EL REINO DE DIOS ESTÁ CERCA 1a PARTE

EL REINO DE DIOS ESTÁ CERCA 1a PARTE

Nuestro acceso a Jesús no es directo ni inmediato. Porque Jesús no se presenta a sí mismo directamente, sino a través de lo que hace y promete. Jesús se oculta, por así decirlo, tras la causa del Reino de Dios. Hablando del Reino, Jesús habla de sí mismo. La persona se revela en su causa. La predicación del Reino de Dios es el núcleo fundamental del mensaje de Jesús de Nazaret, centro y marco de su predicación y actividad, la explicación de su éxito popular y de las complicaciones religiosas y políticas que motivaron su trágico final.

El Reino de Dios es también el horizonte dentro del cual Jesús se comprendió a sí mismo y atribuyó un significado decisivo a su misión en el mundo. Jesús no vivió para sí, ni se anunció a sí mismo; sino que se ocultó, por así decirlo, tras la causa del Reino. El presente y el futuro del hombre son puestos ya definitivamente bajo el poder liberador del amor de Dios: este es el sentido del Reino de Dios, esto es lo que encendió su extraordinaria pasión de profeta.

1. La causa de Jesús

El Reino no era para Jesús una idea, un mensaje doctrinal que le había sido confiado para que lo predicase; sino que surgía con fuerza a partir de una profunda experiencia personal que, al parecer, hundía sus raíces en treinta años oscuros de vida oculta. Se nos escapa el motivo que le impulsó a salir al público; parece estar en relación con la predicación de Juan Bautista, que había aparecido por entonces en la ribera del Jordán quien anunciaba la cercanía del Reino y la urgencia de la conversión. Esta palabra de Juan ejerció un fuerte impacto sobre Jesús y le indujo a unirse a aquella multitud necesitada de penitencia que iba a que él la bautizase. Una vez encarcelado Juan, será Jesús quien predique el Reino de Dios. Pero su experiencia prebautismal y bautismal del reinar de Dios había sido tan diversa y tan original en el modo de concebir la presencia de Dios en medio de los hombres, que su predicación del Reino difundirá por todas partes el eco de gozo que lo acompaña, un sabor de evangelio que llena de esperanza.

2. La antigua espera del Reino

La predicación del Reino de Juan y de Jesús se insertaba en aquella milenaria herencia espiritual de fe y esperanza que había sido fuerza secreta de la historia de Israel: fe en que Dios es Señor omnipotente, y esperanza en que su promesa no será retirada jamás.

Israel se sabía propiedad de Dios por la liberación de Egipto y el pacto de la Alianza: su Señor caminaba con él y lo conducía hacia la paz de la tierra prometida. Pero, Israel conoció durísimos fracasos y el hundimiento de sus ambiciones nacionales; experimentó claramente la imposibilidad de alcanzar con sus solas fuerzas una situación estable de libertad y de paz. Sus esperanzas, frecuentemente reestrenadas, eran una y otra vez desmentidas por el acoso de acontecimientos dolorosos. Pero siempre quedaba la promesa de Dios.

Los profetas rehacían su esperanza con el anuncio del cambio decisivo de los últimos tiempos, cuando Dios volvería para establecer en el mundo su dominio regio definitivo: Aquel día convocaré a los cojos, reuniré a los desterrados…; de ellos haré una nación fuerte. Y el Señor reinará sobre ellos para siempre (Miq 4,6s). De los profetas aprendió este pueblo a esperar la llegada de aquel Reino en el que los males de la humanidad quedarían aniquilados e instaurada la vida en plenitud. Pero recordemos que la esperanza hebrea en el Reino de Dios estuvo frecuentemente ligada a una restauración nacional del reino davídico.

Jesús entra en diálogo con esa vibrante herencia espiritual. Ello explica su éxito popular y, más tarde, su fracaso. Los acontecimientos políticos y el empeoramiento de la situación social y religiosa habían dado un nuevo vigor a la antigua esperanza, difundiendo una convicción general de que el cambio decisivo estaba a las puertas. Es el profeta de Nazaret quien anuncia que el tiempo de la espera había terminado y que Dios había tomado la decisión de actuar la liberación definitiva.

3. Jesús mensajero del Reino

Marcos resume el contenido del evangelio de Jesús de la siguiente manera: El tiempo se ha cumplido, ha llegado el Reino de Dios. Convertíos y creed en el evangelio (Mc 1, 15). Hoy se piensa normalmente que Marcos no transmite con ello un logion (dicho) originario de Jesús, sino que más bien se trata de un sumario del evangelista. Pero está fuera de toda duda que Marcos ofrece en este sumario acertadamente el centro del mensaje de Jesús. Mateo habla de Reino de los cielos en vez de Reino de Dios; cielo no representa más que un circunloquio normal en el judaísmo para ocultar o no decir el nombre de Dios.

El Reino era su gran noticia, y también tema ampliamente ilustrado por el Maestro en las parábolas y en el Sermón del monte. Describía su incomparable riqueza, su crecimiento entre dificultades, sus exigencias. Junto a sus palabras, florecía una serie de prodigios presentados como signos del Reino ya presente: Si expulso los demonios por el poder de Dios, es señal de que el Reino de Dios ha llegado a vosotros (Mt 12, 28).

Al predicar el Reino de Dios ya acontecido, Jesús venía a identificarse con el mensajero de la alegría preanunciado por el profeta Isaías: Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero de alegría que anuncia la paz. (Is 52,7 s). Lo que históricamente puede asegurarse es que Jesús tuvo conciencia de llevar a cumplimiento las esperanzas proféticas referentes a la instauración escatológica del reinado de Dios, ya presente y operante en el hoy de su acción. En la sinagoga de Nazaret, Jesús lee y se aplica a sí mismo las palabras de Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí..me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los prisioneros la libertad y a los ciegos la vista..Esta escritura…se ha cumplido hoy (Lc 4,18-21, que contiene Is 61,1 s).

4. El misterio del Reino

No es fácil para nosotros, a tanta distancia de tiempo y cultura, percibir la extraordinaria grandiosidad y las enormes esperanzas que Jesús condensaba en la imagen de Reino. Jesús era hebreo y se dirigía a hebreos, a los cuales la promesa divina había sido expresada casi siempre en imágenes reales.

El sentido originario de Reino de Dios sólo con dificultad nos es accesible hoy. Para nuestra sensibilidad el concepto de señorío guarda correspondencia con el de esclavitud, teniendo para nosotros un sabor expresamente autoritario. Nos hace pensar en una teocracia que oprime la libertad del hombre e impide la autonomía humana. Otra cosa era para la sensibilidad de aquel tiempo. Para el judío el Reino de Dios era la personificación de la esperanza en orden a la realización del ideal de un soberano justo jamás cumplido sobre la tierra.

A este propósito hay que decir que para la concepción de los pueblos del antiguo oriente no consiste la justicia primariamente en administrarla de modo imparcial, sino en ayudar y proteger a los desvalidos, débiles y pobres. La llegada del Reino de Dios se aguardaba como liberación de injusto señorío, imponiéndose la justicia de Dios en el mundo. El Reino de Dios era la personificación de la esperanza de salvación. En definitiva, su llegada coincidía con la realización del shalom  (paz) escatológico que significa la paz entre los pueblos, entre los hombres, en el hombre y en todo el cosmos. El mensaje de Jesús sobre la llegada del Reino de Dios tiene que entenderse en el horizonte de la pregunta de la humanidad por la paz, la libertad, la justicia y la vida.

Para entender esta relación entre la esperanza originaria de la humanidad y la promesa de la llegada del Reino de Dios, hay que partir de la concepción común a la Biblia de que el hombre no posee sin más por sí mismo paz, justicia, libertad y vida. La paz no es un valor comun. La vida está continuamente amenazada, la libertad oprimida y perdida, la justicia pisoteada. Por ello se necesita un comienzo nuevo, totalmente indeducible, que únicamente Dios, como señor de la vida y de la historia, puede dar. Esto nuevo, que hasta ahora no se tuvo, esto inimaginable, inderivable y, sobre todo, no factible, que sólo Dios puede dar y que, en definitiva, es Dios mismo. Eso es lo que se quiere decir con el concepto de Reino de Dios.

Pero existe todavía otro motivo de oscuridad: Jesús no nos dice expresamente qué es el Reino de Dios. Lo único que dice es que está cerca. No se detuvo a definirlo. Sólo le apremiaba que fuese anunciado y creído. No es tentado por la impaciencia de descorrer los velos del misterio para satisfacer la curiosidad humana. Puede decirse incluso que para Jesús el Reino era sencillamente indescriptible en palabra humanas; prefería dejar a los hechos el papel de revelarlo con su concreción dinámica: los enfermos curados, los oprimidos librados, los pobres preferidos son el signo elocuente del misterio del Reino.

Lo que le llena de admiración es la misericordiosa decisión de Dios de querer reinar en el mundo haciéndose personalmente cargo de las desventuras humanas; es el hecho de que Dios ofrezca gratuitamente el Reino a los que no tienen ningún título social y moral que puedan hacer valer; es el hecho de que el Reino esté ya actuando en el mundo y haya optado por crecer como el trigo en medio de la cizaña (Mt 13,24ss), como el grano de mostaza -la más pequeña de las semillas que acaba convirtiéndose en un gran árbol- (Mc 4, 30-32). Con sus ojos profundos de profeta, Jesús lo ve crecer y desarrollarse con fuerza silenciosa e irresistible. Finalmente, lo que le impulsa a predicarlo por todas partes es la voluntad infatigable de hacerlo conocer a todos para que todos lo puedan acoger.

Jesús veía el Reino como misericordioso amor que salva. Por eso tuvo que ser decepcionante para quienes lo esperaban como juicio punitivo, final de todos los pecadores y remuneración de todos los justos. Para Jesús, sin embargo, la proclamación del Reinado de Dios no es una noticia que aterra y amenaza, sino gozoso anuncio (evangelio): de la gracia que redime, recupera y salva incluso a quien, a juicio de los entendidos en las cosas de Dios, no tenía nada que esperar sino su ira punitiva.

Bastante más difundida estaba la expectación nacionalista del Reino (masa del pueblo, fariseos y celotas). Pera ellos el Reino consistía en que Palestina volviese a estar bajo el dominio teocrático de Yahvé, como había estado en la época gloriosa de David; luego a ella se irían sometiendo poco a poco todos los pueblos de la tierra.

Jesús libera al Reino de estos sueños ambiciosos de reconstrucción nacional. Para él el Reino no es un territorio particular sobre el cual Dios ejercerá su soberanía, sino la presencia y reconocimiento del señorío de Dios en la historia, el actuar mismo de Dios, su poder liberador que se pone en acción para salvar a la creación entera. Jesús anuncia el Reino en el sentido de Dios es Señor o Dios es rey, haciendo referencia a la intervención final y definitiva de Dios.

5. Jesús habla del Reino de Dios  en parábolas

Jesús había dicho: Dichoso aquel que no se escandaliza de mí (Mt 6, 11). Sin duda, él adivinaba ya la presencia del escándalo en el corazón de las gentes y, sobre todo, de los jefes; quizá también en sus mismos discípulos.

Teniendo en cuenta las circunstancias, no es que no se hubiera dado pie al escándalo. Un rabbí desconocido de un apartado rincón de Palestina, con un grupillo de discípulos incultos, rodeado de toda clase de gante de mala fama, ¿iba a hacer realidad el cambio del mundo, a traer el Reino de Dios? La dura realidad parecía y parece hasta hoy desmentir radicalmente la predicación de Jesús y a Jesús mismo. Así se explica que desde el principio la gente se lo pregunte con incredulidad. Hasta sus allegados más próximos lo tienen por loco (Mc 3, 21).

En esta situación Jesús comienza a hablar del Reino de Dios en parábolas. Con el Reino de Dios ocurre como con un grano de mostaza…, o como con un poco de levadura, que basta para hacer fermentar tres medidas de harina. Lo mayor de todo está oculto y actuando en lo más pequeño. De la misma manera llega el Reino de Dios en lo oculto y hasta mediante el fracaso.

El lector u oyente actual de estas parábolas piensa en un crecimiento orgánico; sin embargo, la idea de un desarrollo natural le era extraña al hombre antiguo. Entre la simiente y el fruto no veía un desarrollo continuo, sino el contraste, reconociendo en ello el milagro de Dios.

De modo que la manera de hablar en parábolas no era una forma meramente externa y casual, un mero medio de visualizar las cosas y un instrumento en orden a una doctrina independiente de ello. Es, sin duda, la forma adaptada, única con que se puede hablar del Reino de Dios y expresar su misterio. En la parábola se expresa como parábola el Reino de Dios. El misterio del Reino de Dios (Mc 4, 11) no es otra cosa que la oculta irrupción del mismo Reino de Dios en medio de un mundo que no deja entrever nada de ello a los ojos humanos.

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Extracto del  Editor

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