En Egipto se creía que los dioses eran los que hacían ricos a los ricos y pobres a los pobres. Lo mismo en Canaán. Según ellos, su Dios daba la tierra a sus hijos predilectos, que eran precisamente los gobernantes. Y a los demás los destinaba a ser esclavos de los privilegiados. También se decía que los dioses de Egipto ordenaban a los pobres a someterse a los ricos. Los pobres creían que los dioses no se preocupaban de sus sufrimientos, sino que, por el contrario, ellos eran quienes se los infligían. Los rebeldes eran castigados por los mismos dioses a través de un cruel sistema de control desarrollado en nombre suyo.
El Dios de los oprimidos
Los primeros capítulos del libro del Éxodo constituyen uno de los lugares privilegiados de la Biblia para conocer al Dios bíblico. En dicho libro aparece un Dios totalmente nuevo y diferente, que afirma: “He visto la humillación de mi pueblo, he oído sus gritos…, conozco los sufrimientos. Y he decidido bajar a liberarlo” (Ex 3,7s). ¡Éste es un Dios diferente a todo lo escuchado hasta entonces! Es Dios que no está de acuerdo con la opresión de los pobres, sino que se hace presente en medio de sus sufrimientos y quiere su liberación.
Este bajar de Dios hasta la miseria humana no se detendrá ya hasta su solidaridad total a través de Jesús. Baja para liberar y hacer subir a una tierra rica y espaciosa (3,8). Dios desciende a la zarza de la humillación, arbusto deleznable, símbolo de los oprimidos, para hacerlos llegar a la leche y la miel, símbolos de dignificación y prosperidad.
Cuando Moisés le pregunta a Dios ¿cuál es tu nombre?, Dios responde “Yo soy el que existo” (3,14). En aquellas circunstancias era como afirmar: yo soy el que actúo en medio de los oprimidos, de los que sufren. No se trata acá de categorías propias de la metafísica occidental. Ser, para un semita, es acción; nunca una realidad estática. Significa estar-ahí, estar-con. “Estoy acá como el Dios que quiere ayudarte y establecer contigo una alianza”. Yahvé es el único de quien se puede afirmar con toda verdad que es lo que hace y hace lo que es.
La acción solidaria del Dios de Moisés nos invita a todos los que creemos en El a acercarnos con simpatía a los oprimidos, procurando vivir las mismas actitudes hacia ellos que tiene este Dios. El Dios solidario exige solidaridad. Pide actitudes correspondientes a las suyas. Por eso el quinto versículo del capítulo 3º del Éxodo es “Ve, yo te envío” (3,10). Los anteriores habían sido: “He visto … he oído… conozco… he bajado…” Este Dios nuevo invita a tener ante los oprimidos las mismas acciones que él.
En esta primera vez en que se refiere la Biblia a los pobres no habla solamente de necesitados, sino de oprimidos y explotados. Aquí no hay nada de lenguaje romántico acerca de los “pobrecitos”. El lenguaje es duro y directo. Se trata de una explotación organizada. De un trabajo extenuante y una explotación brutal, que han sido siempre los medios usados por los enemigos del pueblo, que a partir de entonces resultan ser también enemigos de este Dios.
Yahvé llegará a establecer una alianza con este pueblo oprimido, pero sólo después de que se pusieron en marcha hacia su liberación. Él no hace alianza con pueblos que aceptan ser esclavo.
Los temores del líder
Si para ser padres de un pueblo Dios había elegido a una pareja de ancianos estériles, para ser liberador de oprimidos Dios elige a un prófugo: Moisés. Como en un espejo, fijemos nuestra atención en la persona a quien este Dios le pidió que tomara ante el pueblo sufriente las mismas actitudes que él.
Cuando Moisés siente la presencia de Dios en la zarza ardiendo, está dispuesto a todo: “Aquí estoy” (3,5). Es fácil seguir a un Dios que realiza actos espectaculares. Pero cuando ese mismo Dios le pide comprometerse con sus hermanos oprimidos, a quienes él había abandonado, entonces a Moisés se le oscurece todo.
Hay cinco respuestas de Moisés a la llamada de Dios, en las que podemos ver reflejada nuestra actitud esquiva ante los compromisos que nos pide Dios también a nosotros:
1ª excusa: Yo no sirvo.
“¿Quién soy yo para ir donde Faraón?” (3, 11). Dios responde: “Yo estoy contigo”. Cierto que Moisés no parecía el más indicado para esta misión, pues era muy conocido en la corte del Faraón y estaba condenado a muerte por haber matado a un guardián. Pero la esperanza no estribaba en sus cualidades humanas, sino en la compañía del mismo Dios.
2ª excusa: Yo no sé nada.
No conozco ni siquiera el nombre del Dios que me envía (3,13). Dios le explica su nombre: “Yo soy el que actúo en medio de los oprimidos”.
3ª excusa: No me van a creer…
(4,1). Moisés piensa, con razón, que su pueblo no va querer ni escucharlo, pues los había abandonado en el momento más crítico y nunca había vuelto. Pero Dios sigue insistiendo.
4ª excusa: Yo nunca he tenido facilidad para hablar
(4,10). Respuesta de Dios: Yo estaré en tu boca
5ª excusa: Por favor, Señor, ¿por qué no mandas a otro
(4,15). Dios: Sí, te doy un compañero, pero tú tienes que ir al frente.
Acaso nuestras excusas son las mismas, es decir:
Yo no sirvo
Yo no sé nada
No me van a creer
Yo nunca he tenido facilidad para hablar
Por favor, Señor, ¿por qué no mandas a otro?
Las excusas de Moisés no son sólo excusas. El tiene sus razones humanas para no querer comprometerse, pero el apoyo de Dios le capacita para la misión que le encarga. Moisés había tratado ya de liberar por su propia cuenta a sus hermanos. Para ello usó la violencia (2,11s), y fracasó totalmente. Ni siquiera sus propios hermanos le creyeron. Entonces se sintió traicionado y tuvo que huir lejos, donde se hizo una nueva vida. Pero ahora, lo que Dios le pide es algo totalmente distinto…
El Dios de Moisés
El Dios de Moisés se muestra como alguien que ama a sus hijos y sufre al verlos sufrir. Es un Dios que percibe y se conmueve ante el sufrimiento del pueblo que clama de dolor. Se compadece del pueblo humillado y maltratado; quiere liberarlo y le promete un país grande y fértil, una tierra que mana leche y miel (3,7-9). Él quiere ser servido por personas libres y prósperas.
Se trata de un Dios que llama al compromiso ante la realidad del sufrimiento de un pueblo y se vale de una persona con problemas para confiarle la liberación del pueblo sufriente. Ante la inseguridad de Moisés (3,11), Dios le asegura su presencia y protección (3,12).
Es un Dios que defiende la vida y se da a conocer
Dios que actúa con poder, con mano poderosa, pero un poder siempre en favor de la vida y el bien de sus hijos: capaz de vencer a los dioses de la esclavitud y de la muerte. Los poderosos no conocen al Dios de Moisés, el Dios de la vida para todos (5,2). Y, como no le conocen, tampoco pueden interpretar su voluntad (5,3-9). Dios endurece el corazón de los que no quieren conocerlo (14,8.17).
Es el Dios que busca en todo el bien del pueblo. Por eso le da a conocer las actitudes fundamentales que deben regir sus vidas (20,1-21; 21 – 23). Y exige fidelidad a sus propuestas, pactadas en alianza (19,3-6). Pide coherencia y honestidad a su pueblo (20 – 23). Es también un Dios que intensifica poco a poco la comunicación con sus amigos (32,1). “Hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo” (33,11).
Dios que se da a conocer y dialoga, pero a pesar de ello nunca muestra su rostro del todo: “Toda mi bondad va a pasar delante de ti, y yo mismo pronunciaré ante ti el nombre de Yahvé… Pero mi cara no la podrás ver, porque no puede verme el hombre y seguir viviendo” (33,19s). Dios que transfigura a quien tiene largo contacto con él; por eso deja a Moisés con “cara resplandeciente” (34,35).
El Dios del Sinaí y el por qué de los mandamientos
El Dios de Moisés, Dios que vive en medio del pueblo en proceso de liberación, quiso celebrar una alianza que fijara para siempre su relación con aquel pueblo. Libertados ya de las estructuras opresoras, les propone Dios a los hebreos un pacto de amistad. Dios les propone: “Yo seré el Dios de ustedes. Y ustedes serán mi pueblo”. Y ellos aceptan: “Haremos todo cuanto ha dicho el Señor” (Ex 19,8).
Pero a Dios no le gustan los compromisos al aire. Por eso les propone, solemne y oficialmente, el resumen de las obligaciones que tienen que cumplir para poder ser su pueblo, libre y fraterno: “Los Diez Mandamientos” (20,1-17).
Antes de celebrar el pacto, primero se presenta Dios a sí mismo: “Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud” (20,2). No invoca su autoridad de creador, sino que se presenta con el mejor título que tiene ante los ojos de su pueblo: su libertador. Yahvé no podía pactar más que con un pueblo libre. Sus “preceptos” no son para esclavos.
Estos “Diez Mandamientos” son la herramienta que Dios entrega al pueblo liberado de la esclavitud para que continúe su marcha hacia la plena libertad y pueda así gozar de la tierra de la lecha y de la miel. Él oyó el clamor del pueblo y escuchó en él muchas angustias. En cada angustia descubrió una causa. Y para cada causa él hizo un Mandamiento. Los Diez juntos combaten las diversas causas y formas de opresión que hacían llorar y gritar al pueblo oprimido. Por eso, quien no escucha el clamor del pueblo, no puede entender el sentido de la Ley de Dios.
El clamor del pueblo es la llave de lectura de los Diez Mandamientos
Los Mandamientos son el polo opuesto de las sociedades en las que reina la ley del interés egoísta de los más fuertes. Todo lo contrario a nuestro mundo neoliberal.
Después de los Diez Mandamientos viene en el Éxodo lo que se llama ” El Código de la Alianza” (20,22 al 23,19), en el que se amplían y aclaran de manera muy humana las leyes fundamentales de la vida en común. A aquel pueblo de esclavos, recién liberado, se le muestra el camino práctico para comenzar a vivir como creyentes en este nuevo Dios, Yahvé.
Con ejemplos muy prácticos, sacados de su misma vida, se enseña respeto hacia toda persona humana (21,2-11), respeto a la vida (21,12-32), a la propiedad de cada uno (21,33 al 22,15), a las mujeres (22,15-16), siempre bajando a su realidad, de una manera concreta.
Pero de lo que más largamente habla el Código de la Alianza es del derecho de los pobres (22,20 al 23,13). Manda de una manera insistente que se les ayude. Prohíbe cobrar intereses en los préstamos a los necesitados. Enseña que el mínimo vital para poder vivir como Dios quiere está por encima de cualquier otro interés. En resumen, los creyentes en este Dios deben prestarse servicios los unos a los otros con sinceridad, integridad y justicia. Más tarde todo este espíritu de servicio mutuo se resumirá en aquella célebre frase de: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19,34).
Como ampliación de todas estas normas concretas para vivir la fe en Yahvé, pueden leerse los siguientes textos:
– Lev caps. 19 y 25
– Deut caps. 5; 6; 10,10-22; 15; 22 al 25; 27; 28 y 30.
Texto para dialogar y meditar:
Ex 3,1-15 (He visto la humillación de mi pueblo)
A modo de conclusión
1. ¿Creemos nosotros en un Dios que ve, que oye, que simpatiza y se compromete con la liberación de los oprimidos?
2. ¿Qué sentimos si visitamos una zona pobre? ¿Miedo y desconfianza o simpatía y solidaridad?
3. ¿Hasta qué punto hemos sentido nosotros el llamado de Dios a favor de los oprimidos?
4. ¿Sentimos que lo que buscan los Mandamientos es liberarnos de esclavitudes para que podamos ser realmente libres?
Terminamos rezando juntos Ex 15,1-18
Mercaba org
Extracto del Editor