CRISTO NOS LIBERA PARA QUE VIVAMOS UNA NUEVA VIDA

CRISTO NOS LIBERA PARA QUE VIVAMOS UNA NUEVA VIDA

Es oportuno que hagamos hincapié considerando la misión salvífica de Cristo como liberación, y a Jesús como Liberador. Se trata de la liberación del pecado como mal fundamental, que ‘aprisiona’ al hombre en su interior, sometiéndolo a la esclavitud de aquel que por Cristo es llamado el padre de la mentira (Jn 8, 44). Se trata, al mismo tiempo, de la liberación para la Verdad, que nos permite participar en la libertad de los hijos de Dios (Rom 8, 21). Jesús dice: Si el Hijo os da la libertad, seréis realmente libres (Jn 8, 36). La libertad de los hijos de Dios proviene del don de Cristo, que posibilita al hombre la participación en la filiación divina, esto es, la participación en la vida de Dios.

La liberación salvífica

De esta manera, el hombre liberado por Cristo, no sólo recibe la remisión de los pecados, sino que además es elevado a una nueva vida. Cristo, como autor de la liberación del hombre, es el creador de la nueva humanidad. En El nos convertimos en una nueva creación (2 Cor 5, 17). La liberación salvífica, que es obra de Cristo, pertenece a la esencia misma de su misión mesiánica. Jesús hablaba de ello, por ejemplo, en la parábola del Buen Pastor, cuando dice: Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10). Se trata de esa abundancia de vida nueva, que es la participación en la vida misma de Dios. También de esta manera se realiza en el hombre la novedad de la humanidad de Cristo: el ser una nueva creación.

Beber del agua viva

Es lo que, hablando de manera figurada y muy sugestiva, Jesús dice en su diálogo con la samaritana junto al pozo de Sicar: Si conocieras el don de Dios, y quien es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva. Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna (Jn 4, 10-14).

También a la multitud Jesús repitió esta verdad con palabras muy parecidas, enseñando durante la fiesta de las tiendas: Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. El que crea en mí!, como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva (Jn 7, 37-38). Los ríos de agua viva son la imagen de la nueva vida en la que participan los hombres en virtud de la muerte en cruz de Cristo. Bajo esta óptica, la tradición patrística y la liturgia interpretan también el texto de Juan, según el cual, del costado (del Corazón) de Cristo, después de su muerte en la cruz, salió sangre y agua (Jn 19, 34).

Un corazón nuevo nace al beber agua viva

Pero, según una interpretación preferida por gran parte de los padres orientales y todavía seguida por varios exegetas, ríos de agua viva surgirán también del seno del hombre que bebe el agua de la verdad y de la gracia de Cristo. ‘Del seno’ significa: del corazón. Efectivamente, se ha creado ‘un corazón nuevo’ en el hombre, como anunciaban (de manera muy clara) los Profetas, y en particular Jeremías y Ezequiel. Leemos en Jeremías:

Esta será a alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días, oráculo de Yahvéh: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo (Jer 31, 33). En Ezequiel, se lee todavía más explícitamente:

Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas (Ez 36, 26-27).

Vida en espíritu y en verdad

Se trata, pues, de una profunda transformación espiritual. Los ríos de agua viva de los que habla Jesús significan la fuente de una vida nueva que es la vida en espíritu y en verdad, vida digna de los ‘verdaderos adoradores del Padre’ (Cfr. Jn 4, 23-24). Los escritos de los Apóstoles, y en particular las Cartas de San Pablo, están llenos de textos sobre este tema: El que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo (2 Cor 5, 17). El fruto de la redención realizada por Cristo es precisamente esta novedad de vida: Despojaos del hombre viejo con sus obras, y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto de Dios, según la imagen de su Creador (Col 3, 9-10). El hombre viejo es el hombre del pecado. El hombre nuevo es el que gracias a Cristo encuentra de nuevo en sí la original imagen y semejanza de su Creador. De aquí también la fuerte exhortación del Apóstol para superar todo lo que en cada uno de nosotros es pecado y resquicio del pecado: Desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de vuestra boca. No os mintáis unos a otros (Col 3, 8-9).

Una exhortación así se encuentra en la Carta a los Efesios: Despojaos, en cuanto a vuestra vida interior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad (Ef 4, 22-24). En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a la buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos’ (Ef 2, 10).

La redención es la nueva creación

La redención es, pues, la nueva creación en Cristo. Ella es el don de Dios (la gracia), y al mismo tiempo lleva en si una llamada dirigida al hombre. El hombre debe cooperar en la obra de liberación espiritual, que Dios ha realizado en él por medio de Cristo. Es verdad que habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios (Ef 2, 8). En efecto, el hombre no puede atribuirse a sí mismo la salvación, la liberación salvífica, que es don de Dios en Cristo. Pero al mismo tiempo tiene que ver en este don también la fuente de una incesante exhortación a realizar obras dignas de tal don.

El marco completo de la liberación salvífica del hombre comporta un profundo conocimiento del don de Dios en la cruz de Cristo y en la resurrección redentora, así como también la conciencia de la propia responsabilidad por este don: conciencia de los compromisos de naturaleza moral y espiritual, que ese don y esa llamada imponen. Tocamos aquí las raíces de lo que podemos llamar el ‘ethos de la redención.

La redención de Cristo

La redención realizada por Cristo, que obra con la potencia de su Espíritu de verdad (Espíritu del Padre y del Hijo, Espíritu de verdad), tiene una dimensión personal, que concierne a cada hombre, y al mismo tiempo una dimensión interhumana y social, comunitaria y universal. Es un tema que vemos desarrollado en la Carta a los Efesios, donde se describe la reconciliación de las dos partes de la humanidad en Cristo: esto es, de Israel, pueblo elegido de la antigua Alianza, y de todos los demás pueblos de la tierra: Porque El (Cristo) es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos tipos de hombres, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la enemistad (Ef 2, 14-16).

La novedad de la vida en Cristo

Esta es la definitiva dimensión de la ‘nueva creación’ y de la ‘novedad de vida’ en Cristo: la liberación de la división, la ‘demolición del muro’ que separa a Israel de los demás. En Cristo todos son el ‘pueblo elegido’, porque en Cristo el hombre es elegido. Cada hombre, sin excepción y diferencia, reconciliado con Dios está llamado a participar en la eterna promesa de salvación y de vida. La humanidad entera es creada nuevamente como el Hombre Nuevo según Dios, en la justicia y santidad de la verdad (Ef 4, 24). La reconciliación de todos con Dios por medio de Cristo tiene que ser la reconciliación de todos entre sí, una dimensión comunitaria y universal de la redención, plena expresión del ‘ethos de la redención.

san Juan Pablo II, Papa

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