Ya los Apóstoles de Jesús acostumbraban imponer las manos a los que habían sido bautizados para que recibieran de un modo especial el Espíritu Santo (Hechos 8,15-17).
La Confirmación es el Sacramento que necesitamos no simplemente para salvarnos, sino para alcanzar la plenitud de la gracia del Bautismo:
A los bautizados el Sacramento de la Confirmación los une más íntimamente a la Iglesia, y los enriquece con una fortaleza especial del Espíritu Santo.
De esta forma se comprometen mucho más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras (Lumen Gentium 11).
Pero eso no significa que sólo un adulto o una persona madura puedan recibirlo, sino que es precisamente el regalo de la Confirmación lo que nos lleva a la madurez espiritual (CCE 1.308).
Demos gracias al Espíritu Santo, porque él se derramó en nosotros en ese hermoso Sacramento.