Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo

Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo

Evangelio según San Mateo 22,34-40

Cuando los fariseos se enteraron de que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con Él, y uno de ellos, que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? Jesús le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.

Comentario del Evangelio

El mandamiento más importante

¿Lo más importante de todo lo revelado por Dios? ¡No es poca cosa! Una trampa que pregunta por lo más grande y ante la que Jesús responde de la manera más sencilla, aunque quizá no la más fácil. El mandamiento más importante es amar a Dios con todo lo que somos, como merece ser amado, como Él ama a cada hombre. Pero no se puede entender sin lo siguiente: el amor al hermano, a la persona que se tiene cerca, como se ama uno a sí mismo. Decía san Agustín que “el amor a Dios es el primero en la jerarquía del precepto, pero el amor al prójimo es el primero en el rango de la acción”.

Lecturas del dia

Libro de Rut 1,1.3-6.14b-16.22

Durante el tiempo de los Jueces hubo una gran sequía en el país, y un hombre de Belén de Judá emigró a los campos de Moab, con su mujer y sus dos hijos. Al morir Elimélec, el esposo de Noemí, ella se quedó con sus hijos. Estos se casaron con mujeres moabitas – una se llamaba Orpá y la otra Rut – y así vivieron unos diez años. Pero también murieron Majlón y Quilión, y Noemí se quedó sola, sin hijos y sin esposo. Entonces se decidió a volver junto con sus nueras, abandonando los campos de Moab, porque se enteró de que el Señor había visitado a su pueblo y le había proporcionado alimento. Ellas volvieron a prorrumpir en sollozos, pero al fin Orpá despidió a su suegra con un beso, mientras que Rut se quedó a su lado. Noemí le dijo: “Mira, tu cuñada regresa a su pueblo y a sus dioses; regresa tú también con ella”. Pero Rut le respondió: “No insistas en que te abandone y me vuelva, porque yo iré adonde tú vayas y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Así regresó Noemí con su nuera, la moabita Rut, la que había venido de los campos de Moab. Cuando llegaron a Belén, comenzaba la cosecha de la cebada.

Salmo 146(145),5-6.7.8-9a.9bc-10

Feliz el que se apoya en el Dios de Jacob
y pone su esperanza en el Señor, su Dios:
él hizo el cielo y la tierra,
el mar y todo lo que hay en ellos.
Él mantiene su fidelidad para siempre,
hace justicia a los oprimidos

y da pan a los hambrientos.
El Señor libera a los cautivos,
Abre los ojos de los ciegos
y endereza a los que están encorvados,
el Señor ama a los justos
y entorpece el camino de los malvados.

El Señor protege a los extranjeros
y sustenta al huérfano y a la viuda;
el Señor ama a los justos
El Señor reina eternamente,
reina tu Dios, Sión,
a lo largo de las generaciones.

¡Aleluya!

Comentario de San Basilio (c. 330-379)  Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón

Hemos recibido de Dios la natural tendencia a hacer lo que él manda y no nos podemos revelar como si nos pidiera una cosa extraordinaria, ni enorgullecernos como si diéramos más de lo que se nos ha dado… Al recibir de Dios el mandamiento del amor, inmediatamente, desde nuestro origen, poseemos la facultad natural de amar. Esta información no nos viene desde fuera de nosotros mismos; cada uno, por sí mismo, puede darse cuenta que, naturalmente, buscamos lo que es bueno…; sin que nadie nos lo enseñe, amamos a nuestros allegados por la sangre o por matrimonio; en fin, que gustosos manifestamos nuestra benevolencia a nuestros bienhechores.

Ahora bien ¿hay algo más admirable que la belleza de Dios?… ¿Hay un deseo más ardiente que la sed provocada por Dios en el alma purificada, que clama con sincera emoción: «El amor me ha llagado»? (Ct 2,5)… Esta belleza es invisible a los ojos del cuerpo; tan sólo el alma y la inteligencia pueden captarla. Cada vez que ha iluminado a los santos, ha dejado en ellos el aguijón de un gran deseo, hasta tal punto que han exclamado: «Ay de mí que mi destierro se alarga» (Sl 119, 5), «¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?» (Sl 41,3) y « Quisiera marcharme y estar con Cristo» (Flp 1,23). «Mi alma tiene sed del Dios vivo» (Sl 41,3)… Es así que los hombres, naturalmente, aspiran a lo bueno. Y lo que es bueno es también soberanamente amable; ahora bien, Dios es bueno; todo busca lo bueno; así pues: todo busca a Dios…

Si el afecto de los niños por sus padres es un sentimiento natural que se manifiesta en los instintos de los animales y en la disposición de los hombres a amar a su madre desde la más tierna edad, no seamos menos inteligentes que los niños, ni más estúpidos que las bestias salvajes: no nos quedemos delante de Dios que nos ha creado como si fuéramos unos extraños sin amor. Aunque no hubiéramos aprendido a través de su bondad lo que él es, aún así deberíamos, por el único motivo de ser creados por él, amarlo por encima de todo, y tenerle siempre en el recuerdo como los niños lo tiene con su madre.

 

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