Cuando uno recibe el Espíritu Santo como fuente del propio bien, uno se vuelve un instrumento para comunicar ese bien a los otros. San Buenaventura enseña que si uno deja de dar, deja también de recibir; por eso, la mejor manera de conservar los bienes espirituales es comunicándolos, compartiéndolos. El Espíritu Santo no puede actuar en una persona que se resiste a dar y a compartir:
“Si los ángeles superiores se contuvieran y no quisieran comunicarse a los ángeles inferiores, se cerrarían para sí mismos el camino del influjo divino.
Si niegas a otros el bien que recibes de Dios, no eres digno de la vida eterna” (San Buenaventura). También decía San Buenaventura: “¿Quieres que la piedad de la madre Iglesia descienda hasta ti? Entonces llena el cántaro del vecino”.
Cuando lleno el cántaro del hermano, mi cántaro se mantiene lleno. Es el milagro del amor que puede producir el Espíritu Santo en nuestras vidas.