Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos

Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos

Evangelio según san Juan 15, 12-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Este es mí mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros».

Comentario del Evangelio

En el Cenáculo, Jesús resucitado, enviado por el Padre, comunicó su mismo Espíritu a los Apóstoles y con su fuerza los envió a renovar la faz de la tierra. Salir, marchar, no quiere decir olvidar. La Iglesia en salida guarda la memoria de lo que sucedió aquí; el Espíritu Paráclito le recuerda cada palabra y cada gesto. El Señor nos hace sus amigos, nos confía la voluntad del Padre y se nos da Él mismo.

Ésta es la experiencia más hermosa del cristiano: hacerse amigo del Señor Jesús y descubrir en su corazón que Él es su amigo.» (De homilía de S.S. Francisco).

Lecturas del día

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 15, 22-31

En aquellos días, los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir algunos de ellos para mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas, llamado Barsabá, y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y enviaron por medio de ellos esta carta:

«Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia provenientes de la gentilidad. Habiéndonos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alborotado con sus palabras, desconcertando vuestros ánimos, hemos decidido, por unanimidad, elegir a algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, hombres que han entregado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo. Os mandamos, pues, a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de uniones ilegítimas. Haréis bien en apartaros de todo esto. Saludos».

Los despidieron, y ellos bajaron a Antioquía, donde reunieron a la comunidad y entregaron la carta. Al leerla, se alegraron mucho por aquellas palabras alentadoras.

Sal 56, 8-9. 10-12

Te daré gracias ante los pueblos, Señor

Mi corazón está firme, Dios mío,
mi corazón está firme.
Voy a cantar y a tocar:
despierta, gloria mía;
despertad, cítara y arpa;
despertaré a la aurora.

Te daré gracias ante los pueblos, Señor;
tocaré para ti ante las naciones:
por tu bondad, que es más grande que los cielos;
por tu fidelidad, que alcanza las nubes.
Elévate sobre el cielo, Dios mío,
y llene la tierra tu gloria.

Reflexión del Evangelio de hoy  Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros

Siempre ha habido en la historia, en cualquier sentido, gente que se pasa en querer imponer obligaciones a los demás, la mayoría de las veces con dudoso fundamento; en lo concerniente a la Iglesia solemos decir que son “más papistas que el Papa”.

Algo así ocurrió con los primeros cristianos procedentes de la gentilidad que, por las enseñanzas y testimonio de Pablo y Bernabé, habían abrazado el cristianismo. Algunos que, seguramente, habían sido fariseos y habían sido bautizados, querían por todos los medios que, los que habían sido gentiles, se circuncidaran y guardaran la Ley de Moisés.

Los apóstoles y presbíteros, reunidos, estudiaron la situación y decidieron no sobrecargar a estas comunidades con más obligaciones que las que, el sentido común, indicaba; abstenerse de la contaminación de los ídolos, de las uniones ilegítimas, de animales estrangulados y de sangre.

Todo esto lo decidieron en comunión y con la invocación al Espíritu Santo, y eligieron a dos miembros eminentes de la comunidad, Judas llamado Bársaba y a Silas, para que comunicaran a los creyentes de Antioquia, Siria y Cilicia la decisión, estos lo hicieron y además animándolos a perseverar en la fe que habían recibido.

Poner o imponer trabas a los demás es un deporte demasiado extendido; queremos que los otros hagan lo que a nosotros nos cuesta mucho conseguir, sin valorar los traumas que esto puede causar en los que son sometidos a estas trabas.

Si Dios les ha concedido el Espíritu Santo igual que a nosotros, ¿Quiénes somos nosotros para imponer nada?

No importa el sexo, raza, color de piel, estudios o profesión, Dios nos quiere a todos por igual, pues todos somos hijos suyos.

En el salmo 56 se nos dice: “Te daré gracias ante los pueblos, Señor”, es decir, en el fondo debemos dar gracias a Dios por la diversidad de pueblos que ha creado y todo para el bien de cada uno de nosotros.

“Vosotros sois mis amigos”

Jesús en su última cena, tras la institución de la Eucaristía, da a los discípulos, según Juan, una serie de recomendaciones como despedida, ya que su fin está próximo, por eso les da el siguiente mandato: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. “Nadie tiene amor tan grande como el que da la vida por sus amigos”. “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”.

Las palabras de Jesús son diáfanas, nos invita a que entre nosotros reine el mismo amor como el que Él nos ha manifestado. Decimos que amamos a Dios o a Jesús y consideramos que con eso hemos cumplido, sin embargo Cristo nos dice que, aunque amar a Dios es lo más importante, tanto o más es que nos amemos entre nosotros, pues si lo hacemos así el amor a Dios viene implícito con el amor a los hermanos.

El dar la vida por los amigos es un signo de amor, pero no la única forma de amar a los hermanos, no se demuestra así la verdadera amistad; Jesús no dio la vida muriendo, sino poniéndola al servicio de todos. Él no solo nos considera discípulos, sino que nos quiere como amigos, siendo esos amigos indispensables a los que quiere con locura, por eso nos transmite lo que Él ha vivido con el Padre, y pretende que lo asumamos y forme parte de nuestro ADN.

Jesús nos ha llamado a cada uno por nuestro nombre, Él nos ha elegido y nos ha invitado a entrar a formar parte del Reino de Dios, y poner en práctica el amor a los demás.

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