Para entrar en la presencia del Espíritu Santo hay que tener ansias, hay que sentir la necesidad de él, de su luz, de su amor, de su gloria, de su paz. Hace falta presentir que todo lo maravilloso del universo es una chispa que despierta esos anhelos interiores de Dios.
San Agustín nos enseña que la clave para el encuentro con Dios es reconocer ese deseo, y despertarlo, alimentarlo, hacerlo crecer hasta que se haga más fuerte que cualquier otra necesidad: “¡Enamórate de Dios, arde por él! Anhela a aquel que supera todos los placeres.” Porque el Espíritu Santo no obra en nosotros sin algún consentimiento de nuestra parte y ese consentimiento brota del deseo.
Pidamos al Espíritu Santo que él mismo despierte nuestro deseo.