre las manos. Se trata de una tentación que nos conviene dominar. Este pequeño momento vale la pena, porque es la simple felicidad que el Señor me está regalando ahora. Si lo acepto, y lo disfruto con sencillez, esto tonifica mi alma, me ayuda a sentirme vivo, y me prepara para otras alegrías más grandes.
Esta pequeña acción vale la pena, dar esta sonrisa vale la pena, regalar este saludo amable vale la pena, ofrecer esa pequeña ayuda, vale la pena. Porque es lo que el Espíritu Santo me está inspirando, y entonces, eso no tiene medida, no es pequeño.
La medida y el valor de ese acto están dados porque es una respuesta a las inspiraciones del Espíritu Santo, porque es un acto de amor. Entonces, vale la pena.