A veces el Espíritu Santo no puede regalarme su vida y su paz, y no puede obrar en mi existencia, porque yo estoy obsesionado con algo y quiero conseguirlo por un camino equivocado. Es cierto que necesitamos amor, todos lo necesitamos. Y si alguien dice que no necesita amor está mintiendo, se está engañando a sí mismo, se ha cauterizado para no sufrir. En el fondo de su corazón hay un niño necesitado que está gritando de frío y abandono. Pero nunca lograremos el verdadero amor que necesitamos vendiéndonos a los demás, tratando de hacer todo lo que esperan de nosotros para que nos quieran, violentándonos por dentro y tratando de ser lo que no somos.
Si renunciamos a ser nosotros mismos, ellos no amarán nuestro ser real; amarán sólo esa máscara, esa apariencia que hemos fabricado. No seamos injustos con nosotros mismos y con Dios. Seamos lo que tenemos que ser, nuestro verdadero ser, el que Dios ha creado. Es cierto que tendremos que cultivarnos, pero sin dejar de ser nosotros mismos. Por eso, es mejor dejarnos amar por el Espíritu Santo. Cualquier amor verdadero no es más que un reflejo del Espíritu, que es amor sin límites. Y es un amor que me quiere como soy, y que sólo espera que sea yo mismo. Cuando él me toca por dentro para embellecerme, lo hace respetando esa identidad que él ama. Pidámosle entonces que destruya nuestra máscara y haga brillar nuestra realidad más bella.