En medio de todo lo que vivimos hay un encanto secreto, un misterio divino escondido que pocas veces alcanzamos a percibir. En cada cosa y en cada experiencia, hay una luz cautivante que no se descubre a simple vista. Para reconocer esa maravilla que nos rodea y nos envuelve, tenemos que dejarnos tomar e iluminar por el Espíritu Santo.
Él puede cambiar completamente nuestro modo de mirar el mundo. Pero si él no nos ilumina, sólo vemos lo áspero y gris de las cosas. Con el Espíritu Santo, también la enfermedad puede llegar a ser una preciosa experiencia llena de intensidad espiritual; también un fracaso puede dejar una enseñanza profunda; y hasta las caídas pueden convertirse en un trampolín para elevarnos a lo más alto. Con la luz del Espíritu, una hoja que cae es un mensaje de amor, y el atardecer es un maestro de sabiduría.
Dejémonos encantar los ojos por el Espíritu Santo.