En la Carta a los gálatas, San Pablo ha escrito palabras inmortales sobre la libertad cristiana
La libertad es un tesoro que se aprecia realmente sólo cuando se pierde. Acostumbrados a vivir en la libertad, a menudo aparece más como un derecho adquirido que como un don y una herencia para custodiar.
San Pablo invita a los cristianos a permanecer firmes en la libertad que han recibido con el Bautismo, sin dejarse poner de nuevo bajo «el yugo de la esclavitud» (Gal 5,1). El es celoso con la libertad. Es consciente de que algunos «falsos hermanos» se han infiltrado en la comunidad para «espirar – así escribe – la libertad que tenemos en Cristo Jesús, con el fin de reducirnos a esclavitud» (Gal 2,4), volviendo hacia atrás. Una predicación que tuviera que excluir la libertad en Cristo, nunca sería evangélica, sería quizá pelagianismo o jansenismo, pero no evangélica.
Nunca se puede forzar en el nombre de Jesús, hacer esclavo en nombre de Jesús que nos hace libres. La libertad es un don que se nos ha dado en el Bautismo. Pero la enseñanza de San Pablo sobre la libertad es sobre todo positiva. El apóstol propone la enseñanza de Jesús, que encontramos también en el Evangelio de Juan: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (8,31-32).
La llamada, por tanto, es sobre todo a permanecer en Jesús, fuente de la verdad que nos hace libres. La libertad cristiana se funda sobre dos pilares fundamentales: primero, la gracia del Señor Jesús; segundo, la verdad que Cristo nos desvela. ¿Cuál es la verdad que Cristo nos desvela? A Él mismo.
La libertad es fruto de la muerte y resurrección de Jesús. De hecho, la libertad más verdadera, la de la esclavitud del pecado, ha brotado de la Cruz de Cristo. Somos libres de la esclavitud del pecado por la cruz de Cristo. Precisamente ahí donde Jesús se ha dejado clavar, donde se ha hecho esclavo, Dios ha puesto la fuente de la liberación radical del hombre. Esto no deja de sorprendernos: que el lugar donde somos despojados de toda libertad, es decir la muerte, puede convertirse en fuente de la libertad. ¡Pero este es el misterio del amor de Dios! Este misterio del amor de Dios no se entiende fácilmente, sino que se vive. Jesús mismo lo había anunciado cuando dijo: «Por eso me ama el Padre: porque doy mi vida, para después recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente.» (Jn 10,17-18). Jesús lleva a cabo su plena libertad al entregarse a la muerte. Él sabe que solamente de esta manera puede obtener la vida para todos.
Pablo, lo sabemos, había experimentado en primera persona este misterio de amor. Por esto dice a los gálatas, con una expresión extremadamente audaz: «Con Cristo estoy crucificado» (Gal 2,19). En ese acto, de suprema unión con el Señor, él sabe que ha recibido el don más grande de su vida: la libertad. Sobre la Cruz, de hecho, ha clavado «la carne con sus pasiones y sus apetencias» (5,24). Comprendemos cuánta fe animaba al apóstol, qué grande era su intimidad con Jesús y mientras, por un lado, sentimos que a nosotros nos falta esto, por otro, el testimonio del apóstol nos anima para ir hacia adelante en esta vida libre. El cristiano es libre, debe ser libre, no volver a ser esclavos de preceptos, de cosas extrañas.
El segundo pilar de la libertad es la verdad. Recordemos que el primer pilar era el don, el don del Señor, la libertad es un don del Señor. El segundo es la verdad. También en este caso es necesario recordar que la verdad de la fe no es una teoría abstracta, sino la realidad de Cristo vivo, que toca directamente el sentido cotidiano y general de la vida personal. ¡Cuánta gente que no ha estudiado, que no sabe leer ni escribir, pero ha entendido bien el mensaje de Cristo tiene esta sabiduría que los hace libres, sin estudios, pero es la sabiduría de Cristo que ha entrado a través del Espíritu Santo por el Bautismo! Son un testimonio grande de la libertad del Evangelio!
La libertad hace libres en la medida en la que transforma la vida de una persona y la orienta hacia el bien. Para ser realmente libres necesitamos no solo conocernos a nosotros mismos, a nivel psicológico, está allí en el corazón, pero sobre todo hacer verdad en nosotros mismos, a un nivel más profundo. Y ahí, en el corazón, abrirnos a la gracia de Cristo. Nosotros sabemos que hay cristianos que nunca, nunca se inquietan, viven siempre iguales, no hay movimiento en su corazón, falta la inquietud ¿por qué? porque la inquietud es señal que está trabajando el Espíritu Santo dentro de nosotros y la libertad es una libertad activa con la gracia del Espíritu Santo, por esto digo que la libertad nos debe inquietar, nos debe plantear continuamente preguntas, para que podamos ir siempre más al fondo de lo que realmente somos.
Descubrimos de esta manera que el de la verdad y la libertad es un camino fatigoso que dura toda la vida. Es fatigoso permanecer libres, es fatigoso, pero no es imposible. Ánimo, vamos hacia adelante con esto, nos hará bien. Es un camino en el que nos guía y nos sostiene el Amor que viene de la Cruz: el Amor que nos revela la verdad y nos dona la libertad. Y este es el camino de la felicidad. La libertad nos hace libres, nos hace alegres, nos hace felices. Gracias.
Fuente: AciPrensa