LA ANTIGUA ALIANZA LA ALIANZA DEL SINAI

LA ANTIGUA ALIANZA LA ALIANZA DEL SINAI

Introducción

El camino del desierto fue el itinerario escogido por Dios para llevar al pueblo a una vida de comunión con Él, en alianza con El. De Egipto salió “una muchedumbre abigarrada, una masa de personas” (Ex 12,37-39). Es una “chusma” confusa (Num 11,4) la que se ha visto liberada de la esclavitud. Apenas existen lazos de unión entre ellos. La unión se va a establecer, entre ellos y Dios, y entre sí, mediante la alianza.

En el Sinaí se va a constituir el pueblo de Dios

Con la alianza comienza Israel su existencia como pueblo (Ex cap 19-24). Los momentos fundamentales de la historia de Israel se hallan jalonados por la renovación de esta alianza fundacional (Dt cap 28-32; Jos cap 24; 2R 23; Neh cap 8-10). En el Sinaí Yahveh otorga su alianza al pueblo, que la acepta con su fe (Ex 14,31). Dios, que ha hecho a Israel objeto de su elección y depositario de una promesa, le revela su designio: “Si escucháis mi voz y observáis mi alianza, seréis mi propiedad entre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra, pero vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación consagrada” (Ex 19,5).

El motivo de la elección no es otro que “porque el Señor os ama” (Dt 7,8). “Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: ¿Qué significan esas normas, esas leyes y decretos que os mandó Yahveh, nuestro Dios?, responderás a tu hijo: Eramos esclavos del Faraón y Yahveh nos sacó de Egipto con mano fuerte. Yahveh realizó ante nuestros ojos señales y prodigios grandes en Egipto, contra Faraón y toda su casa. Y a nosotros nos sacó de allí para entregarnos la tierra prometida a nuestros padres. Y nos mandó cumplir todos estos mandamientos…, para que fuéramos felices siempre y para que vivamos como el día de hoy” (Dt 6,20-25).

Dios toma la iniciativa

La alianza parte de Dios, que toma la iniciativa. Dios llama a Moisés para comunicarle las cláusulas de la alianza: “Al tercer mes después de la salida de Egipto, ese mismo día, llegaron los hijos de Israel al desierto de Sinaí. Partieron de Refidim, y al llegar al desierto de Sinaí acamparon en el desierto. Allí acampó Israel frente al monte. Moisés subió hacia Dios. Yahveh le llamó desde el monte, y le dijo: Así dirás a los hijos de Israel: Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa. Estas son las palabras que has de decir a los hijos de Israel (Ex 19,1-6).

La alianza es pura gracia de Dios

En el Sinaí Dios se presenta a Israel proclamando: “Yo, Yahveh, soy tu Dios”. Sus acciones salvadoras le permiten afirmar, no sólo que es Dios, sino realmente “tu Dios”, tu salvador, el “que te ha liberado, sacándote de la esclavitud”. La alianza es pura gracia de Dios. El pueblo, que ni siquiera es pueblo, no puede presentar título alguno que le haga acreedor a la alianza con Dios: “Tú eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios; él te ha elegido a ti para que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblos que hay sobre la haz de la tierra. No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha prendado Yahveh de vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres” (Dt 7,6-8).

Las Tablas de la Alianza

La alianza en el Sinaí es una teofanía (manifestación de Dios al hombre) grandiosa, que hace sentir al pueblo la presencia de Dios en medio de ellos: “La nube cubrió el monte. La gloria de Yahveh descansó sobre el monte Sinaí y la nube lo cubrió por seis días. Al séptimo día, llamó Yahveh a Moisés de en medio de la nube. La gloria de Yahveh aparecía a la vista de los hijos de Israel como fuego devorador sobre la cumbre del monte. Moisés entró dentro de la nube y subió al monte. Y Moisés permaneció en el monte cuarenta días y cuarenta noches” (Ex 24,15-18).

Entonces Yahveh entregó a Moisés las tablas con las Diez Palabras, que Yahveh había escrito (Ex 20, 2-17): “Yo, Yahveh, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto.  No tendrás  otro Dios fuera de mí…”

Vivir el Decálogo no es someterse a un Dios potente que impone su voluntad, sino la respuesta agradecida al Señor que se ha manifestado con gran amor, al salvar al pueblo de la opresión. El Decálogo se comprende ante todo cuando se lee en el contexto del Exodo, que es el gran acontecimiento liberador de Dios en el centro de la antigua Alianza.

La liberación de Egipto y la alianza con Dios es lo que ha constituido a Israel como pueblo. Sólo manteniéndose fiel a la alianza seguirá siendo tal pueblo. El Decálogo le recuerda las condiciones para no desaparecer como pueblo.

La bondad de Dios, que toma la iniciativa de liberar a Israel y conducirlo a una relación de alianza y comunión con El, es lo que da sentido al Decálogo. Es la expresión de la alianza del hombre salvado con el Dios salvador. La salvación de Dios es totalmente gratuita, precede a la acción del hombre. El Decálogo es la guía práctica de esa libertad. Es la respuesta de la fe a la acción salvadora de Dios. Es, en definitiva, el seguimiento de Dios.

Por lo tanto, la razón por la que aceptamos los mandamientos de Dios, no es para salvarnos, sino porque ya hemos sido salvados por El.

Conclusión

La conclusión de la alianza tiene su rito y su memorial. Según Exodo capítulo 24, la conclusión de la alianza tuvo lugar en una celebración litúrgica.

Hay dos cosas importantes en toda esta ceremonia:

En primer lugar, de la sangre (propiedad exclusiva de Dios) se ofrece sólo la mitad a Yahveh, presentándola sobre el altar, mientras que, con la otra mitad, se rocía al pueblo, diciendo: Esta es la sangre de la alianza que Yahveh ha hecho con vosotros, según todas estas palabras;

En segundo lugar, antes de rociar al pueblo, es decir, en medio de la liturgia de la alianza, Moisés toma el libro de la alianza y lo lee ante el pueblo, que responde: “Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahveh”.

La “liturgia de la palabra”, con la palabra del Dios de la alianza y la respuesta del pueblo, da a la alianza una relación comunitaria profundamente personal.

Y mediante la acción de rociar a la comunidad con la sangre de la alianza, Dios mismo la declara alianza de sangre, esto es, el lazo más estrecho e indisoluble mediante el cual Dios se puede unir con los hombres. Se trata de una gran alianza de amor (Dt 7,7-8).

Por ello, esta alianza crea entre Yahveh e Israel una relación de propiedad que trasciende al Nuevo Testamento: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo” (Lv 26,12; Ez 36,28; 37,27; y del NT 2Cor 6,16; Ap 21,3).

Esta pertenencia mutua hace de Israel un pueblo elegido, “un reino de sacerdotes y una nación santa” (Ex 19,6).

Texto extractado y adaptado  por el  Editor Web,(Dipl en Teo PUC Chile) desde Mercaba.org

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