En la carta de San Pablo a los Romanos (Rom 8,18-25) el apóstol canta un himno a la esperanza. Seguramente alguno de los romanos fueron a quejarse y Pablo anima a mirar adelante. “Considero que los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará”, dice hablando luego de la Creación “expectante” aguardando la revelación.
Esa es la esperanza: vivir aguardando la revelación del Señor, el encuentro con el Señor. Puede haber sufrimientos y problemas pero eso es mañana, mientras que hoy tienes la prenda de dicha promesa que es el Espíritu Santo que nos espera y ya trabaja desde este momento. La esperanza es como echar el ancla a la otra orilla y agarrarse a la cuerda. Y no solo nosotros; toda la Creación espera ser liberada, “para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios”. Y también nosotros, “que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial”.
La esperanza es ese vivir en tensión siempre; saber que no podemos hacernos el nido aquí: la vida del cristiano está “en tensión”. Si un cristiano pierde esa perspectiva, su vida se vuelve estática, y las cosas que no se mueven se corrompen. Pensemos en el agua: cuando el agua está estancada, non fluye, no se mueve, se corrompe. Un cristiano que no sea capaz de estar expectante, de estar en tensión hacia la otra orilla, le falta algo: acabará corrompido. Para él, la vida cristiana será una doctrina filosófica, la vivirá así, el dirá que es fe, pero sin esperanza no lo es.
Si hablamos de la fe, nos referimos a la fe en Dios que nos ha creado, en Jesús que nos ha redimido, y rezamos el Credo y sabemos cosas concretas de la fe. Si hablamos de la caridad, se refiere a hacer el bien al prójimo, a los demás, y tantas obras de caridad que se hacen a los demás. Pero la esperanza es difícil de comprender: es la más humilde de las virtudes y solo los pobres pueden tener.
Si queremos ser hombres y mujeres de esperanza debemos ser pobres, pobres, no apegados a nada. Pobres. Y abiertos a la otra orilla. La esperanza es humilde, y es una virtud que se trabaja –digamos así– todos los días: todos los días hay que retomarla, todos los días hay que agarrar la cuerda y ver que el ancla esté bien fijada allá, y yo la tengo en la mano; todos los días es necesario recordar que tenemos la prenda, que es el Espíritu que trabaja en nosotros con cosas pequeñas.
Jesús, en el Evangelio (Lc 13,18-21) compara el Reino de Dios con un grano de mostaza sembrado en el campo. Esperamos a que crezca, no vamos todos los días a ver cómo va, porque no crecerá nunca. Hace falta paciencia porque, como dice Pablo, “la esperanza necesita paciencia”. Es la paciencia de saber que nosotros sembramos pero es Dios quien pone el incremento.
La esperanza es artesanal, pequeña, es sembrar un grano y dejar que sea la tierra la que lo haga crecer. Para hablar de la esperanza, Jesús también usa la imagen de la “levadura que una mujer tomó y metió en tres medidas de harina”. Una levadura que no se deja en la nevera, sino que se mezcla con la vida, igual que el grano se mete bajo tierra.
Por eso la esperanza es una virtud que no se ve: trabaja por debajo; nos hace ir a mirar por debajo. No es fácil vivir con esperanza, pero yo diría que debería ser el aire que respira un cristiano, aire de esperanza; de lo contrario, no podrá caminar, no podrá ir adelante porque no sabrá dónde ir.
La esperanza –esto sí que es cierto– nos da una seguridad: la esperanza no defrauda. Nunca. Si tú esperas, no quedarás defraudado. Hay que abrirse a la promesa del Señor, estar expectantes a la promesa, pero sabiendo que es el Espíritu Santo el que trabaja en nosotros.
Que el Señor nos dé a todos esa gracia de vivir por medio del Espíritu Santo que nos mantiene en esperanza.
Homilía del Papa Francisco en Santa Marta 29 de octubre de 2019
Anexo
Carta de san Pablo a los romanos capitulo 8 versículos 18 al 25
18.Estimo que los sufrimientos de la vida presente no se pueden comparar con la Gloria que nos espera y que ha de manifestarse.
19.Algo entretiene la inquietud del universo, y es la esperanza de que los hijos e hijas de Dios se muestren como son.
20.Pues si la creación se ve obligada a no lograr algo duradero, esto no viene de ella misma, sino de aquel que le impuso este destino. Pero le queda la esperanza;
21.porque el mundo creado también dejará de trabajar para que sea destruido, y compartirá la libertad y la gloria de los hijos de Dios.
22.Vemos que la creación entera gime y sufre dolores de parto.
23.Y también nosotros, aunque ya tengamos el Espíritu como un anticipo de lo que hemos de recibir, gemimos en nuestro interior mientras esperamos nuestros derechos de hijos y la redención de nuestro cuerpo.
24.Estamos salvados, pero todo es esperanza. ¿Quieres ver lo que esperas? Ya no sería esperar; porque, ¿puedes esperar lo que ya ves?
25.Esperemos, pues, sin ver, y lo tendremos, si nos mantenemos firmes.