Ven Espíritu Santo, y enséñame a amarte como tú me amas. Tú sabes que yo soy parte de la hermosura de este mundo, como cada nota es parte de una hermosa canción, y es necesaria igual que las demás. Por eso, aunque nadie me hubiera esperado cuando yo nací, tú sí me esperabas, tú estabas deseando mi nacimiento. Por eso tu Palabra me dice: Yo te amé con un amor eterno (Jer 32,3).
Quiero dejarme mirar con tus ojos de amor, quiero reconocer tu mirada de ternura, y descubrir que, aunque los demás miren mis defectos, tu mirada me contempla amándome. Tu Palabra me dice: Aunque tu propia madre se olvidara de ti, yo nunca te olvidaré (Is 49,15).
Si a veces yo siento que valgo poco, que no sirvo, que no soy digno de amor, sin embargo tu Palabra me dice otra cosa: Eres precioso para mis ojos, y yo te amo (Is 43,4). Toca mi interior herido, Espíritu Santo, para que pueda descubrir que ese amor tan grande también es para mí. Ven Espíritu Santo.