La Gracia de Pentecostés es parte del aspecto esencial del plan de Dios y del misterio pascual. Está enraizada en la visión de Dios, que se revela explícitamente en la Epístola a los Efesios.
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado.” (Ef 1,3-6).
Lo que había en la mente de Dios en la eternidad se convirtió en un hecho real en el tiempo a través del poder creativo de Dios. El hombre y la mujer por naturaleza eran seres humanos y, por la gracia, hijos e hijas del Dios amantísimo. En este estado ideal no había ninguna ne-cesidad ni del misterio pascual ni de la gracia de Pentecostés.
Desgraciadamente, este estado ideal de unidad y de amor se destruyó por el mal uso del don del libre albedrío, que dio como resultado la introducción del pecado y el alejamiento de Dios y de uno del otro. Por causa del pecado, los seres humanos perdieron esa relación de privilegio con Dios.
De ahí, la necesidad del misterio pascual de la cual es parte la gracia de Pentecostés. Donde la primera creación no respondió adecuadamente a la gracia de la adopción, había una necesidad de una nueva creación, no a través de la aniquilación, sino por medio de la redención y la reconciliación.
Esta nueva creación llega a través del misterio pascual. Jesús, por su Sangre, trajo el perdón del pecado y la reconciliación con Dios. El Espíritu se derramó sobre las nuevas criaturas que creyeran y aceptaran el plan de Dios. Como resultado, nos convertimos en una nueva creación. De ese modo, el papel del Espíritu es santificar y dar autoridad a aquellos que están redimidos y reconciliados para que puedan ser testigos y sirvan como discípulos de Jesús en el poder del Espíritu.
Esta gracia de Pentecostés fue experimentada por primera vez por Jesús como un anuncio de lo que iba a venir en el momento de su Bautismo en el río Jordán. “Cuando todo el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo, y bajó sobre El el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma..” (Lc 3 21-22).
Esta gracia de Pentecostés fue experimentada oficialmente por ciento veinte reunidos en la sala de arriba en Jerusalén como el cumplimiento de las promesas y el plan de Dios. Pero esta gracia de Pentecostés, en palabras de Pedro, no era sólo para ellos. “..pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro” (Hech 2 39).
La gracia del Bautismo es la gracia de la Redención y de la participación en la vida divina de Dios. Nos convertimos en templos del Espíritu Santo y somos llamados a vivir en el Espíritu.
La gracia de Pentecostés es la activación del poder del Espíritu, ya dado a nosotros en el Bautismo, pero ahora activado y liberado para el servicio en nombre del Reino de Dios. A través de este don somos llamados a dejarnos conducir por el Espíritu.
La gracia del Bautismo nos es dada de modo que podamos crecer en santidad como discípulos de Jesús. La gracia de Pentecostés es liberada de modo que podamos cumplir nuestra misión de testigos de Jesús con signos y prodigios como credenciales nuestras.
De este modo, por este favor especial de Dios, podremos cumplir el mandato de Jesús: “Yo os aseguro: el que crea en mí, hará él también las obras que Yo hago, y hará mayores aún” (Jn 14 12).
La gracia del Bautismo incorpora al individuo al Cuerpo de Cristo. La gracia de Pentecostés da poder al individuo para actuar en nombre de Jesús para el Cuerpo de Cristo y para el for-talecimiento del Cuerpo. La gracia del Bautismo nos hace poder decir “Jesucristo es el Se-ñor” por el poder del Espíritu.
La gracia de Pentecostés nos hace poder ejercitar los dones del Espíritu, realizar diversos ministerios en el Espíritu, completar las obras del Espíritu, todas las cuales están dirigidas al cumplimiento del plan de Dios.
Ya que Dios quiere que todos se salven, la gracia del Bautismo es para todos, aunque no todos aceptarán esta gracia o, si la aceptan, no todos responderán completamente a ella.
Del mismo modo la gracia de Pentecostés es para todos, aunque no todos la reciban o, si lo hacen, puede que no comprendan la envergadura de la gracia dada y la responsabilidad que se contrae.
La gracia del Bautismo y la gracia de Pentecostés se dan una vez, pero debido a nuestra naturaleza humana necesitan ser renovadas para que se reaviven una y otra vez, de modo que todo el propósito de Dios lo podamos alcanzar en nuestras vidas.
Eso era lo que quería decir Pablo a Timoteo cuando escribió: “Por esto te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos” (2 Tm 1, 6).
Autor: Sam G. Jacobs, obispo
El obispo Sam G. Jacobs de Alexandria, Luisiana (EEUU) es Presidente de la Conferencia Na-cional del Comité Ad Hoc de Obispos Católicos