Jesús va en busca de la oveja perdida

Jesús va en busca de la oveja perdida

Evangelio según San Lucas 15,3-7

En aquel tiempo Jesús les contó esta parábola: ¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las otras noventa y nueve en el campo y va en busca de la oveja perdida, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra la pone contento sobre sus hombros, y al llegar a casa junta a sus amigos y vecinos y les dice: ¡Felicitadme, porque ya he encontrado la oveja que se me había perdido! Os digo que hay también más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

Comentario del Evangelio

Son los escribas y los fariseos los destinatarios de esta enseñanza. La parábola es una invitación a los justos para que se conviertan de la propia justicia, que condena, a la alegría del Padre, que justifica. El trasfondo es el de una cultura pastoril. El pastor, que es figura del rey, es el Señor. El corazón del Padre se vuelve totalmente hacia el único hijo que le falta. Su ausencia es un dolor irreparable. No basta la presencia de todos los otros. Prefiere perderse Él antes que perder uno de ellos, pues tiene un amor total por cada uno. Su sufrimiento por la pérdida de uno solo, revela a todos el valor que cada uno tiene ante sus ojos. Esas ovejas que no se consideran perdidas estarán en el desierto hasta cuando descubran su mal, que es la falta de misericordia. Jesús es el “pastor hermoso” que se convirtió en cordero y dio la vida por sus ovejas. Al estar colgado en la cruz, cargó sobre sus hombros el peso de la debilidad humana; sus brazos sostienen la maldición del pecado de toda perdición.

Lecturas del día

Libro de Ezequiel 34,11-16

Así habla el Señor: ¡Aquí estoy yo! Yo mismo voy a buscar mi rebaño y me ocuparé de él. Como el pastor se ocupa de su rebaño cuando está en medio de sus ovejas dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las libraré de todos los lugares donde se habían dispersado, en un día de nubes y tinieblas. Las sacaré de entre los pueblos, las reuniré de entre las naciones, las traeré a su propio suelo y las apacentaré sobre las montañas de Israel, en los cauces de los torrentes y en todos los poblados del país. Las apacentaré en buenos pastizales y su lugar de pastoreo estará en las montañas altas de Israel. Allí descansarán en un buen lugar de pastoreo, y se alimentarán con ricos pastos sobre las montañas de Israel. Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a descansar -oráculo del Señor-. Buscaré a la oveja perdida, haré volver a la descarriada, vendaré a la herida y curaré a la enferma, pero exterminaré a la que está gorda y robusta. Yo las apacentaré con justicia.

Salmo 23(22),1-3a.3b-4.5.6

El Señor es mi pastor,
nada me puede faltar.
El me hace descansar en verdes praderas,
me conduce a las aguas tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el recto sendero,

Aunque cruce por oscuras quebradas,
no temeré ningún mal,
porque Tú estás conmigo:
tu vara y tu bastón me infunden confianza.
Tú preparas ante mí una mesa,
frente a mis enemigos;

unges con óleo mi cabeza
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu gracia me acompañan
a lo largo de mi vida;
y habitaré en la Casa del Señor,
por muy largo tiempo.

Comentario de Juan XXIII (1881-1963)  papa 

Regocijaos conmigo, porque he encontrado a mi oveja, la que había perdido

Siento que Jesús está cada vez más cerca de mí. Ha permitido estos días que caiga en el mar, que me ahogue en la consideración de mi miseria y de mi orgullo, para hacerme comprender hasta qué punto tengo necesidad de él. En el momento en que estoy a punto de sumergirme, Jesús, caminando sobre las aguas, viene, sonriente, a mi encuentro para salvarme. Quisiera decirle con Pedro: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador” (Lc 5,8) pero la ternura de su corazón se me adelanta y con la dulzura de sus palabras me dice: “No tengas miedo” (Lc 5,10).

¡Oh, nada temo a vuestro lado! Descanso enteramente en vos; como la oveja perdida siento los latidos de vuestro corazón; Jesús, una vez más os digo que soy todo vuestro, vuestro para siempre. Con vos soy verdaderamente grande; sin vos no soy que una débil caña, pero apoyado en vos soy una columna. No debo olvidar jamás mi miseria, no para temblar continuamente, sino para que, a pesar de mi humildad y mi confusión, me acerque cada vez con más confianza a vuestro corazón, porque mi miseria es el trono de vuestra misericordia y de vuestro amor.

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