A veces sucede que algunas cosas bellas empiezan a morirse, y sufrimos por la nostalgia, pero no somos capaces de renovarlas para que puedan renacer.
El Espíritu Santo es el que siempre nos mueve a renovar las cosas, a derramar vida donde todo se está muriendo. Él puede darle un nuevo impulso a lo que se ha debilitado, pero para eso tenemos que aceptar que lo haga como él quiera y que se cambie lo que tenga que ser cambiado. Algo de eso descubrimos en lo que el Espíritu Santo hizo a través de San Bernardo, a quien hoy recordamos.
En Bernardo se descubre lo que es un hombre grande en manos del Espíritu Santo, cómo se eleva, cómo se llena y se fortalece una vida donde el Espíritu Santo puede entrar sin dificultades y asumir el control.
Cuando se renuncia a ser el centro, el dominador, el que todo lo controla, y se le otorga al Espíritu el señorío sobre la propia vida, entonces brota una fecundidad sobrehumana.
Cuando uno se libera de la mirada ajena, y renuncia a vivir para el reconocimiento de los demás, se adquiere la verdadera libertad interior.
Nadie es más libre y más fecundo que quien le permite al Espíritu Santo tocar y sanar su libertad.