El mundo que nos ha tocado vivir no es el universo que Dios quiso. El lo creó bueno y hermoso; el hombre lo ha estropeado. Al atardecer de cada día, al asomarse a contemplar la obra de sus manos, quedaba extasiado ante tanta belleza (Gn 1,12.18.21…). Quiso crear una fraternidad universal en la que los hombres pudiesen mirarse como hermanos y en la que, creciendo en el amor, fueran realizándose en plenitud hasta «participar la misma vida divina» (LG 2) Pero los hombres inventaron las armas y se mataron con bombas atómicas. Hoy el mal lo invade todo. Guerras, terrorismo, paro, hambre, injusticias… La libertad del hombre ha ido haciendo fracasar los proyectos de Dios.
EL CRISTIANO PUEDE HACER REALIDAD EL PROYECTO DE DIOS
A pesar de todo, el Padre Dios «no nos abandonó al poder de la muerte sino que, compadecido, tendió la mano a todos para que le encuentre el que le busque» (Pleg.Euc.1V). Pronunció su Palabra que acampó entre nosotros (Jn 1,12). Se encarnó, haciéndose hombre en Jesús de Nazaret. Compartió en todo nuestra condición humana. Antes de ser conducido a la cruz, prometió el envío del Espíritu Santo:
«No os dejaré abandonados. Permaneceré con vosotros. El mundo no me verá, pero vosotros me veréis… Rogaré al Padre para que os envíe otro abogado que os ayude y esté siempre con vosotros» (Jn 14,16-18). Entre los oficios de este Espíritu están el de interpretar y recordar las enseñanzas de Cristo (Jn 14,26); el de fortalecer ante las dificultades para dar testimonio de su mensaje (Jn 15,26); el de reducir al silencio los ataques del mundo (Jn 16,711); el de conducirnos hasta la verdad plena y saber leer el porvenir (Jn 16, 12-15).
Pues bien, la promesa se está realizando hoy.
Ya san Pedro, el día de Pentecostés, afirmó que se estaba cumpliendo la profecía (Hc 2,17) y añadió que se seguiría llevando a cabo «en vuestros hijos y en todos los de lejos». Los de lejos somos nosotros, los que en un tiempo no éramos pueblo, y ahora somos el pueblo de Dios (Ef 2,13). Depende, pues, de nosotros -al menos en parte- el que el primer proyecto de Dios, al crear el mundo, vaya siendo realidad. Los cielos nuevos y la tierra nueva ha comenzado ya (Ap 21,1). Es posible una sociedad hecha de hermanos, donde no haya ni luto ni sangre. «Serán vecinos el lobo y el cordero; el leopardo se echará con el cabrito; el novillo y el cachorro pacerán juntos» (Is 11,6).
Todo depende que decidamos o no vivir «según el Espíritu». Porque se puede vivir «según la carne» y se puede vivir «según el Espíritu».. La expresión es de san Pablo en 1Co c.2. Entiéndase bien. Vivir según la carne no es idéntico a vivir dominado por las pasiones desordenadas o los bajos instintos. Para Pablo vivir «según la carne» es como vivir «a lo hu- mano», es decir, a obrar de acuerdo a los principios de una lógica racional. En cambio, vivir «según el Espíritu» es actuar conforme a unos criterios sobre-humanos.
Hay personas que no aceptan el cristianismo y son merecedores de todo respeto. Buscadores de la verdad, intelectuales competentes, profesionales responsables. Hombres honrados. Juzgan de las cosas a tenor de los datos científicos o a la luz de la filosofía, en una palabra, por la «prudencia humana». A esto le llama Pablo vivir «según la carne», es decir, «a lo humano». Pero estas personas «no aceptan las cosas de Dios; son necedad para ellos. No las pueden entender… En cambio, el hombre espiritual lo juzga todo, aunque a él nadie logre entenderle» (1Co 2,14).
UNA HISTORIA PROFÉTICA
DIOS-PADRE creó el mundo «con sus dos manos, la Palabra y el Espíritu». La expresión es de San Ireneo. Lo que quiere decirse es que quien crea el mundo no es un Primer Ser, fruto de unas pruebas filosóficas, sino el Dios trinitario que se nos reveló en Cristo: crea el Padre por la Palabra y con el Espíritu. Dijo «Hay luz y hubo luz» (Gn 1,3) y el Espíritu aleteaba sobre las aguas (Gn 1,2). Dios crea al ser humano por amor, plasmando en él su propia imagen, es decir, haciéndole inteligente y libre, dotado de un querer autónomo.
Desfigurada la imagen de Dios en el hombre/mujer a causa del pecado, el Padre no le abandona al poder de la muerte (P1eg.Euc.1V), antes bien le sale al encuentro continuamente como mendigando una respuesta de amor, y va preparando la historia proféticamente hasta la llegada del Mesías.
«Proféticamente» quiere decir dos cosas: Primero, que el Espíritu de Dios aleteaba sobre el caos del tiempo, soplando sobre los hombres, preparándoles interiormente para la recepción de Cristo, la Palabra encarnada; Segundo, que el Espíritu fue hablando por los profetas. En este sentido, como dice el Papa Juan Pablo II, «el misterio de la Encarnación constituye el culmen de esta dádiva y de esta comunicación divina» (TMA 44). La Palabra se hace carne en el seno de la Virgen por obra del Espíritu Santo. Por otra parte, Jesús actúa «como un hombre cualquiera», hecho «uno de tantos», en todo igual a nosotros menos en el pecado.
NO SE LE PUEDE ENTENDER
A Jesús no se le entiende sin el Espíritu. Humanamente hablando es una locura, una necedad (1Co 1,18). Llama la atención cómo los Apóstoles que le acompañan por todas partes y hasta reciben del Maestro lecciones especializadas (Mc 4,10), al cabo de tres años sigan sin entenderle. Cristo tuvo que enfadarse con frecuencia. «¡Apártate de mí, Satanás!», recrimina a Pedro (Mt 16,23). Y cuántas veces se lamenta: «¡Hombres de poca fe!»(Mc 14,31; Lc 8,22), «¿Aún no comprendéis?» (Mt 16,9), «¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros?» (Lc 9,21). No entienden. ¡Muéstranos al Padre y nos basta!- «Pero, Felipe, ¿tanto tiempo con vosotros y todavía no me entendéis?» (Jn 14,9).- ¡Enséñanos el camino y nos basta!- «¡El Camino soy yo, Tomás» (Jn 14,5). No comprendían (Jn 8,27). No captaron que se refería a la muerte de Lázaro cuando les hablaba de «dormición» (Jn 11,12), ni vislumbraron a qué comida aludía al decir: «Mi alimento es hacer la voluntad del Padre» (Jn 4,33).
A Cristo no se le comprende humanamente. Puede ser considerado a lo máximo como un gran personaje, un líder singular, un maestro extraordinario, un hombre ejemplar, pero «nadie puede exclamar «Jesús es Señor» si no es bajo la acción del Espíritu Santo» (1Co 12,3). El hombre-filósofo, por muy sabio y honrado que sea, no puede captar las cosas de Dios; resultan para él «locura» (1Co 2,14), no puede entenderlas.
Sólo una experiencia, bajo la acción del Espíritu, permite «conocer» que el hombre-Jesús es el Hijo-y que el Yahvéh todopoderoso es el «abbá» (1Co 8,15). De hecho, cuando llega Pentecostés e irrumpe el Espíritu, los Apóstoles quedan transformados. Testigos de la Resurrección, son hasta capaces de desafiar a las autoridades (Hc 4,19) y de entregar su vida al martirio. San Ireneo (s.II) lo explicaba así: «El bautismo nos otorga el nuevo nacimiento en Dios Padre, por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo. Porque quienes llevan el Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, o sea, al Hijo; el Hijo los presenta al Padre y el Padre les dona la incorruptibilidad. Por consiguiente, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y sin el Hijo nadie puede acercarse al Padre. Porque el conocimiento del Padre es el Hijo y el conocimiento del Hijo tiene lugar por medio del Espíritu Santo … ».
EL ESPÍRITU OS ENSEÑARÁ Y OS RECORDARÁ
Discípulo de san Policarpo -que lo fue a su vez del evangelista san Juan- Ireneo no hace sino transmitir la enseñanza del Apóstol.
Se lee en Jn 14,18-26: «No os dejaré huérfanos. Volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros me veréis porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en Mí y yo en vosotros… El Abogado, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre hará que recordéis cuanto yo os he enseñado y os lo explicará todo». Según esto, el Espíritu enseña y recuerda.
ENSEÑA. Esto quiere decir que actúa como maestro. Es cierto que a Jesús le llamamos también «el Maestro». Pero hay una gran diferencia. Cristo actuó comunicando con palabras humanas una Buena Noticia. El Espíritu no actúa exteriormente, sino en el interior del oyente. Es el Maestro que nos hace capaces de captar la doctrina del Señor.
RECUERDA. No es sólo «memorizar» las palabras dichas en el pasado para que no se olviden. Se trata más bien de hacer presente, de actualizar hoy lo que sucedió entonces. «Este es el memorial de nuestra fe», se dice en la Eucaristía para dar a entender que Cristo sigue entregando hoy su vida por nosotros. No es un simple recuerdo: entraña una «actualización».
Por esto, el recordar, fruto del Espíritu, supone dos cosas: por una parte, fidelidad a lo permanente de la Palabra; por otra, creatividad o, si se quiere, escucha del oyente contemporáneo a quien va dirigida. La fidelidad a Cristo no equivale a continuar diciendo y haciendo las mismas cosas de siempre. La letra mata, el espíritu da vida. Hay que ser fieles al Evangelio teniendo, al mismo tiempo, la creatividad suficiente para transmitir la fe de siempre con formas nuevas a un hombre que es diferente.
ANTE EL TERCER MILENIO
En todo caso, es el Espíritu quien hace en cada momento de la historia que sepamos traducir la Palabra para que sea una palabra viva, dinamizadora, que responda a los interrogantes humanos. Por esto, como dice el Papa, «la Iglesia no puede prepararse al cumplimiento bimilenario de otro modo si no es por el Espíritu Santo. Lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede ahora surgir de la memoria de la Iglesia» (TMA 44).
EL ESPÍRITU SOPLA DONDE QUIERE (Jn 3,8) Y ACTÚA MÁS ALLÁ DE LA IGLESIA
Los profetas habían anunciado que todos los pueblos subirían a Jerusalén (Is-2;2; 60,11; Zac 8,20) arrastrados por el viento del Espíritu (Is 42 y 43; Jer 23,24; Sal 139). Aunque el hombre y toda la creación están sometidos, muy a su pesar, al mal y a la esclavitud, el Espíritu alienta en ellos la esperanza de libertad (Rm 8, 19-22). El libro de los Hechos nos presenta una iglesia que, a pesar de sus flaquezas, vive al «aire» de Jesús. El Espíritu conduce primero a Felipe (Hc 8,29.39), después a Pedro (10,19-11,12) a evangelizar a los paganos. Es el Espíritu quien designa a Bernabé y a Pablo para partir en misión (Hech 13,2.4.). Igualmente es Él quien inspira a Pablo, en contra de sus previsiones, a «pasar a Macedonia» (Hech 16,6-10).
SANTOS PADRES
El Ambrosiaster, discípulo de san Ambrosio (+397), acuñó esta frase:-«Toda verdad, la diga quien la diga, procede del Espíritu Santo».
Santo Tomás la hace suya (aunque la atribuye a san Ambrosio). Para él, nadie hay tan malo que no tenga algo de bueno y nadie tan falso que no posea verdad. El mundo entero es una «gracia de Dios». El Espíritu aletea en el caos (Gn 1,1). Cuando alguien le abre la ventana, invade como aire impetuoso. Cuando se la cierra, penetra suave e invisible, sutil, por las rendijas del co- razón.
San Justino (+165) hablaba de cómo los antiguos filósofos, gracias a las semillas del Logos esparcidas sobre la humanidad entera, habían logrado conocer parte de la verdad revelada luego plenamente en Cristo.
Clemente de Alejandría (+215) comparaba la filosofía griega con el Antiguo Testamento: lo que éste fue para los judíos fue aquélla para los gentiles, una preparación para la verdad evangélica . Suyo es este sugerente texto:
«El Verbo de Dios ha abandonado la lira y la cítara, instrumentos sin alma, para entregarse por el Espíritu Santo al mundo entero concentrado en el hombre; se sirve de él como de instrumento con voces múltiples y, acompañándose de su canto de este instrumento que es el hombre, ejecuta la pieza de Dios». «Dios es la causa de todas las cosas hermosas; de unas lo es de una manera principal, como del Antiguo y Nuevo Testamento; de otras, secundariamente, como de la Filosofía. Y ésta tal vez ha sido dada principalmente a los griegos antes de que el Señor les llame también; porque ella condujo a los griegos hacia Cristo, como la Ley a los hebreos». En otra parte escribe: «El gnóstico espiritual es discípulo del Espíritu Santo».
Si para Clemente el Espíritu Santo es el Director que lleva la batuta en el gran concierto cósmico, para san Ireneo (+202) es el Director «del gran teatro del mundo». Escribe: «Quien se deja conducir por el Espíritu posee una firmeza inquebrantable. Tiene una fe íntegra con respecto al Padre «de quien» vienen todas las cosas. Posee una adhesión firme con respecto al Hijo «por quien» vienen todas las cosas. Y abriga una seguridad invencible con respecto al Espíritu Santo, que da el conocimiento de la verdad y pone en escena, en cada generación, los proyectos del Padre y del Hijo, para bien de la humanidad»
VATICANO II
En GS 28, el Concilio pide amor y respeto hacia quienes «no son de los nuestros: «Quienes sienten u obran de modo distinto al nuestro en materia social, política e incluso religiosa, deben ser también objeto de nuestro respeto y amor. Cuanto más humana y caritativa sea nuestra comprensión íntima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para establecer con ellos el diálogo». Y todo ello porque el Espíritu de Cristo «no está lejos» de quienes trabajan por el hombre: Hay quienes trabajan para que «se facilite al hombre todo lo que éste necesita para vivir una vida verdaderamente humana, como son el alimento, el vestido, la vivienda, el derecho a la libre elección de estado y a fundar una familia, a la educación, al trabajo, a la buena fama, al respeto, a una adecuada información, a obrar de acuerdo con la norma recta de su conciencia…El Espíritu de Dios, que con admirable providencia guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra, no es ajeno a esta evolución. Y, por su parte, el fermento evangélico ha despertado y despierta en el corazón del hombre esta irrefrenable exigencia de dignidad» (GS 26).
En GS 38 lo afirma más clara y explícitamente. Aquí es el Espíritu mismo quien despierta y alienta el dinamismo a favor del hombre: «Constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin». De ahí que la Iglesia ha de saber «aprender» del mundo: «La experiencia del pasado, el progreso científico, los tesoros escondidos en las diversas culturas, permiten conocer más a fondo la naturaleza humana, abren nuevos caminos para la verdad y aprovechan también a la Iglesia» (GS 44).
JUAN PABLO II
Juan Pablo II ha reafirmado estas ideas. «Hay que mirar atrás, comprender toda la acción del Espíritu Santo aún antes de Cristo, desde el principio, en todo el mundo, y especialmente en la economía de la Antigua Alianza» (DV 53). También al futuro: «Debemos mirar más abiertamente y caminar hacia el mar abierto, conscientes de que el viento sopla donde quiere»(DV 53). El Espíritu de la verdad «actúa – (también)- más allá de los confines del Cuerpo místico», había dicho en Redemptor Hominis (n.6) y lo repitió en Dominunt et Vivificantem (n.53). He aquí sus palabras:
«Siguiendo el tema del Jubileo, no es posible limitarse a los dos mil años transcurridos desde el nacimiento de Cristo. Hay que mirar atrás, comprender toda la acción del Espíritu Santo aún antes de Cristo; desde el principio, en todo el mundo y, especialmente, en la economía de la Antigua Alianza. En efecto, esta acción en todo lugar y tiempo, más aún, en cada hombre, se ha desarrollado según el plan eterno de salvación, por el cual está íntimamente unida al misterio de la Encarnación y de la Redención, que a su vez ejerció su influjo en los creyentes en Cristo que había de venir. Esto lo atestigua de modo particular la «Carta a los Efesios»…
Pero siempre en la perspectiva del gran Jubileo, debemos mirar más abiertamente y caminar «hacia el mar abierto», conscientes de que «el viento sopla donde quiere», según la imagen empleada por Jesús en el coloquio con Nicodemo. El Concilio Vaticano, centrado sobre todo en el tema de la Iglesia, nos recuerda la acción del Espíritu Santo incluso «fuera del cuerpo visible de la iglesia». Nos habla jus- tamente de «todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es tina sola, es decir, la divina».
Autor:Sebastián Fuster O.P.
Extracto del Editor