Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe. Así escribía Pablo de Tarso hacia el año 55 a un grupo de cristianos de Corinto. Si Cristo realmente no ha resucitado, la Iglesia se debe callar porque no puede anunciar ninguna Buena Noticia de salvación para nadie. Toda nuestra fe queda vacía de sentido. No tenemos ninguna esperanza verdaderamente definitiva para aportar a ningún hombre. Solo la resurrección de Jesús fundamenta y da sentido a nuestra fe cristiana. Vamos a tratar de acercarnos a la experiencia que vivieron los primeros creyentes para descubrir su fe convencida en la resurrección de Jesús y para comprender mejor qué significa para nosotros, los cristianos, creer en Cristo resucitado.
LOS DOCUMENTOS
Tendríamos que estudiar todos los escritos que nos han dejado los primeros creyentes, pues en todos ellos se refleja la fe de estos hombres que de diversas maneras y con lenguajes diferentes confiesan el acontecimiento decisivo para los cristianos: Jesús, el Crucificado, ha sido resucitado por Dios. Sin embargo, esta fe en la resurrección de Jesús aparece expresada de manera especial en:
la tradición de las primeras comunidades que:
Confiesan Celebran Enseñan y Transmiten la fe en Cristo resucitado
Por su parte los documentos expresan
Las confesiones de fe, los cánticos , la predicación misionera y los relatos evangélicos
Las confesiones de fe y los cánticos
Son fórmulas muy antiguas y estables, que han nacido en el entusiasmo primero de las comunidades cristianas y en donde se resume lo más fundamental de la fe sin recoger todos sus aspectos. Aquí, los creyentes nos confiesan con toda sencillez y sobriedad que Jesús ha sido resucitado por Dios sin detenerse a narrarnos sus apariciones o encuentros con los discípulos (1 Co 15, 3-5; Rom 4, 25; 10, 9; Fp 2, 6-11, etc).
La predicación misionera
Estos textos nos ofrecen una visión más completa de la fe de los primeros cristianos, pues recogen la primera predicación de los discípulos que proclaman a las gentes lo esencial de la fe cristiana. Estos primeros predicadores anuncian una Buena Noticia: Dios ha cumplido sus promesas de liberación, salvando a Jesús de la muerte y confirmándolo como Mesías y liberador de los hombres. Este acontecimiento nos debe hacer pensar a todos y nos debe empujar a tomar una postura nueva ante la vida poniendo toda nuestra esperanza en Jesucristo (Hech 2, 22-40; 3, 12-26; 4, 8-12; 5, 29-32; 10, 34-43; 13, 15-41).
Los relatos evangélicos
Después de treinta o cuarenta años de vivir profundamente de la fe en el Resucitado, los creyentes vuelven a reflexionar sobre la resurrección de Jesús para evocar los primeros encuentros con el Resucitado, comprender mejor el sentido de la resurrección, alimentar de nuevo su esperanza, extraer las consecuencias más importantes para su vida cristiana y meditar y celebrar con gozo este acontecimiento cuya fuerza transformadora han podido ya experimentar en sus propias vidas.
Por eso, estas narraciones no son una “biografía” de Jesús resucitado. No pretenden ofrecernos una información precisa que nos permita reconstruir los hechos exactamente tal como han sucedido, a partir del tercer día de la ejecución de Jesús. Son catequesis cristianas en las que los creyentes, animados por una fe largamente experimentada en sus vidas, evocan los primeros acontecimientos que dieron origen a la comunidad cristiana, tratando de ahondar más en su fe en Cristo resucitado (Mt 28; Mc 16; Lc 24; Jn 20-21).
La fe cristiana se juega todo en esta carta: Cristo Resucitado.
¡Cristo ha resucitado!
Esto es lo que creyeron y confesaron los primeros cristanos y es lo que creemos y confesamos nosotros. De ahí pende nuestra fe en Dios. Nuestra forma de existir y de esperar, el modo de afrontar la realidad de cada día, la aceptación de nuestra muerte.
Ahora bien, si ésta es la cuestión decisiva en nuestra vida, no podemos contentarnos con repetir una y otra vez “Cristo ha resucitado”, sino que hemos de preguntarnos qué significado tiene esto en mi existir. Sólo interpelado así nuestra fe se vuelve viva y con sentido. De lo contrario, queda reducida a una fórmula vacía.
Nuestro punto de partida debe ser la experiencia de los primeros creyentes. Comenzaremos viendo qué creyeron los apóstoles, qué supuso para ellos el acontecimiento de las apariciones, en qué fundaron su decisión y su compromiso radical. De este modo nos será más fácil descubrir lo que significa para nosotros creer en el Resucitado.
EXPLICACIÓN DEL HECHO DE LA RESURRECCIÓN.
Lo que la ciencia histórica puede decir acerca del hecho de la resurrección de Jesús, es que sus discípulos dieron testimonio de ella. El proceso de la resurrección en cuanto a tal, quedó substraído a toda mirada humana y escapa a toda verificación científica. Las apariciones de Jesús después de su muerte fueron únicamente algunos encuentros con sus amigos y discípulos.
La piedra angular de la fe.
No es la opinión de unos pocos, que fue imponiéndose poco a poco y vino a ser opinión común. No, desde el principio esta convicción es el centro y piedra angular de la predicación de todos.
De la resurrección depende la fe. Ya san Pablo desde muy antiguo nos dice: “Y si Cristo no ha sido resucitado, vacía, por tanto, es nuestra proclamación; vacía también vuestra fe…” (1 Cor 15, 14)
Tal es la actitud de los primeros testigos. No aparecen para nada como gentes que se refugian en una ilusión, llevados de la angustia y la fantasía, por no tener valor para mirar cara a cara la realidad. Pero ellos pueden decir con toda sencillez: “Cristo ha resucitado de entre los muertos” (1 Cor 15, 20)
El más antiguo testimonio escrito que poseemos sobre la resurrección es el de Pablo, lo mismo que respecto de la eucaristía (del año 57 d.C.), a menos de 30 años de la muerte del Señor. Más aún, encabeza aquí sus palabras con la advertencia especial de que también él ha recibido de otros este testimonio. Estas palabras, son pues, más antiguas. Y así tropezamos con el estrato más antiguo, con los testigos presenciales:
“Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí; que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras que fue sepultado y que al tercer día fue resucitado según las Escrituras que se le apareció a Cefas, después a los doce; más tarde se apareció a más de quinientos hermanos juntos, de los cuales, la mayor parte viven todavía; otros han muerto; después se le apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; al último de todos, como un aborto, se me apareció también a mí” (1 Cor 15, 3-8) Este mensaje, coincide con todo lo que sabemos, por los Hechos de los Apóstoles, sobre la primera predicación de los apóstoles.
LOS APÓSTOLES TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN
El Apóstol tiene como misión primera anunciar que Jesús vive. Esta es la gran Noticia que ha llegado hasta nosotros. Esta es la Noticia que tenemos que proclamar a nuestro mundo escéptico e irónico, mundo de hoy que no cree en la Resurrección.
Pero para dar testimonio hay que ver. Nosotros no vimos los hechos históricos, no convivimos con Cristo como los Apóstoles. Sólo nos queda un camino: la fe, según la enseñanza de Jesús a Tomás: “Bienaventurados los que sin ver creyeron”.
NUESTRA META
Cuando por la fe vivamos la Resurrección como si la viéramos y la tocáramos, entonces seremos verdaderos testigos de la Resurrección.
LA PREDICACIÓN APOSTÓLICA : La Salvación está en Jesús
Una fe que no implicara conversión, transformación de vida, mentalidad y unas obras concordes con esa “nueva manera de ser”, seria una fe muerta y estéril. Si esa transformación se da, la Salvación de Cristo está actuando en nosotros.
SIGNIFICADO DE LA RESURRECCIÓN
Admitir y confesar que Jesús ha resucitado significa reconocer que Dios ha testificado a favor de Jesús, ha garantizado de un modo definitivo y radical por medio de sus milagros o de su estilo de vida, que él es el enviado al que tenemos que escuchar y (Mt 17, 5) en quien está la salvación.
Al resucitarle de entre los muertos, Dios hace suyo el escándalo de la cruz, que se convierte desde entonces en signo de esperanza. Este reconocimiento significa un cambio radical de su perspectiva en la esperanza de los apóstoles y de sus contemporáneos que cifraban la expectativa mesiánica en otros objetivos bien distintos. Se trata, para los apóstoles, de una verdadera conversión, de un cambio en sus criterios y esperanzas. Esto es lo que implica creer y confesar que Jesús ha resucitado. Es también para nosotros una verdadera conversión
Dios nos salva en la muerte, no de la muerte.
Desde las apariciones, y por la iluminación interior que reciben, los apóstoles creen que Jesús es Señor, que está a la derecha de Dios, que es el Hijo de Dios. Confesar que Jesucristo es Señor, es reconocerle atributos divinos, la capacidad de dar vida a todos los hombres, el señorío sobre todas las cosas, ser, en definitiva, el único capaz de dar sentido al hombre y al mundo. Creer en el Señor Jesús es creer y experimentar que lo sucedido en Jesús marca la dirección, el sentido y el destino de cada hombre.
Confesar que Jesús vive en Dios, que ha resucitado, es decir, que ha pasado a existir de una manera distinta superando todas las limitaciones del existir humano. Existe ahora de otro modo: inmortal, incorruptible, enteramente libre. No está fuera de la historia. Está metido en ella más que cualquiera de nosotros. Y sin embargo, no está sujeto a sus limitaciones; traspasando los tiempos y los espacios, se hace presente a todos los hombres.
La resurrección es así una nueva forma de estar presente: “Estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos” (Mt.28, 20).
Significa también que en El y a partir de El, se difunde la capacidad de Dios de comunicarnos la vida, de hacernos partícipes de su amor interpersonal, pues nos da su Espíritu. El gesto del Resucitado de soplar sobre los discípulos diciendo; “Recibid el Espíritu Santo”, hace pensar en que Dios sopla para comunicar la vida al hombre:
La vida verdadera que viene de Dios y es fruto de la resurrección. Por eso, Encarnación, Pascua y Pentecostés son realidades inseparables.
LA PRESENCIA EN EL ESPÍRITU SANTO
Este nuevo modo de estar presente se concreta sobre todo en el Espíritu que nos lo comunica. Por eso el significado de la Pascua solo lo entendemos a la luz de Pentecostés, que revela la nueva relación del Resucitado con nosotros. Pablo dice “No soy quien vive sino Cristo vive en mi”.
El Espíritu es el don de Pascua que ayuda a los apóstoles y a los creyentes de todos los tiempos a penetrar en el misterio de Jesús, a conocer la verdad, a descubrir las intimidades de Dios que sólo el Espíritu conoce. El asegura la permanencia de la comunidad creyente y quien nos hace ser y sentirnos hijos y no esclavos. Hijos como él, Jesús, el primogénito.
LA MAÑANA DEL PRIMER DOMINGO.
“Buscáis a Jesús Nazareno que fue crucificado. No está aquí. Ha resucitado”
Todos los evangelios comienzan por una narración muy modesta y sencilla que dice que las mujeres van a ver el sepulcro el domingo por la mañana. Una palabra clave para entender plenamente el sentido de esta narración, es la mención del color “blanco”. Junto al sepulcro es visto un “joven” o ángel que lleva vestiduras blancas. Blanco es el color de la santidad de Dios, el color del fin de los tiempos, cuando Dios reinará; es el color del “día de Yahveh”.
Su reacción es de miedo: “¡Ha resucitado!” El Señor vive.
“Fueron corriendo a contárselo a los discípulos”.
Las apariciones.
La alegría que ahora empieza, no se expresa en formas grandiosas. Dios no quiso ponérnosla ante los ojos en manifestaciones sobrecogedoras, sino sencillamente, humana y casi idílicamente.
María Magdalena piensa que es el cuidador. Pero él no tiene más que decir: “María”, para darse a conocer. A las mujeres las saluda simplemente: “Dios os guarde”.
En Jerusalén, se presenta en medio de los apóstoles, sopla sobre ellos, come con ellos pescado y miel, y les dice: “La paz sea con vosotros”.
En Galilea aparece sobre un monte, se acerca a los allí presentes y habla con ellos. Con Pedro y otros toma desayuno a orillas del lago.
También a Pablo se le aparece, más aun, se le muestra entre esplendores deslumbrantes, pero también con palabras tan humanas como éstas:
“Yo soy Jesús, a quien tu persigues”, le dijo a Pablo
En los relatos de apariciones a las mujeres, los apóstoles, los demás testigos demuestra que tienen miedo, se sienten impotentes como gentes que ha perdido toda confianza. Su esperanza no tiene ya base alguna.
Los textos dan a entender claramente que los apóstoles no abrigaban esperanza alguna. Por lo que atañe a las predicciones de Jesús sobre su propia resurrección, los apóstoles no las entendieron cuando las hizo, y menos después de su muerte.
Las apariciones visibles, signos de su presencia invisible.
En los relatos de apariciones del Señor, nos llama la atención el que los discípulos no lo reconozcan. Esto tiene un profundo sentido. Necesitan tiempo hasta reconocerlo. Pero esto nos hace ver algo aún más profundo que atañe al mismo Jesús y es que Jesús no es ya enteramente el mismo.
Sus apariciones no significan que quiera continuar unas semanas más su vida terrena, sino que inicia a sus discípulos y a su Iglesia en una nueva manera de su presencia. El hecho de que súbitamente pueda ser visto en medio de sus discípulos, no significa sólo que puede entrar “con las puertas cerradas”, sino que está siempre presente aunque no lo vean.
El Señor resucitado es la nueva creación entre nosotros. Las apariciones son indicios tácitos de su presencia permanente.
EL ENCUENTRO DE LOS PRIMEROS CREYENTES CON EL RESUCITADO
Lo que primeramente observamos es la dificultad que experimentan estos hombres para expresar y hacernos presentir un poco este acontecimiento inesperado y desconcertante: Jesús, el crucificado, al que ellos han podido ver muerto, ahora se les presenta lleno de vida. Se trata de una experiencia compartida por bastantes, repetida en diversas circunstancias y que ellos tratan de describir de alguna manera, acudiendo a diversas expresiones y procedimientos narrativos.
Explican un Jesús es el de antes pero ya no es el mismo, es alguien real y concreto pero no pueden convivir con él como antes. Estos hombres hablan de su encuentro con el resucitado, que se les impone lleno de vida y que transforma totalmente sus personas. Veamos algunos rasgos de su experiencia.
El Crucificado se deja ver
Se trata de un encuentro cuya iniciativa no está en los discípulos sino en Jesús. Es el mismo Jesús vivo el que interviene en sus vidas, se les hace presente y se les impone lleno de vida, obligándoles a salir de su desconcierto e incredulidad.
Un encuentro que afecta al hombre entero
No se puede describir adecuadamente estos encuentros llamándolos sencillamente “visiones” o “apariciones”. Según los discípulos, Jesús se les aparece como alguien vivo, en un encuentro que afecta la totalidad de su persona.
En este encuentro han descubierto los discípulos que Jesús, a pesar de haber terminado en una cruz, es el Cristo esperado y es el Señor de la vida y de la muerte porque en él ha comenzado ya la resurrección, es decir, la liberación total y definitiva de los hombres. Por eso, cuando los creyentes tratan de presentar esta experiencia de manera narrativa, la describen con una gran variedad:
Jesús resucitado les saluda, les da la paz, los bendice, los llama, les enseña, los consuela, los envía a una gran misión. Los primeros cristianos viven convencidos de que Jesús ha sido resucitado por Dios. Pero, ¿qué significa esto para aquellos hombres? ¿Qué entendían por resurrección de Jesús?
¿Qué querían decir al hablar de Cristo resucitado?
No es un retorno a su vida anterior
La resurrección de Jesús no es una vuelta a su vida anterior para volver de nuevo a morir un día de manera ya definitiva. No es una simple reanimación de su cadáver, como pudo ser el caso de Lázaro o la hija de Jairo. Jesús no regresa a esta vida sino que entra en la vida definitiva de Dios. Jesús ha sido “exaltado” por Dios (Hch 2, 33). Jesús está viviendo ya una vida que no es la nuestra.
No es una supervivencia de su alma inmortal
Los cristianos no han entendido nunca la resurrección de Jesús como una supervivencia misteriosa de su alma inmortal. Jesús resucitado no es “un alma inmortal” ni un fantasma. Es un hombre completo, vivo, concreto, con todo lo que constituye su personalidad. Para los primeros creyentes, a este Jesús resucitado que ha alcanzado ahora toda la plenitud de la vida, no le puede faltar cuerpo.
No es una prodigiosa operación biológica
Los primeros cristianos no describen nunca la resurrección de Jesús como una operación prodigiosa en la que el cuerpo y el alma de Jesús ha vuelto a unirse para siempre. Su atención se centra en el gesto creador de Dios que ha levantado al muerto Jesús a la Vida.
La resurrección de Jesús es una intervención creadora de Dios.
No es una permanencia de Jesús en el recuerdo de los suyos. La resurrección es algo que le ha sucedido a Jesús y no a los discípulos. Es algo que ha acontecido en el muerto Jesús y no en la mente o en la imaginación de los discípulos. No es que “ha resucitado” la fe de los discípulos a pesar de haber visto a Jesús muerto en la cruz. El que ha resucitado es Jesús mismo. No es que Jesús permanece ahora vivo en el recuerdo de los suyos.
Intervención resucitadora de Dios
“Jesús ha sido resucitado por Dios” (Hech 2, 24; 3,15_). Para ellos, la resurrección es una actuación del Padre. Jesús ha sido resucitado por la gloria de Dios, es decir, por esa fuerza que nos descubre toda la grandeza gloriosa de Dios (Rm 6, 4); por eso, Cristo resucitado posee un “cuerpo glorioso” (Filp 3,21), una personalidad llena de la fuerza transformadora de Dios. Este paso de Jesús de la muerte a la vida definitiva, es un acontecimiento que desborda esta vida en que nosotros nos movemos. Pero es un hecho real, que ha sucedido. Más aún, para los creyentes es el acontecimiento más real, importante y decisivo que ha sucedido para la historia de la humanidad.
Por eso los primeros cristianos “eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles” (Hech 2,42); los apóstoles “estaban en el templo enseñando al pueblo” (Hech 5,25.28). Por su parte san Pablo llama a su experiencia de la aparición de Jesús “gracia”, regalo de Dios (1 Co 15, 10) y cuando quiere describirla, nos dice que “ha sido alcanzado por Cristo Jesús” (Flp 3,12) y que “ha descubierto el poder de su resurrección” (Flp 3, 10). También la llama “el descubrimiento de Jesús” (Gal 1, 12). Por eso, entiende así su encuentro con el Resucitado: “Dios ha querido revelar en mí a su Hijo” (Gal 1, 16).
¿Por qué es tan importante este conocimiento personal de Jesús?
Porque debe ser cada uno quien vaya descubriendo la humanidad y la divinidad de Cristo. La importancia radica en que ser cristiano es, ante todo y sobre todo, seguir a una persona: Jesucristo. No una doctrina, una teoría, una abstracción.
La fe cristiana es creer en alguien, antes que creer en algo. Y no se puede creer en alguien si no se confía en él. Y no es posible confiar si no se le conoce bien. Conocer a Jesucristo es conocer su vida, sus obras, sus cualidades, su manera de amar y de ver las cosas. Sólo después de esto, será necesario conocer también sus ideas, su mensaje.
Aceptar el mensaje sin una fe firme en la persona provoca la existencia de tantos cristianos inseguros: no saben bien lo que creen y, desde luego, no saben por qué lo creen. Seguir la fe cristiana vitalmente, existencialmente, poniendo la vida en ello, sólo puede hacerse si hemos descubierto y conocido a Jesucristo. Así fue como los apóstoles siguieron al Maestro hasta dar la vida por El.
El primer eco que esta verdad provocaba en los creyentes era la necesidad de transmitir a otros esa fe: anunciar el kerigma (Jesús murió y resucito por nuestra salvación) a los que no lo conocían. También en el mundo de hoy hace falta anunciar a Jesucristo. Anunciarlo con sencillez y con claridad. Unos lo aceptarán y otros no, pero el deber de todo cristiano es anunciarlo.
Para hacerlo bien, sin embargo, es necesario
Conocer a Jesús: su vida, sus obras, su persona. Como le conocían los Apóstoles.
A partir de la resurrección y a su luz, los primeros creyentes volvieron a recordar la actuación y el mensaje de Jesús y, reflexionando sobre su vida y su muerte, fueron descubriendo al verdadero Jesús. Jesús tenía razón, Dios está con él. Los discípulos comprenden que en la vida y el mensaje de este hombre se encierra algo único e incomparable, que es necesario anunciar a todos los hombres: Jesús ofrece verdaderas garantías para alcanzar una liberación definitiva, incluso, por encima de la muerte.
El Resucitado vive en medio de los creyentes
El Señor no solo vive ahora para los hombres, sino entre los hombres. Los discípulos viven animados por la presencia viva del Resucitado (Lc 24, 13-35). Cuando hablan del Resucitado no están hablando de un personaje del pasado, sino de alguien vivo que anima, vivifica y llena con su espíritu y su fuerza a la comunidad creyente. “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).
La comunidad creyente no se siente huérfana.
El Resucitado camina con nosotros. Es necesario saber descubrirlo en nuestras asambleas (Mt 18, 20) Saber escucharlo en el Evangelio (Mt 7, 24-27) Dejarnos alimentar por él en la cena eucarística (Lc 24, 28-31) Saber encontrarlo en todo hombre necesitado (Mt 25, 31-46).
RESURRECCION, BUENA NOTICIA PARA LOS HOMBRES
Ahora sabemos que Dios es incapaz de defraudar las esperanzas del hombre que le invoca como Padre.
Dios es el Padre que vence la muerte y resucita todo lo que puede quedar muerto (2 Co 1,9; Ef 1, 18-20).
Dios es el Padre empeñado en salvar al hombre por encima de todo, incluso, por encima de la muerte.
“Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”. (Jn 11, 25).
¿Qué significa para nosotros creer en Jesucristo Resucitado?
A la luz del misterio de Cristo vemos mejor la vocación del hombre. La resurrección nos desvela el destino de cada uno de nosotros. Así, la vocación del hombre, es llegar a ser:
Señor, con Cristo, de toda la creación, libre del espacio, del tiempo y de las limitaciones; El hombre de hoy está más dispuesto para oír y entender las dimensiones cósmicas y universales del acontecimiento “Cristo Resucitado”. El universo y la historia toda está sometida a un proceso de crecimiento, cuyo dinamismo concreto quizá desconocemos, pero cuya dirección se nos ha revelado en Cristo.
La resurrección de Cristo, en efecto, nos da la seguridad de que la historia y el mundo tienen sentido; de que todos los pasos que ahora se den en pro de una auténtica humanización del universo, preparan de algún modo la plenitud final aunque desconozcamos el tiempo y el modo en que esto se realizará. En definitiva, El hombre Jesús orienta y sostiene nuestro vivir.
COMO VIVIR EN EL MUNDO DE HOY EL TESTIMONIO DE LA RESURRECCION
Testigos, por habernos encontrado personalmente con Cristo Resucitado, De este encuentro deriva un nuevo conocimiento, un conocimiento experimental, nuevo conocimiento vital, que desborda el entendimiento; una posesión viva por todas las facultades, una visión por los ojos del corazón (Ef. l, 18).
El Espíritu de Cristo Resucitado actúa en nosotros como un dinamismo, una fuerza personal, que empuja a cada hombre y a la totalidad de la historia a ver y aceptar el Amor del Padre, a sentirse hijo.
La resurrección de Cristo y la nueva realidad que ella supone, no es sólo objeto de conocimiento, sino que pasa al nivel vital en la experiencia y en la acción. En la vida misma y en sus expresiones externas, comunicamos esta experiencia que estamos viviendo.
Bajo el influjo de Cristo y de su don personal ya no puede el hombre “buscar su propio interés” (Rom.15, 3), sino “los intereses de los demás” (Flp.2.4).
Pero esto supone que el creyente ha sido invadido, como por una savia, por Cristo resucitado, fuente de vida, “espíritu vivificante”, quien por su Espíritu le comunica la caridad de Dios, infundiéndola en su corazón.
Esta experiencia la vivimos en la Iglesia; es la experiencia misma de la Iglesia, la experiencia comunitaria, no sólo la íntima personal, que avala nuestro testimonio activo.
Ser testigo activo es entonces ser colaborador en el dinamismo de la resurrección de Cristo, Uno vive a Cristo Resucitado, lo experimenta en sí dentro de la comunidad, de la Iglesia, y lo comunica como noticia y como realización progresiva.
Ser testigo como los apóstoles tiene cuatro rasgos definitorios:
Haber sido elegido por Dios, como un profeta.
Haber recibido por el bautismo la misión de dar testimonio de lo que se ha visto y oído.
Haber tenido una experiencia personal con Jesús resucitado.
Haber aceptado la misión de anunciar el evangelio con nuestro testimonio de vida.
Esto es estar totalmente comprometido en el compromiso de Cristo.
Y cada hecho concreto, pequeño o grande, cada trabajo, cada dolor, cada compromiso, debe ser tomado como un momento resurreccional, en esta marcha hacia la plenitud universal que ya ha comenzado, que tendrá fracasos parciales y aparentes, pero que no vuelve atrás.
TAREA QUE ES NECESARIO SUBRAYAR.
Para los ya creyentes es preciso reconocer al Señor, como los de Emaús.
Las comunidades cristianas cumplirán esta misión de revelar, de contagiar a todo hombre y a toda cultura la alegría de la Pascua, en la medida en que exista en ellos:
una vida nueva
opción por Jesús
dedicación plena y arriesgada por los valores del Reino
testimonios de vida familiar que encarnen el amor ya presente
oración permanente en la vida diaria
participación en comunidad
Sin olvidar que la experiencia básica de la resurrección es ésta:
“sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos” (1 Jn.3, 14) pero, “aún no hemos llegado a la meta”
Aquel Jesús de Nazaret vive hoy y es el Señor. El da sentido a la historia y revela al hombre su vocación. Su Espíritu nos hace ser como El: hombres nuevos capaces de renovar el mundo y tener la valentía de gritar:
JESUS ESTA VIVO
Luis Alberto Lopez diplomado en Teologia PUC
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