Cuando le perdemos el miedo al Espíritu Santo, y sabemos confiar en él, entonces de verdad podemos descansar en su presencia, dejándonos amar por el Espíritu Santo.
Las cosas que nos pasen, las renuncias que tengamos que realizar, nos obligarán a enfrentar ese vacío interior que tenemos. El dolor profundo de una pérdida cualquiera nos llevará a preguntarnos por el sentido de nuestra vida.
No es que Dios nos castigue para que aprendamos. Es la vida misma, que está llena de pérdidas, porque todo pasa, todo se acaba, y cuando perdemos una seguridad que nos permitía aferrarnos a algo, entonces no nos queda más que preguntarnos para qué vivimos.
Si estamos sufriendo por algo, pidámosle al Espíritu Santo que nos ayude a aprender de ese sufrimiento, que entendamos el mensaje que tenemos que aprender de ese problema. Entonces nuestro sufrimiento servirá para algo.