La acción del Espíritu Santo se caracteriza por la alegría, el entusiasmo. Es el gozo de los discípulos de Emaús que sintieron “arder su corazón” junto a Cristo y por eso salieron a comunicarlo a los demás: “Es verdad, ¡el Señor resucitó!” (Lucas 24,34).
Todo el libro de los Hechos muestra con abundantes ejemplos lo que es esa poderosa evangelización “en el Espíritu Santo”. Vale la pena leerlo y dejarnos contagiar por ese entusiasmo evangelizador. Allí vemos cómo los evangelizadores estaban llenos de los dones del Espíritu para poder llegar a los demás.
Para la obra evangelizadora, y para cualquier otra tarea, el Espíritu derrama multitud de dones que nos enriquecen para prestar un buen servicio a los hermanos: son los carismas (1 Corintios 12).
Hay muchos y distintos carismas en cada uno de nosotros, y todos tenemos el derecho y el deber de ejercitar nuestros carismas, cualesquiera sean. Pero el discernimiento de los pastores permite descubrir si el carisma es auténtico y si se lo está ejercitando sanamente (Gálatas 2,2).
Es bueno pedirle al Espíritu Santo que nos haga descubrir nuestros propios carismas, todo lo que él nos ha regalado para servir a los demás.
Sería una pena desaprovechar esa riqueza.