La súplica nos alivia por dentro, porque cuando le pedimos ayuda al Espíritu Santo sentimos que la carga que estamos llevando ya no es tan pesada. Seguro él nos ayudará de alguna manera para que encontremos una salida, y sobre todo para que sepamos cómo enfrentar esa dificultad.
El Espíritu Santo es como un maestro interior, como un médico del alma, como un especialista en masajes interiores que sabe poner las cosas en su lugar. Así, las dificultades no te enferman, no te derriban, no te lastiman tanto, porque él derrama una fuerza, un perfume, un bálsamo que te alivia en medio de los problemas. Por eso, nada mejor que pedirle ayuda al Espíritu Santo.
La misma Biblia nos dice que tenemos que suplicar y pedir ayuda: “Confía tu suerte al Señor, y él te sostendrá” (Salm 55,23). “No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia recurran a la oración y a la súplica” (Fil 4,6). “Si alguien está afligido, que ore” (Stgo 5,13).
La súplica es descargar las inquietudes en el Señor, sabiendo que él se ocupa de nosotros cuando se lo permitimos realmente (1 Pe 5,7).
Detengámonos un momento a pedirle ayuda al Espíritu Santo, a suplicarle por aquellas cosas que nos preocupan en este momento de nuestra vida.