Sería bueno que estuviéramos más atentos a todo lo que el Espíritu Santo siembra en el mundo, en todas partes, aún en aquellos que no tienen fe. El Señor nos invita a un diálogo con el mundo, y nos propone también descubrir los signos de esperanza que hay a nuestro alrededor. No todo está perdido, porque el Espíritu Santo actúa siempre y en todas partes; y aún a pesar del rechazo de los hombres, él logra penetrar con sutiles rayos de luz en medio de las peores tinieblas.
Entonces, la actitud del hombre que se deja conducir por el Espíritu no es la de señalar permanentemente lo corrupto, sino también la de descubrir y alentar los signos de esperanza.
Ojalá cada uno de nosotros pueda dar un paso maravilloso: salir de la tristeza, de la queja amarga, del rencor, y tratar de descubrir qué ha sembrado el Espíritu Santo en los demás y dedicarse a fomentar y a alentar esos signos de esperanza.