No es un retorno a su vida anterior
La resurrección de Jesús no es una vuelta a su vida anterior para volver de nuevo a morir un día de manera ya definitiva. No es una simple reanimación de su cadáver, como pudo ser el caso de Lázaro o la hija de Jairo. Jesús no regresa a esta vida sino que entra en la vida definitiva de Dios. Jesús ha sido “exaltado” por Dios (Hch 2, 33). Jesús está viviendo ya una vida que no es la nuestra.
No es una supervivencia de su alma inmortal
Los cristianos no han entendido nunca la resurrección de Jesús como una supervivencia misteriosa de su alma inmortal. Jesús resucitado no es “un alma inmortal” ni un fantasma. Es un hombre completo, vivo, concreto, con todo lo que constituye su personalidad. Para los primeros creyentes, a este Jesús resucitado que ha alcanzado ahora toda la plenitud de la vida, no le puede faltar cuerpo.
No es una prodigiosa operación biológica
Los primeros cristianos no describen nunca la resurrección de Jesús como una operación prodigiosa en la que el cuerpo y el alma de Jesús ha vuelto a unirse para siempre. Su atención se centra en el gesto creador de Dios que ha levantado al muerto Jesús a la Vida.
La resurrección de Jesús es una intervención creadora de Dios
No es una permanencia de Jesús en el recuerdo de los suyos. La resurrección es algo que le ha sucedido a Jesús y no a los discípulos. Es algo que ha acontecido en el muerto Jesús y no en la mente o en la imaginación de los discípulos. No es que “ha resucitado” la fe de los discípulos a pesar de haber visto a Jesús muerto en la cruz. El que ha resucitado es Jesús mismo. No es que Jesús permanece ahora vivo en el recuerdo de los suyos.
Intervención resucitadora de Dios
“Jesús ha sido resucitado por Dios” (Hech 2, 24; 3,15_). Para ellos, la resurrección es una actuación del Padre. Jesús ha sido resucitado por la gloria de Dios, es decir, por esa fuerza que nos descubre toda la grandeza gloriosa de Dios (Rm 6, 4); por eso, Cristo resucitado posee un “cuerpo glorioso” (Filp 3,21), una personalidad llena de la fuerza transformadora de Dios. Este paso de Jesús de la muerte a la vida definitiva, es un acontecimiento que desborda esta vida en que nosotros nos movemos. Pero es un hecho real, que ha sucedido. Más aún, para los creyentes es el acontecimiento más real, importante y decisivo que ha sucedido para la historia de la humanidad.
Por eso los primeros cristianos “eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles” (Hech 2,42); los apóstoles “estaban en el templo enseñando al pueblo” (Hech 5,25.28). Por su parte san Pablo llama a su experiencia de la aparición de Jesús “gracia”, regalo de Dios (1 Co 15, 10) y cuando quiere describirla, nos dice que “ha sido alcanzado por Cristo Jesús” (Flp 3,12) y que “ha descubierto el poder de su resurrección” (Flp 3, 10). También la llama “el descubrimiento de Jesús” (Gal 1, 12). Por eso, entiende así su encuentro con el Resucitado: “Dios ha querido revelar en mí a su Hijo” (Gal 1, 16).
¿Por qué es tan importante este conocimiento personal de Jesús?
Porque debe ser cada uno quien vaya descubriendo la humanidad y la divinidad de Cristo. La importancia radica en que ser cristiano es, ante todo y sobre todo, seguir a una persona: Jesucristo. No una doctrina, una teoría, una abstracción.
La fe cristiana es creer en alguien, antes que creer en algo. Y no se puede creer en alguien si no se confía en él. Y no es posible confiar si no se le conoce bien. Conocer a Jesucristo es conocer su vida, sus obras, sus cualidades, su manera de amar y de ver las cosas. Sólo después de esto, será necesario conocer también sus ideas, su mensaje.
Aceptar el mensaje sin una fe firme en la persona provoca la existencia de tantos cristianos inseguros: no saben bien lo que creen y, desde luego, no saben por qué lo creen. Seguir la fe cristiana vitalmente, existencialmente, poniendo la vida en ello, sólo puede hacerse si hemos descubierto y conocido a Jesucristo. Así fue como los apóstoles siguieron al Maestro hasta dar la vida por El.
El primer eco que esta verdad provocaba en los creyentes era la necesidad de transmitir a otros esa fe: anunciar el kerigma (Jesús murió y resucito por nuestra salvación) a los que no lo conocían. También en el mundo de hoy hace falta anunciar a Jesucristo. Anunciarlo con sencillez y con claridad. Unos lo aceptarán y otros no, pero el deber de todo cristiano es anunciarlo.
Para hacerlo bien, sin embargo, es necesario:
Conocer a Jesús: su vida, sus obras, su persona. Como le conocían los Apóstoles
A partir de la resurrección y a su luz, los primeros creyentes volvieron a recordar la actuación y el mensaje de Jesús y, reflexionando sobre su vida y su muerte, fueron descubriendo al verdadero Jesús. Jesús tenía razón, Dios está con él. Los discípulos comprenden que en la vida y el mensaje de este hombre se encierra algo único e incomparable, que es necesario anunciar a todos los hombres: Jesús ofrece verdaderas garantías para alcanzar una liberación definitiva, incluso, por encima de la muerte.
El Resucitado vive en medio de los creyentes
El Señor no solo vive ahora para los hombres, sino entre los hombres. Los discípulos viven animados por la presencia viva del Resucitado (Lc 24, 13-35). Cuando hablan del Resucitado no están hablando de un personaje del pasado, sino de alguien vivo que anima, vivifica y llena con su espíritu y su fuerza a la comunidad creyente. “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
La comunidad creyente no se siente huérfana
El Resucitado camina con nosotros. Es necesario saber descubrirlo en nuestras asambleas (Mt 18, 20) Saber escucharlo en el Evangelio (Mt 7, 24-27) Dejarnos alimentar por él en la cena eucarística (Lc 24, 28-31) Saber encontrarlo en todo hombre necesitado (Mt 25, 31-46).
Resurrección, buena noticia para los hombres
Ahora sabemos que Dios es incapaz de defraudar las esperanzas del hombre que le invoca como Padre.
Dios es el Padre que vence la muerte y resucita todo lo que puede quedar muerto (2 Co 1,9; Ef 1, 18-20).
Dios es el Padre empeñado en salvar al hombre por encima de todo, incluso, por encima de la muerte.
“Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”. (Jn 11, 25).
¿Qué significa para nosotros creer en Jesucristo Resucitado?
A la luz del misterio de Cristo vemos mejor la vocación del hombre. La resurrección nos desvela el destino de cada uno de nosotros. Así, la vocación del hombre, es llegar a ser:
Señor, con Cristo, de toda la creación, libre del espacio, del tiempo y de las limitaciones; El hombre de hoy está más dispuesto para oír y entender las dimensiones cósmicas y universales del acontecimiento “Cristo Resucitado”. El universo y la historia toda está sometida a un proceso de crecimiento, cuyo dinamismo concreto quizá desconocemos, pero cuya dirección se nos ha revelado en Cristo.
La resurrección de Cristo, en efecto, nos da la seguridad de que la historia y el mundo tienen sentido; de que todos los pasos que ahora se den en pro de una auténtica humanización del universo, preparan de algún modo la plenitud final aunque desconozcamos el tiempo y el modo en que esto se realizará. En definitiva, El hombre Jesús orienta y sostiene nuestro vivir.
Cómo vivir en el mundo de hoy el testimonio de la resurrección
Testigos, por habernos encontrado personalmente con Cristo Resucitado, De este encuentro deriva un nuevo conocimiento, un conocimiento experimental, nuevo conocimiento vital, que desborda el entendimiento; una posesión viva por todas las facultades, una visión por los ojos del corazón (Ef. l, 18).
El Espíritu de Cristo Resucitado actúa en nosotros como un dinamismo, una fuerza personal, que empuja a cada hombre y a la totalidad de la historia a ver y aceptar el Amor del Padre, a sentirse hijo.
La resurrección de Cristo y la nueva realidad que ella supone, no es sólo objeto de conocimiento, sino que pasa al nivel vital en la experiencia y en la acción. En la vida misma y en sus expresiones externas, comunicamos esta experiencia que estamos viviendo.
Bajo el influjo de Cristo y de su don personal ya no puede el hombre “buscar su propio interés” (Rom.15, 3), sino “los intereses de los demás” (Flp.2.4).
Pero esto supone que el creyente ha sido invadido, como por una savia, por Cristo resucitado, fuente de vida, “espíritu vivificante”, quien por su Espíritu le comunica la caridad de Dios, infundiéndola en su corazón.
Esta experiencia la vivimos en la Iglesia; es la experiencia misma de la Iglesia, la experiencia comunitaria, no sólo la íntima personal, que avala nuestro testimonio activo.
Ser testigo activo es entonces ser colaborador en el dinamismo de la resurrección de Cristo, Uno vive a Cristo Resucitado, lo experimenta en sí dentro de la comunidad, de la Iglesia, y lo comunica como noticia y como realización progresiva.
Ser testigo como los apóstoles tiene cuatro rasgos definitorios:
Haber sido elegido por Dios, como un profeta.
Haber recibido por el bautismo la misión de dar testimonio de lo que se ha visto y oído.
Haber tenido una experiencia personal con Jesús resucitado.
Haber aceptado la misión de anunciar el evangelio con nuestro testimonio de vida.
Esto es estar totalmente comprometido en el compromiso de Cristo. Y cada hecho concreto, pequeño o grande, cada trabajo, cada dolor, cada compromiso, debe ser tomado como un momento resurreccional, en esta marcha hacia la plenitud universal que ya ha comenzado, que tendrá fracasos parciales y aparentes, pero que no vuelve atrás.
Tarea que es necesario enfatizar y subrayar
Para los ya creyentes es preciso reconocer al Señor, como los de Emaús. Las comunidades cristianas cumplirán esta misión de revelar, de contagiar a todo hombre y a toda cultura la alegría de la Pascua, en la medida en que exista en ellos:
una vida nueva
opción por Jesús
dedicación plena y arriesgada por los valores del Reino
testimonios de vida familiar que encarnen el amor ya presente
oración permanente en la vida diaria
vivir la fe participando de esa fe en comunidad
Sin olvidar que la experiencia básica de la resurrección es ésta: “sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos” (1 Jn.3, 14) pero, “aún no hemos llegado a la meta”
Aquel Jesús de Nazaret vive hoy y es el Señor. El da sentido a la historia y revela al hombre su vocación. Su Espíritu nos hace ser como El: personas nuevas capaces de renovar el mundo y tener la valentía de gritar:
JESUS ESTA VIVO
Luis Alberto Lopez diplomado en Teologia PUC